INTRODUCCIÓN


El suelo es un elemento clave para el mantenimiento de la vida sobre la Tierra. Además de ser el principal soporte de la vegetación, la infraestructura y el hábitat de la biodiversidad, participa de manera esencial en el funcionamiento de cualquier ecosistema. El suelo, al igual que los bosques, el agua, e incluso los yacimientos minerales, es un recurso finito que forma parte del capital estratégico natural de cualquier país. Sin embargo, a pesar de ser el sostén de muchas de las economías agrícolas del mundo, se encuentra bajo una creciente presión de deterioro derivada tanto del crecimiento poblacional como de los patrones insostenibles de producción y consumo globales. Su degradación puede explicarse, al menos en parte, a que no se le considera aún en las políticas públicas como un recurso patrimonial ni ambiental de primer orden, debido, en gran medida, a que no es un bien directamente consumible y a la percepción errónea de que es renovable en la escala de tiempo humana, sin embargo, se calcula que una capa de un centímetro de espesor de suelo puede tardar en formarse alrededor de cien años (Zinck, 2005; Guevara et al., 2012; Gardi et al., 2014; FAO, 2015).

Si bien es necesario fortalecer la conciencia sobre el papel fundamental de los suelos, tanto para el funcionamiento de los ecosistemas como para el bienestar humano (ver el recuadro Los servicios ambientales del suelo), también es prioritario contar con información actualizada y confiable sobre su inventario, características y estado, así como de sus dinámicas de formación y degradación. El conocimiento y manejo de la información edafológica constituye la base estratégica para planificar e implementar acciones dirigidas a su estudio, conservación y manejo sustentable (Gardi et al., 2014). En este contexto, el contenido de este capítulo se centra en presentar la información relativa al estado nacional de los suelos, el estado de su degradación y los procesos de desertificación a los que está siendo sometido, así como los programas de conservación y recuperación de suelos que están en marcha en el país.





CLASIFICACIÓN DE SUELOS


Exceptuando los glaciares, los cuerpos de agua y las zonas urbanas, el suelo cubre de manera continua la superficie terrestre en una variada gama de tipos. Sin embargo, las ciencias del suelo (p. ej., la edafología y la pedología), no poseen un sistema de clasificación universalmente aceptado y los que son utilizados por la mayoría de los países dependen, en gran medida, de la inversión que se realiza en el levantamiento de los suelos para su diagnóstico. De hecho, muchos países cuentan con un método propio de clasificación que puede basarse simplemente en necesidades prácticas, a tal grado, que los nombres que utilizan son locales y tienen sentido sólo en esa región (Gardi et al., 2014). Esta situación complica la comparación internacional, ya que normalmente no hay una equivalencia entre estos sistemas clasificatorios. Existen, sin embargo, un par de intentos para armonizar la forma de clasificar y caracterizar los suelos: la taxonomía de suelos de la USDA1 y la Base Referencial Mundial del Recurso Suelo (World Reference Base for Soil Resources, conocida como WRB por sus siglas en inglés), liderada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Esta última retoma las características mínimas indispensables de los suelos y es menos costosa, además de que es importante en algunos sistemas nacionales porque incorpora los suelos típicos de varias regiones del mundo a su descripción general, por lo que su objetivo no es sustituir, sino facilitar la comunicación internacional a través de un lenguaje que incorpore los términos edáficos comunes (WRB, 2014).

Para la WRB, el suelo es cualquier material dentro de los dos metros de superficie terrestre que está en contacto con la atmósfera, con exclusión de los organismos vivos, las áreas con hielo continuo que no están cubiertas por otro material y los cuerpos de agua con profundidades mayores a dos metros. Sin embargo, incluye la roca continua, los suelos urbanos pavimentados, de áreas industriales, de cuevas y los suelos subacuáticos (WRB, 2014). La clasificación más actualizada de la WRB (2014) incluye 32 unidades de suelo, y está basada en las diferencias que existen en sus características diagnósticas (horizontes, propiedades físicas, químicas y biológicas) y la relación con sus factores formadores (roca madre, clima, topografía, biota y tiempo; Gardi et al., 2014; WRB, 2014). El sistema de clasificación edáfica utilizado oficialmente en México por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) es el de la WRB adaptado para las condiciones ambientales nacionales a partir de 1968, y reportado en la primera versión de las cartas edafológicas del INEGI.

 

SUELOS DE MÉXICO

El INEGI reporta la presencia en México de 25 de las 32 unidades de suelo que aparecen en la clasificación WRB. Esta riqueza edáfica se puede explicar por las múltiples combinaciones de los factores que forman el suelo y que se presentan en el territorio nacional. A pesar de que seis grupos cubren en conjunto el 80.7% de la superficie nacional, la diversidad edáfica nacional la determinan los restantes 19 grupos distribuidos en un gran número de microrrelieves, microclimas y tipos de vegetación (Cruz et al., 2007). Las seis unidades dominantes son: Leptosoles (con 52.6 millones de ha, 27.4% del territorio), Regosoles (27 millones de ha; 14.1%), Feozems (22.5 millones de ha; 11.7%), Calcisoles (19.6 millones de ha; 10.2%), Luvisoles (17. 7 millones de ha; 9.2%) y Vertisoles (16.5 millones de ha; 8.6%; Figura 3.1). Las 19 unidades minoritarias cubren una superficie aproximada de 36 millones de hectáreas (Mapa 3.1). Para mayores detalles respecto a las características de los suelos mencionados, consultar el recuadro Unidades principales de suelo en México.

