ECOSISTEMAS TERRESTRES
INTRODUCCIÓN
La ubicación geográfica de México, su variedad de climas, topografía e historia geológica han producido una gran diversidad biológica. Esta diversidad se muestra en la riqueza de especies de flora y fauna, y la diversidad genética que los acompaña, que integran a la gran variedad de comunidades en el territorio continental e insular. Estas comunidades van desde la pradera de alta montaña, hasta las dunas costeras y los humedales, pasando por bosques templados, bosques mesófilos de montaña, selvas, matorrales xerófilos y pastizales naturales.
Los ecosistemas en general, y los terrestres en particular, han sido el sustento de las poblaciones humanas desde los inicios de su historia, y las han provisto de bienes como alimentos (carnes, frutas, verduras y aceites), madera y fibras para la construcción, leña como fuente de energía, y pulpa de madera para papel, entre otros. Además de los bienes, los ecosistemas ofrecen servicios ambientales - no evidentes pero sí vitales para el desarrollo de cualquier sociedad humana - como son la purificación del aire y agua, la generación y conservación de los suelos, la descomposición y reciclaje de los desechos, el movimiento de nutrimentos, la protección del suelo ante la erosión por viento y agua, la regulación del clima y el amortiguamiento de los efectos de eventos meteorológicos extremos, entre otros.
El crecimiento y la expansión de la población humana durante el siglo XX, acompañada por el desarrollo industrial y urbano, trajeron consigo la mayor transformación de los ecosistemas terrestres por causa del humano. De acuerdo con el Millenium Ecosystem Assessment (2005), para el año 2000, 42% de los bosques mundiales, 18% de las zonas áridas y 17% de los ecosistemas insulares habían sido transformados. Los cambios fueron principalmente a favor de zonas de cultivos y pastizales para ganadería, o bien para el establecimiento y desarrollo de poblados, ciudades y de infraestructura en vías de comunicación, tendido eléctrico y almacenamiento de productos, entre otros.
México debido a diferentes fenómenos sociales y económicos ha sufrido de un proceso sostenido de degradación y pérdida de sus ecosistemas terrestres. Una proporción muy importante de su territorio se ha transformado en campos agrícolas, pastizales inducidos y zonas urbanas. Los ecosistemas que aún persisten muestran, en mayor o menor medida, signos de alteración. En este capítulo se hace una descripción del estado actual de los ecosistemas terrestres del país, con particular énfasis en los procesos y factores que han promovido su transformación y alteración en las décadas recientes. También se ha incluido una sección con los aspectos relacionados con su uso, en particular lo referente a la explotación de productos forestales maderables y no maderables. El capítulo finaliza con una sección que describe algunas de las políticas públicas dirigidas hacia la conservación de la cubierta vegetal natural remanente, así como las dirigidas hacia la recuperación y el uso sustentable de los recursos naturales de los ecosistemas.
LA VEGETACIÓN NATURAL Y EL USO DEL SUELO EN MÉXICO
A la forma en la que se emplea un terreno y su cubierta vegetal se le conoce como “uso del suelo”. En México, la evaluación más reciente del uso del suelo corresponde a la Carta de Uso del Suelo y Vegetación Serie V (escala 1: 250 000), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Esta carta describe 69 usos del suelo existente en el año 2011. Para facilitar su análisis, los diferentes usos han sido agrupados siguiendo diversos criterios, que van desde los que consideran la composición florística-fisonómica del sitio, hasta los que eligen su utilidad para algún sector particular. En la presente obra se agrupó o clasificó a la vegetación siguiendo el criterio fisonómico, como se muestra en la Tabla 2.1. Para más detalle de los principales tipos de vegetación natural ver recuadro La Vegetación de México
De acuerdo con la Carta de Uso del Suelo y Vegetación, en el 2011 el 71.7% del país (casi 140 millones de ha) estaba cubierto por comunidades vegetales naturales; la superficie restante, poco más de 55 millones de hectáreas (alrededor del 28% del territorio) había sido transformada a terrenos agropecuarios, áreas urbanas y otros usos del suelo antrópicos (para más detalles sobre la diferencia entre uso del suelo y ecosistemas ver el recuadro Los ecosistemas terrestres, tipos de vegetación y el uso del suelo). En 2011 los matorrales fueron la formación vegetal predominante (casi 36% de la superficie natural remanente, lo que representa cerca del 26% del territorio), por su parte los bosques (templados y mesófilos de montaña, 34 millones de ha) y las selvas (húmedas y subhúmedas, 32 millones de ha) ocuparon cerca del 34% del territorio (Figura 2.1).
Los estados con la mayor proporción de su superficie con vegetación natural (primaria y secundaria) fueron Baja California Sur (93%), Quintana Roo (92%), Coahuila (92%), Baja California (90%), Chihuahua (88%) y Durango (86%; Mapa 2.1).
En contraste, en los estados de Tlaxcala (19%), Veracruz (29%), Distrito Federal (29%), Tabasco (30%), México (35%) y Morelos (37%), la vegetación natural cubría menos del 40% de su superficie. De acuerdo a la Carta de Uso del Suelo y Vegetación, en 2011, sólo el 69.6% de la vegetación natural (equivalente al 49.5% del territorio) se conservaba en estado primario. Esta condición corresponde a la vegetación en la cual están presentes la mayor parte de las especies del ecosistema original y los procesos ecológicos no han sido alterados de forma significativa. La vegetación primaria es de gran importancia por su biodiversidad y por sus servicios ambientales (ver recuadro Integridad Ecosistémica en México).