 

 

 

 

AGRICULTURA Y GRUPOS DE SUELO

De las seis unidades de suelo dominantes en México, tres tienen características que las vuelven apropiadas para su aprovechamiento agrícola: los Luvisoles, Vertisoles y Feozems. La superficie conjunta de estos suelos que está dedicada a labores agropecuarias ha crecido significativamente en las últimas décadas. A mediados de los años setenta del siglo pasado, del área total ocupada por estos suelos, el 35.8% era utilizada en actividades agropecuarias (24.1% dedicado a la agricultura y 11.7% para pastizales ganaderos), alcanzando en 2011 el 44.7% (30% en agricultura y 14.7% en pastizales; Figura 3.2). Los tres restantes grupos de suelo dominantes tienen propiedades que dificultan su aprovechamiento agrícola y aumentan su vulnerabilidad a la erosión. Los Leptosoles tienen severas limitaciones para el enraizamiento de las plantas, debido a su poca profundidad, los Regosoles son relativamente jóvenes por lo que tienen poco o nulo desarrollo del perfil, mientras que los Calcisoles tienen elevadas concentraciones de carbonato de calcio. Sin embargo, a pesar de estas características su uso para actividades agropecuarias ha aumentado. A mitad de la década de los setenta, el 9.9% de la superficie que ocupaba este conjunto de suelos estaba dedicado a las actividades agropecuarias, mientras que a finales de la primera década del siglo XXI, esta cifra alcanzaba 14.4% (7.6% en agricultura y 6.8% en pastizales; Figura 3.2).

 

 





LA DEGRADACIÓN DE LOS SUELOS EN MÉXICO


Los procesos de la degradación del suelo son un fenómeno presente en todo el mundo, con diferentes niveles e impactos en la sociedad. Implican la reducción de su complejidad biológica, de su capacidad para producir bienes económicos y de llevar a cabo funciones de regulación directamente relacionadas con el bienestar humano, como son la productividad agrícola y el mantenimiento de la calidad del agua y el aire (Lal, 1998). La FAO define a la degradación como un cambio en la salud del suelo, que se refleja en la disminución de la capacidad del ecosistema para producir bienes y servicios ambientales, tanto directos como indirectos (FAO, s/a). Puede ser de origen natural y humano, y es el resultado de una compleja interacción de factores naturales, como el tipo de suelo, el relieve, la vegetación y el clima; de factores socioeconómicos como la densidad poblacional, tenencia de la tierra, las políticas ambientales y los usos y gestión del suelo (Gardi et al., 2014).

La preocupación e importancia de la degradación de los suelos se debe a la pérdida y deterioro de la calidad de los servicios ambientales que se obtienen de él, siendo quizá los más importantes la producción de alimentos y la captación de agua. El problema de la degradación y de la pérdida de productividad de los suelos se extiende, en muchos casos, más allá de las afectaciones a este recurso, cuando zonas con coberturas forestales o de otros ecosistemas naturales se transforman a campos de cultivo, con lo cual, además de los daños a la biodiversidad, se producen grandes pérdidas de carbono orgánico del suelo y, por ende, la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Por lo anterior, es necesario dar a conocer la información sobre la extensión de la degradación, sus tipos y niveles para tomar las medidas necesarias de prevención, recuperación y, sobre todo, de su remediación (Zinck, 2005).

Regularmente, la información sobre la degradación de los suelos se obtenía a partir de los inventarios edáficos nacionales o regionales. Sin embargo, desde la década de los años noventa muchos países dejaron de actualizarlos, principalmente por lo complejo y costoso de su levantamiento, ya que involucran personal altamente especializado, tanto para realizar determinaciones en campo y laboratorio, como para el uso de herramientas de teledetección (p. ej., imágenes de satélite) y de sistemas de información geográfica (Zinck, 2005).

En México, los estudios sobre la degradación de suelos datan de mediados del siglo pasado, pero debido a diferencias metodológicas, a los objetivos en su valoración, las estimaciones difieren significativamente entre sí y no son comparables (Tabla 3.1; Semarnat y CP, 2003). Esto implica no tener una descripción precisa de los cambios ocurridos a través del tiempo con respecto a la superficie nacional de suelos degradados.

 

 

En los primeros años de la década pasada, se publicó la Evaluación de la pérdida de suelos por erosión hídrica y eólica en la República Mexicana, escala 1: 1 000 000 (Semarnat y UACh, 2003). En este estudio se determinó de manera indirecta la pérdida de suelo por erosión hídrica y eólica a partir de información cartográfica (p. ej., de edafología y precipitación) y de modelos paramétricos (Ecuación Universal de Pérdida de Suelos y Ecuación de la Erosión Eólica) que fueron alimentados por diversas variables evaluadas en muestras de suelo. Por su metodología, la estimación resultante es más una medida de la degradación potencial2 y es una evaluación indirecta de la degradación existente en el país. Este enfoque, sin embargo, permite identificar las zonas que se encuentran en mayor riesgo, y con ello contribuir a la toma de decisiones sobre el uso del suelo en el marco del desarrollo sustentable, de tal manera que se impida o reduzca su degradación.

Los resultados de este trabajo muestran que 42% de la superficie nacional podría estar afectada por erosión hídrica, y que 17 entidades federativas presentarían daño en más de 50% de su territorio, entre ellas Guerrero (79.3%), Puebla (76.6%), Morelos (75.2%), Oaxaca (74.6%) y México (73.7%). También las regiones montañosas de las Sierras Madre Oriental, Occidental y del Sur, así como vastas regiones de Chiapas y las entidades del centro del país, tendrían riesgo de presentar alta y muy alta pérdida de suelo por erosión hídrica (Mapa 3.2).

 

 

Con respecto a la erosión eólica, se estimó que 89% del territorio nacional estaría en riesgo de ser afectado. Prácticamente el 100% del territorio de Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Sonora, Durango y Zacatecas, tendría alta y muy alta erosión eólica potencial, lo que concuerda con los tipos de vegetación y climas típicos en las zonas áridas y semiáridas del país. Sólo dos entidades mostraron menos de 30% de su territorio con riesgo de presentar erosión eólica: Chiapas (29.3%) y el Distrito Federal (21.8%; Mapa 3.3).

 

 

En el año 2003 se publicaron los resultados del estudio denominado Evaluación de la degradación del suelo causada por el hombre en la República Mexicana, escala 1:250 000 (Semarnat y CP, 2003)3. Esta evaluación parte de la metodología de Evaluación de la Degradación del Suelo Causada por el Hombre en el Sur y Sureste de Asia (ASSOD, por sus siglas en inglés), la cual es una modificación de otra metodología usada por el Centro Internacional de Información y Referencia de Suelos (ISRIC) para elaborar el Mapa Mundial de la Degradación del Suelo inducida por el Hombre (GLASSOD, por sus siglas en inglés). En la metodología ASSOD no se consideró el proceso de degradación biológica debido a lo complejo de su documentación, y se sustenta en un amplio muestreo en campo que permitió determinar de manera directa cuatro procesos de degradación: degradación física y química y erosión eólica e hídrica, cada uno de ellos con diversos tipos específicos y niveles (ligero, moderado, fuerte y extremo); así como las causas de cada proceso. Estas variables se ubicaron en espaciomapas de INEGI en escala 1: 250 000. Con estas bases, la Evaluación de la Degradación del Suelo causada por en el hombre en la República Mexicana es hasta hoy el estudio de degradación de mayor resolución que se ha hecho para México.

Los resultados de esta evaluación indican que el 44.9% de los suelos del país se encontraban afectados por algún proceso de degradación. La degradación química ocupaba el primer lugar en extensión (34 millones de ha, 17.8% del territorio nacional), seguida por la erosión hídrica (22.7 millones de ha, 11.9%), eólica (18.1 millones de ha, 9.5%) y, al final, la degradación física (10.8 millones de ha, 5.7%); mientras que los suelos sin degradación aparente ocupaban el 55.1% restante del territorio nacional (105.2 millones de ha; Figura 3.3; IB 3.3, IC 13). Los cuatro procesos de degradación del suelo, así como la superficie sin degradación aparente, se detectaron tanto en suelos de ecosistemas naturales como manejados.

 



Para profundizar en el análisis de la degradación, cada proceso se subdividió en tipos específicos. En los casos de erosión hídrica y eólica se dividieron en pérdida de suelo superficial, deformación de terreno y efectos fuera de sitio. En ambos casos, la pérdida de suelo superficial representó el tipo específico dominante, ya que en la erosión hídrica alcanzó 88%, y en la eólica, el 95.5% de la superficie nacional afectada por cada uno de estos procesos de degradación.

Para la degradación química, los tipos específicos fueron la disminución de la fertilidad, polución, salinización-alcalinización y eutrofización; mientras que para la física, fueron la compactación, pérdida de la función productiva, disminución de la disponibilidad de agua, encostramiento y sellamiento y anegamiento. En la degradación química predominó la disminución de la fertilidad (92.7% de la superficie nacional con degradación química) y en la física, la compactación (68.2% de la superficie nacional con degradación física; Figura 3.4; Cuadro D3_SUELO03_01).

 

 

El otro ángulo de análisis de la degradación de suelo fue a través del nivel de afectación, el cual se determinó a partir de la reducción de la productividad biológica4. De esta manera, el 2.1% (3.97 millones de ha) del país presentaba niveles de degradación fuerte y extremo y el 42.8% (81.78 millones de ha), ligero y moderado (Figura 3.5; Cuadro D3_SUELO03_01).

La combinación de los dos criterios descritos (procesos y niveles) mostró que entre 55 y 62% de la superficie con erosión hídrica y degradación química y física, se encontraba en nivel ligero, mientras que para el caso de la erosión eólica, la mayor proporción de superficie afectada (alrededor de 67%) se encontraba en el nivel moderado (Figura 3.6).

 

 

 

Los resultados nacionales anteriormente descritos muestran diferencias importantes en cuanto a la degradación del suelo en cada entidad federativa. Por ello, en las siguientes secciones se describen de manera detallada los cuatro procesos de degradación (erosión hídrica y eólica y degradación química y física), los niveles de afectación en que se presentan y su distribución geográfica en el territorio nacional.

 

EROSIÓN HÍDRICA

La tasa y magnitud de la erosión hídrica están controladas principalmente por la intensidad de la lluvia, la erodabilidad propia de los suelos, la pendiente del terreno y la cubierta vegetal. Estos factores, combinados con el manejo inadecuado de las tierras forestales, agrícolas y ganaderas, provocaron que para el 2002 la erosión hídrica estuviera presente en casi 12% del territorio nacional (22.73 millones de ha). De esta superficie, 56.4% se encuentra en el nivel ligero, 39.7% en el nivel moderado y 3.9% entre fuerte y extremo (Figura 3.6; Mapa 3.4, Cuadro D3_SUELO03_03). Si se analiza a nivel estatal, en proporción relativa a su territorio, Guerrero resultó la entidad mayormente afectada con 31.8% con este tipo de erosión; mientras que Baja California Sur (0.03%), Baja California (0.1%) y Veracruz (1%) se encontraban entre las menos afectadas (Tabla 3.2).

 

 

 

EROSIÓN EÓLICA

La erosión eólica comparte con la erosión hídrica dos de los factores que controlan su tasa y magnitud, estos son la erodabilidad y la presencia de la vegetación. Sin embargo, en este proceso, la rugosidad del suelo5 y el clima también desempeñan papeles significativos. Este tipo de erosión afecta principalmente a las regiones áridas, semiáridas y subhúmedas secas del país, aunque no es exclusiva de ellas. Su presencia está asociada a una insuficiente protección del suelo por la cubierta vegetal, a la destrucción de la estructura del suelo y a niveles bajos de humedad. A escala nacional, 18.12 millones de hectáreas (equivalentes al 9.5% del territorio) muestran evidencias de erosión eólica. Con respecto a los niveles de afectación, de la superficie nacional con erosión eólica, 66.7% se encuentra en nivel moderado, 29.5% en ligero y 3.9% entre fuerte y extremo (Figura 3.6; Mapa 3.5; Cuadro D3_SUELO03_03).

 

 

Las entidades más afectadas por la erosión eólica, en proporción a su territorio, fueron Chihuahua (28.5% de su territorio), Tlaxcala (26%), Nuevo León (18.9%) y Durango (17.9%); mientras que Baja California (0.3%), Veracruz (0.7%), Baja California Sur (1.2%) y Colima (2.8%) se encontraban entre las menos afectadas (Tabla 3.3). Considerando los tipos específicos de la erosión eólica, las entidades más afectadas por la pérdida de suelo superficial fueron Tlaxcala (26%), Chihuahua (25.9%) y Nuevo León (18.9%). Los otros dos tipos específicos de erosión eólica, la deformación del terreno y los efectos fuera de sitio, cubrieron poco más de 800 mil hectáreas, es decir, 0.44% del territorio nacional. Esta superficie se concentró en entidades como Chihuahua, Durango, Coahuila y Puebla (Tabla 3.3).

 

 

 

DEGRADACIÓN QUÍMICA

La degradación química es el proceso de degradación del suelo más extendido en el país, con alrededor de 34.04 millones de hectáreas (17.8% del territorio). De éstos, 55% se encuentra en nivel ligero y 43.2% en moderado; mientras que los niveles fuerte y extremo ocupan en conjunto 1.8% de la superficie nacional afectada con este tipo de degradación (Figura 3.6; Mapa 3.6; Cuadro D3_SUELO03_03). La degradación química se presenta en prácticamente todas las entidades del país, aunque con diferencias importantes. Por ejemplo, en Baja California Sur sólo el 1.9% de su territorio mostró evidencias de este tipo de degradación; mientras que en Yucatán la afectación alcanzaba el 55.1% de la superficie estatal (Tabla 3.4).

 

 

 

De los tipos de degradación química evaluados en el estudio, la disminución de la fertilidad fue el más extendido, cubriendo el 92.7% de la superficie afectada por degradación química en el país. Este agotamiento de los nutrientes es un fenómeno que puede haber sido originado por erosión hídrica o eólica o por malas prácticas de manejo. Los resultados indican que más de la mitad de los suelos de Yucatán, y casi la tercera parte de los de Tlaxcala, Chiapas, Morelos, Tabasco y Veracruz tienen este problema. Los otros tres tipos específicos ocupaban en conjunto 7.3% de la superficie con degradación química del país. La polución6, salinización y eutrofización se encontraron principalmente en Tamaulipas, San Luis Potosí, Chiapas, Nuevo León, Guanajuato, Sonora, Sinaloa y Zacatecas (Mapa 3.7).

 

 

 

DEGRADACIÓN FÍSICA

La degradación física del suelo se manifiesta de manera evidente a través del sellado, encostramiento, y compactación, los cuales en términos generales afectan los ciclos de nutrientes y la infiltración del agua, provocando el anegamiento en las zonas donde se acumulan las escorrentías.

En 2002, la degradación física era el proceso de degradación menos extendido en el país, ya que afectaba a cerca de 6% de la superficie nacional; sin embargo, tiene un alto impacto debido a que es prácticamente irreversible y conlleva a la pérdida de la función productiva de los terrenos.

En escala estatal, la entidad más afectada fue Tabasco (38.4% de su territorio) y las menos afectadas Coahuila, Sonora, Querétaro, Nuevo León y Michoacán con menos de 2% cada una (Mapa 3.8; Tabla 3.5).

 

 

 

Los tipos de degradación física del suelo que fueron evaluados corresponden a la compactación, encostramiento y sellamiento, anegamiento, disminución de la disponibilidad de agua y pérdida de la función productiva. Los de mayor presencia en el país fueron la compactación y la pérdida de la función productiva con 4 y 1.3% de superficie nacional afectada, respectivamente. El encostramiento, el anegamiento y la disminución de la disponibilidad de agua afectaron, en conjunto, al 0.31% del territorio nacional. La entidad más afectada por compactación fue Tabasco (36.5% de su territorio) y entre las menos afectadas se encontraron Sonora, Sinaloa, Nuevo León, Chihuahua, Baja California y Baja California Sur, con menos de 1% en cada una. En cuanto a la pérdida de la función productiva, la entidad más afectada en términos relativos a su superficie fue el Distrito Federal (10%), mientras que Campeche, Coahuila, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Sonora, Aguascalientes y Veracruz presentaron menos de 1% de afectación en su territorio (Tabla 3.5).

 

CAUSAS DE LA DEGRADACIÓN DEL SUELO

La degradación de los suelos es ocasionada por actividades humanas de muy diversa índole. En México, las más importantes son los cambios en el uso del suelo asociadas a la agricultura mecanizada, el sobrepastoreo y el desarrollo urbano e industrial (Semarnat y CP, 2003).

Desde la Revolución Industrial, la intensa demanda de suelo para la producción de alimentos ha hecho que alrededor del 12% de la superficie libre de hielo del planeta sea zona de cultivo y 26% sean pastizales; esto equivale a que 38% de la superficie terrestre esté destinada a satisfacer la creciente demanda de productos agropecuarios (Foley et al., 2011). La urbanización como proceso de cambio en el uso del suelo también compite en algunas zonas con las actividades agropecuarias, con el agravante de que es un proceso irreversible en la escala de tiempo humana.

Particularmente para México, las áreas urbanas y los asentamientos humanos ocupan una superficie aproximada de 1.85 millones de hectáreas (INEGI, 2013). En 2002 alrededor del 77.4% de la superficie nacional degradada estaba asociada con actividades agrícolas y pecuarias (38.7% cada una de ellas) y 16.4% a deforestación y remoción de la vegetación. El resto de la superficie degradada del país (alrededor de 5.3 millones de ha; 6.1% de la superficie degradada total) se debe a urbanización, sobreexplotación de la vegetación y actividades industriales.

A nivel de entidad federativa, estas actividades tienen un impacto diferente. Las actividades agrícolas contribuyen más a la degradación de los suelos en Aguascalientes (85.4% de su superficie degradada se debe a esta causa), Hidalgo (83.4%) y Tlaxcala; el sobrepastoreo en Chihuahua (71.2%), Sonora (55.5%) y Durango (52.2%); la deforestación en Nayarit (42.8%), Campeche (38.6%) y Chiapas (35.6%), y la urbanización al Distrito Federal (65.6%), Baja California Sur (29.8%) y Baja California (26.2%; Mapa 3.9).

 

 





LOS PROCESOS QUE LLEVAN A LA DESERTIFICACIÓN


La degradación de la tierra es un concepto más amplio que la degradación del suelo. De hecho, de esta última sólo una parte corresponde a la degradación de la tierra. Para la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés), “tierra” es el área específica de la corteza terrestre que cuenta con características particulares de suelo, atmósfera, geología, hidrología y biología, en la que se aprecian los resultados de la actividad humana pasada y las interacciones entre todos los elementos (UNCCD, 1994). En este contexto, considera que la degradación de la tierra es “la reducción o pérdida de la productividad económica y de la complejidad de los ecosistemas terrestres, incluyendo a los suelos, la vegetación y otros componentes bióticos de los ecosistemas, así como los procesos ecológicos, biogeoquímicos e hidrológicos que tienen lugar en los mismos”. Por ello, además del deterioro del suelo, la degradación de la tierra incluye aspectos biofísicos, como la disminución de la capacidad productiva debido al cambio de cobertura vegetal y de los recursos hídricos, y aspectos socioeconómicos, como la respuesta del mercado, estrategias políticas y niveles de educación y pobreza (UNCCD, 1994).

Es común que la palabra desertificación se interprete literalmente como formación de desiertos, por esta razón es importante diferenciar ambos conceptos. Los desiertos son ecosistemas altamente complejos, que pueden albergar una alta diversidad biológica y cuyo origen se encuentra en procesos diferentes a los que provocan la desertificación. No obstante, sus características biológicas y sobre todo climáticas, los sitúan dentro de las tierras secas susceptibles a la desertificación. Ésta se produce cuando el proceso de degradación de la tierra afecta a las tierras secas (UNCCD, 1994). En este sentido, la desertificación es un proceso, no solo una situación extrema.

Existen diferentes definiciones de tierras secas, lo que lleva a que las estimaciones sobre la superficie desertificada sean variables. En el presente capítulo se adoptó el criterio de la UNCCD, el cual las clasifica de acuerdo a su índice de aridez en las siguientes categorías: hiperáridas, áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Esta clasificación está basada a su vez en el Atlas Mundial de la Desertificación que señala que las tierras secas son aquellas áreas en donde el índice de aridez es menor a 0.65 (PNUMA, 1997).

En México, de acuerdo con la Ley de Desarrollo Rural Sustentable, el concepto de desertificación se aplica a todos los ecosistemas existentes en el territorio nacional, debido a que la pérdida de la capacidad productiva de las tierras no está restringida a las zonas secas (DOF, 2012). Sin embargo, lo anterior no reduce la prioridad que la UNCCD establece para las tierras secas. Parte de esta importancia se debe a que sus características climáticas, como la precipitación escasa e irregular, la gran diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas, y la elevada evapotranspiración potencial, así como la presencia de suelos con poca materia orgánica y humedad, elevan la susceptibilidad de sufrir degradación del suelo y alteraciones de los sistemas biofísicos y sociales.

 

CAUSAS Y CONSECUENCIAS DE LA DESERTIFICACIÓN

Los procesos de desertificación no son fáciles de delimitar en una línea directa de causa-efecto. De acuerdo con la UNCCD, los impulsores de la desertificación se pueden agrupar alrededor de las variaciones climáticas y de las actividades humanas. Con respecto al primer grupo se pueden encontrar la baja humedad del suelo (aridificación), los patrones de precipitación cambiantes y la elevada evaporación; mientras que en el segundo, la sobreexplotación del suelo por la actividad agrícola, el sobrepastoreo, la deforestación, el uso de sistemas de irrigación inadecuados, el manejo forestal inapropiado, las tendencias del mercado e incluso, las dinámicas sociopolíticas en las cuales la pobreza puede funcionar como causa y consecuencia de la desertificación (UNCCD y Zoï, 2011). En la misma medida de complejidad, las acciones para solucionar o evitar el problema de la desertificación deben atender también las esferas ambiental, política y social (Figura 3.7).

 



Las consecuencias más importantes de la desertificación se agrupan en las afectaciones a las poblaciones humanas y a los ecosistemas, las primeras tienen que ver con la insuficiencia alimentaria, la pobreza, el agravamiento de problemas de salud debido a las partículas transportadas por el viento (p. ej., infecciones oculares, enfermedades respiratorias y alergias), o por alimentación insuficiente, y la segunda incluye la baja en la fertilidad del suelo, mayor salinización y erosión, reducción de la capacidad de resiliencia de la tierra, incremento de las inundaciones en las partes bajas de las cuencas por la afectación del ciclo hidrológico, escasez de agua, desecación y sedimentación de cuerpos de agua y la alteración de los ciclos biológicos (UNCCD-Zoï, 2011).

 

Distribución de las tierras secas

Según la UNCCD y Zoï (2011), 12.1% de la superficie terrestre del planeta está ocupada por zonas áridas; 17.7% por zonas semiáridas y 9.9% por subhúmedas secas. En ellas viven poco más de 2 mil millones de personas (aproximadamente uno de cada tres habitantes del planeta), la mayoría en países en vías de desarrollo. Además, en conjunto, las tierras secas albergan alrededor del 50% del ganado y el 44% de las tierras agrícolas del mundo, y son amplias extensiones territoriales que representan hábitats forestales, de pastos y agropecuarios muy valiosos para la vida silvestre y los grupos humanos que las habitan. Las mayores extensiones de tierras secas se encuentran en Australia, China, Federación Rusa, Estados Unidos y Kazajstán (Mapa 3.10).

 

 

En México, en 2013 la Conafor, en colaboración con la Universidad Autónoma Chapingo, publicó el estudio para la determinación de la Línea Base Nacional de Degradación de Tierras y Desertificación. En este trabajo se usó la delimitacion de las zonas secas del país utilizando el índice de aridez calculado con el método de Penman. Bajo esta metodología, se estimó una superficie aproximada de 125.3 millones de hectáreas de tierras secas, lo que significa aproximadamente el 65% del territorio nacional. El cual se distribuye entre las zonas semiáridas (34.7%), áridas (18.9%), subhúmedas secas (10.8%) e hiperáridas (menos de 0.7%). El resto corresponde a otros climas (subhúmedos, húmedos, muy húmedos y perhúmedos; Tabla 3.6).

 

 

Las tierras hiperáridas sólo se concentran en una pequeña franja al noreste de la Península de Baja California; las áridas en la península de Baja California, la porción costera de Sonora y la parte centro-norte del Desierto Chihuahuense. Las tierras semiáridas se encuentran principalmente en la Mesa Central del país y hacia las vertientes de las Sierras Madre Oriental y Occidental, llegando a cubrir gran parte de Nuevo León y Tamaulipas. Finalmente, la mayor parte de las subhúmedas secas se encuentran en el Eje Neovolcánico Transversal y en las Sierras de Guerrero, Oaxaca y Chiapas (Mapa 3.11).

 

 

De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010 (INEGI, 2011), en las tierras secas del país vivían en 2010 alrededor de 66.2 millones de personas, lo que representaba casi el 60% de los habitantes del país, los cuales se encontraban distribuidos en 95 968 localidades. De éstas, 98% eran rurales y sólo 2% urbanas. En las tierras semiáridas se encontraba la mayor cantidad de personas y localidades (62 y 54%, respectivamente) asentadas en la totalidad de las tierras secas (Figura 3.8).

 

 

Con respecto a los tipos de vegetación y usos del suelo presentes en las tierras secas, éstos comprenden ecosistemas naturales como vegetación halófila y gipsófila y matorrales xerófilos y actividades productivas como agricultura, pastizales inducidos o cultivados y plantaciones forestales. En las tierras hiperáridas, están presentes pequeñas porciones de pastizal inducido y cultivado y de agricultura que no alcanzan el 1% de la superficie con estos usos del suelo en el país (0.02 y 0.63%, respectivamente) y menos de 5% de las plantaciones forestales. En el resto de las tierras secas se presenta el 66% de la superficie agrícola nacional (21.5 millones de ha) distribuida en las tierras semiáridas (40%; 13.2 millones de ha), subhúmedas secas (17%; 5.5 millones de ha) y áridas (9%; 2.8 millones de ha). El resto de la actividad agrícola (33%; 10.8 millones de ha) se realiza en otro tipo de climas (Figura 3.9).

 

 

Casi la totalidad de los matorrales xerófilos (alrededor de 96%) se encuentra en las tierras áridas y semiáridas, así como la vegetación halófila y gipsófila (alrededor del 98%); mientras que en las tierras semiáridas se concentra el 90% del pastizal natural. Alrededor del 52% de las selvas subhúmedas del país se ubican en tierras secas, particularmente en las regiones semiáridas (28%) y subhúmedas secas (24%; Figura 3.9).

Los ecosistemas naturales presentes en las tierras secas también han sido transformados. Entre 2007 y 2011 se perdieron casi 246 mil hectáreas de matorral xerófilo, poco más de 200 mil de selva subhúmeda y alrededor de 105 mil de pastizales naturales; mientras que la superficie agrícola, se incrementó en cerca de 240 mil hectáreas y los pastizales inducidos y cultivados en 72 mil hectáreas (Figura 3.10).

 

 

 

EXTENSIÓN DE LOS PROCESOS DE DESERTIFICACIÓN

La UNCCD calcula que entre 71 y 75% de las tierras secas del mundo están desertificadas. En el caso particular de México, el estudio de la Línea Base Nacional de Degradación y Desertificación (Conafor, Semarnat y UACh, 2013) delimitó la superficie de tierras secas que se encuentran en esta condición a partir de un indicador integrado por tres componentes: recursos bióticos, recursos hídricos y recursos edáficos.

El estado del componente de recursos bióticos se determinó a partir del análisis de la cobertura vegetal, ya que se parte de la premisa de que la degradación está asociada con su grado de conservación7. Para los recursos hídricos se contemplaron las condiciones de los acuíferos nacionales de acuerdo con la información de la Comisión Nacional del Agua8; mientras que para los indicadores de degradación del recurso edáfico se adecuaron los resultados de la erosión hídrica y eólica y de la degradación física y química descritos anteriormente en este capítulo (Semarnat y CP, 2003).

Los resultados nacionales indican que en lo relacionado a los recursos bióticos, la superficie afectada sería de aproximadamente 105.7 millones de hectáreas, lo que equivale a 54% del territorio nacional. Los niveles ligero y moderado, que afectarían a 20 y 4% del territorio, respectivamente, se aprecian a lo largo de las sierras, entre los límites de Baja California y Sonora y en la península de Yucatán, principalmente. Las mayores extensiones de degradación con grado severo (27% del territorio nacional) y extremo (3%) se ubican en la costa del Golfo del México, en las costas de Sinaloa y a lo largo del Eje Neovolcánico Transversal. La superficie sin degradación aparente de los recursos bióticos, que representaría el 46% del país (88.2 millones de ha) se encuentra principalmente entre la Sierra Madre Oriental y la Sierra Madre Occidental, y en la península de Baja California (Mapa 3.12).

 

 

Para los recursos edáficos, los resultados mostraron que 111.4 millones de hectáreas, equivalentes a 63% del territorio nacional, se encontrarían afectados en niveles de ligero a extremo. Los niveles ligero y moderado cubren 51% del territorio nacional, aproximadamente 100 millones de hectáreas; mientras que 10% (19.6 millones de ha) se encuentra en nivel severo y 2% en extremo. En el análisis de este componente, la superficie sin degradación comprende alrededor del 37% del país, y se encuentra en la Sierra Madre Occidental, en la costa del Pacífico y en la península de Yucatán, principalmente. El nivel extremo se localiza de manera importante en el noreste de Sonora y en la península de Yucatán; mientras que el ligero, moderado y extremo se distribuyen en grandes extensiones de la Mesa Central y en la costa del Golfo de México (Mapa 3.13).

 

 

En el caso de los recursos hídricos, la superficie afectada a nivel nacional asciende a 64.8% del territorio (126.9 millones de ha). De esta superficie, 72.6 millones (37% del territorio nacional) están afectadas por degradación con nivel ligero, mientras que entre los niveles moderado, severo y extremo alcanzan 54.4 millones de hectáreas (27.8% del territorio nacional). El 35% de la superficie no muestra señales aparentes de degradación de los recursos hídricos y se ubican en la península de Baja California, en el límite entre Sonora y Chihuahua, en Durango y la costa sureste del país hasta cubrir casi la totalidad de Chiapas. En la parte central del país y en la península de Yucatán, prácticamente no se presentan regiones sin degradación de los recursos hídricos (Mapa 3.14).

 

 

La superficie nacional con desertificación se obtuvo al combinar los tres componentes (recursos bióticos, edáficos e hídricos) con el índice de aridez a partir del cual se delimitaron las tierras secas. De acuerdo con este estudio, alrededor de 92.4% de la superficie nacional de tierras secas (125.3 millones de ha; 64% del territorio nacional) presentaba algún grado de desertificación. El 40.1% se encontraba con grado de desertificación severo; 9.9% con grado extremo y 42.4% con ligero y moderado (Figura 3.11 y Tabla 3.7).

 

 

 

Todos los tipos de tierras secas del país presentan algún grado de desertificación; sin embargo, en las tierras semiáridas se concentra la mayor parte de la superficie afectada (49.4% de todas las tierras secas), seguida por las áridas (27.6%), subhúmedas secas (14.4%) y finalmente las hiperáridas (1%). Con excepción de las tierras áridas, donde domina el nivel de desertificación moderado, en el resto de las tierras secas la desertificación severa es el nivel con mayor superficie afectada (Tabla 3.7 y Mapa 3.15).

 

 





CONSERVACIÓN Y RECUPERACIÓN DE SUELOS


El suelo ha sido, en general, un recurso natural poco atendido tanto por los gobiernos como por la sociedad en general, al grado de que la orientación de los programas de apoyo se dirige hacia fines productivos como los agrícolas, pecuarios y forestales. De esta manera dichos programas no han considerado, o sólo lo han hecho superficialmente, su conservación y la mejora de sus propiedades. Incluso, cuando se realizan acciones con fines de restauración ambiental, en su mayoría están enfocadas a la protección o ampliación de la vegetación más que a la protección del suelo como su objetivo principal (Gardi et al., 2014).

En México, el Programa Nacional Forestal (Pronafor) liderado por la Comisión Nacional Forestal (Conafor) cuenta con un componente orientado a la Restauración Forestal y Reconversión Productiva. Este componente apoya acciones y proyectos integrales de restauración forestal y de reconversión productiva con el fin de recuperar la capacidad y el potencial natural de los suelos forestales y de la cobertura forestal bajo condiciones de deterioro; además de la recuperación gradual de la capacidad de provisión de bienes y servicios ambientales. Estas acciones se aplican en terrenos que presentan procesos de deterioro por degradación de suelos, pérdida de cobertura de vegetación forestal o áreas perturbadas por incendios, enfermedades o plagas forestales y desastres naturales que se encuentren ubicados en microcuencas prioritarias por su importancia ambiental y/o forestal.

Para el 2014, la suma de la superficie incorporada a los programas de Compensación Ambiental por Cambio de Uso del Suelo en terrenos Forestales y el Programa Nacional Forestales, ambos de la Conafor, fue de 163.1 mil hectáreas, que equivalen a 0.2% de la superficie nacional con degradación de suelo (85.7 millones de ha; Figura 3.12). La Comisión Nacional de las Zonas Áridas (Conaza) opera el programa Conservación y Uso Sustentable de Suelo y Agua (COUSSA), el cual se enfoca a terrenos pecuarios, por lo que queda pendiente el tema de la conservación y rehabilitación de suelos agrícolas, así como programas de captación de agua de lluvia y de combate de la desertificación.

 

 

 





REFERENCIAS


Conafor, Semarnat y UACh. Línea Base Nacional de Degradación de Tierras y Desertificación. Informe Final y Anexos I y II. Conafor y UACh. México. 2013.

Cruz, C., C. Balboltin, F. Paz, J. Etchevers y P. Krasilnikov. 2007. Variabilidad Morfogenética de los Suelos de México y su relación con el Modelo Fisiográfico Nacional. XVII Congreso Latinoamericano de la Ciencia del Suelo. León Guanajuato. México. 17 al 21 de septiembre de 2007. Disponible en: www.madrimasd.org/blogs/universo/2007/06/22/68351.

DOF. Ley de Desarrollo Rural Sustentable. Diario Oficial de la Federación. México. 2012 (12 de enero).

FAO.  Alianza Mundial por el Suelo. Sección ¿Por qué una Alianza Mundial por el Suelo?2015. Disponible en: www.fao.org/globalsoilpartnership/es/. Fecha de consulta: enero de 2016.

FAO. Portal de Suelos de la FAO. s/a. Disponible en: www.fao.org/soils-portal/es/. Fecha de consulta: enero de 2016.

Foley, J.A., N. Ramankutty, K.A. Brauman, et al. Solutions for a cultivated planet. Nature 478: 337-342. 2011.

Gardi, C., M. Angelini, S. Barceló, et al. (Eds). Atlas de suelos de América Latina y el Caribe. Comisión Europea - Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, L-2995 Luxembourg. 2014.

Guevara, M., C. Aguilar, C. Arroyo, F. González y J. Larson. La diversidad de los datos sobre los suelos de México: perfiles y clases, escalas y modelos continuos. Conabio. Biodiversitas 105: 13-16. 2012.

INEGI. Continuo Nacional del Conjunto de Datos Vectoriales Edafológicos. Serie II, escala 1: 250 000. INEGI. México. 2007.

INEGI. Censo de Población y Vivienda 2010. INEGI. México. 2011.

INEGI. Carta de Uso del Suelo y Vegetación, Serie V (2011), escala 1: 250 000. INEGI. México. 2013.

Lal, R. Soil Quality and sustainability. En: Lal, R., W.H. Blum, C. Valentine y B.A. Stewart (Eds). Methods for assessment of soil degradation. Advances in Soil Science. Boca Raton, New York, CRC Press. 1998.

PNUMA. Atlas Mundial de la Desertificación. Middleton, N. y D. Thomas (Eds.).Oxford. Oxford University Press. 1997.

Semarnat y CP. Evaluación de la degradación del suelo causada por el hombre en la República Mexicana, escala 1: 250 000. Memoria Nacional 2001-2002. Semarnat y CP. México. 2003.

Semarnat y UACh. Evaluación de la pérdida de suelos por erosión hídrica y eólica en la República Mexicana, escala 1: 1 000 000. Memoria 2001-2002. Semarnat y UACh. México. 2003.

UNCCD y Zoï. Desertification. A visual synthesis. UNCCD-Zoï Environment Network France. 2011.

UNCCD. Elaboración de una Convención Internacional de Lucha contra la Desertificación en los Países Afectados por Sequia Grave o Desertificación, en particular en África. Texto Final de la Convención. 1994. Disponible en: www.unccd.int. Fecha de consulta: enero de 2016.

WRB. IUSS Working Group. World Reference Base for Soil Resources. International Soil Classification System for naming soils and creating legends for soil maps. World Soil Resources Reports No. 106. FAO. Rome. 2014.

Zinck, A. Suelos, información y sociedad. Gaceta Ecológica 76: 7-22. Instituto Nacional de Ecología. 2005.

 

 

 





NOTAS


1USDA: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.
2Se refiere a que el trabajo al que se hace referencia es cartográfico, con puntos de reconocimiento en campo y apoyado en datos cuantitativos generados en otros estudios.
3Aunque existen otras evaluaciones más recientes realizadas en la presente década, sus resultados está sujetos a validación, por lo que los datos que continúan siendo oficiales para México en cuanto a superficie afectada por degradación del suelo son los que se reportan en la Evaluación de la degradación del suelo causada por el hombre en la República Mexicana.
4El estudio describe cuatro niveles de afectación: ligero, donde los terrenos aptos para sistemas forestales, pecuarios y agrícolas presentan alguna reducción apenas perceptible en su productividad; moderado, en el cual los terrenos aptos para sistemas forestales, pecuarios y agrícolas presentan una marcada reducción en su productividad; fuerte, en donde los terrenos a nivel de predio o de granja tienen una degradación tan severa que se pueden considerar con productividad irrecuperable a menos que se realicen grandes trabajos de ingeniería para su restauración; y extremo, cuya productividad es irrecuperable y su restauración materialmente imposible.
5La rugosidad es importante porque las superficies planas y lisas ofrecen menos resistencia al viento, y en el caso del clima, resulta relevante porque la dirección y velocidad del viento determina el movimiento de las partículas y la desecación del suelo.
6La polución y la salinización son tipos de degradación química. En el primer caso la degradación del suelo ocurre como consecuencia de la localización, concentración y efecto biológico adverso de una sustancia. Mientras que la salinización ocurre debido al uso de sistemas de irrigación inadecuados, que permiten la formación de capas de salitre en la superficie de los suelos. Ambos tipos afectan la infiltración de agua y la productividad biológica.
7De acuerdo con la fuente, la Serie IV de la Carta de Usos del Suelo y Vegetación del INEGI (2007) fue considerada para el uso del suelo actual, y se comparó con la Carta de Vegetación Primaria Potencial, a partir de lo cual se asignó un grado de degradación a la vegetación.
8Se utilizó la información para el periodo 2000 a 2012, referente a  disponibilidad de agua superficial en las cuencas del país, contaminación potencial de los acuíferos por actividades agropecuarias, desecación de los cuerpos de agua e intrusión salina en los acuíferos, así como los resultados reportados por la Red Nacional de Monitoreo de calidad del agua superficial.