Hasta 2011 las selvas fueron el tipo de vegetación más afectada por la degradación, ya que sólo el 36% de su superficie original (11.4 millones de ha) aún se conservaban como selva primaria (Figura 2.2, Mapas 2.2 y 2.3). En el caso de los bosques, en ese mismo año el 62% de su superficie (poco más de 21 millones de ha) permanecía en estado primario. Para poner estas cifras en contexto, de acuerdo a FAO (2015) en el año 2010, a nivel mundial, el 36% de los bosques1 existentes aún se conservaban en estado primario. En 2011 la formación vegetal con menor superficie degradada en el país correspondió a los matorrales xerófilos, se estima que alrededor del 91% de su superficie (45.8 millones de ha) se encuentra en buen estado de conservación.
De acuerdo a la Carta de Uso del Suelo y Vegetación, algunos estados que conservan una proporción alta de su cubierta natural lo hacen con un porcentaje alto de vegetación primaria. Por ejemplo, el 99% de la vegetación natural remanente de Baja California Sur (alrededor del 93% de la superficie total del estado) es primaria. Hay estados que conservan poca superficie con vegetación natural, es el caso de Tlaxcala y Tabasco, sin embargo, esa superficie (alrededor del 19 y 30% respectivamente) tiene una proporción importante de vegetación primaria (alrededor del 64 y 80%). Por el contrario, hay estados con superficies extensas cubiertas por vegetación natural remanente en estado secundario, es el caso de Quintana Roo (con 38% de su vegetación primaria), Campeche (32%) y Yucatán (5.5%; Figura 2.3).
En lo que respecta a los sistemas productivos, en 2011 las tierras agrícolas y los pastizales cultivados e inducidos (estos últimos empleados en la ganadería) cubrían poco más de 51.7 millones de hectáreas, lo que representa alrededor del 26% del territorio. De esa superficie, 63% correspondía a terrenos agrícolas y 37% a pastizales inducidos y cultivados. Los estados ubicados en la costa del Golfo de México y centro del país son los que han transformado una superficie mayor de sus ecosistemas para utilizarlos en actividades agrícolas y pecuarias, es el caso de Tlaxcala (cerca del 80% de su superficie), Veracruz (77%) y Tabasco (64%; Mapa 2.4). En ese mismo año, los estados con menores superficies agropecuarias eran Baja California Sur (poco menos del 3%), Quintana Roo (6%), Coahuila y Baja California (cada uno con cerca del 8%).
CAMBIOS EN EL USO DEL SUELO
De toda la historia de la humanidad, han sido los últimos 50 años donde los seres humanos han transformado los ecosistemas del mundo más rápida y extensamente ver el recuadro (La vegetación natural y el crecimiento carretero). Esta transformación es una de las causas de la liberación a la atmósfera de cantidades importantes de gases de efecto invernadero (GEI), lo cual empeora el problema del cambio climático ver el recuadro (Deforestación y emisiones de GEI). La rapidez y la magnitud de las transformaciones, con efectos aún desconocidos en ciertos casos, han impactado procesos ambientales locales, regionales y globales, han acelerado la pérdida de la biodiversidad y han provocado la pérdida o el deterioro de varios servicios ambientales como la disponibilidad del agua y la regulación tanto del clima y como de los ciclos biogeoquímicos, entre otros.
Una forma de evaluar el impacto de las transformaciones en los ecosistemas terrestres, es a partir de la elaboración y análisis de inventarios de uso del suelo. En México se han elaborado inventarios de los diferentes usos del suelo desde hace aproximadamente 40 años. Sin embargo, a pesar del esfuerzo invertido en su elaboración, las diferentes versiones no son del todo comparables debido a que han utilizado diferentes fuentes de información (p. ej., mapas impresos, fotografías aéreas e imágenes satelitales, entre otros), herramientas tecnológicas (p. ej., cartas digitales y sistemas de información geográfica) y/o clasificaciones de los usos del suelo. No obstante, aunque las estimaciones cuantitativas no son tan precisas y deben usarse con cautela, la información disponible sí permite identificar tendencias.
De los inventarios de uso del suelo disponibles en la actualidad, los más comparables son las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación Series I, II, III, IV y V, a escala 1: 250 000, elaboradas por el INEGI. La Serie I se basa en la interpretación de fotografías aéreas, en su mayoría de la década de los setenta, mientras que las Series II, III, IV y V se generaron a partir de imágenes de satélite de los años 1993, 2002, 2007 y 2011, respectivamente. Por otro lado, el INEGI también elaboró la Carta de Vegetación Primaria Potencial, a escala 1: 1 000 000, que describe la vegetación que probablemente cubría el territorio nacional antes de ser transformada por causa de la actividad humana.
De acuerdo a la Carta de Vegetación Primaria Potencial (Mapa 2.5), los matorrales xerófilos ocuparon alrededor 29% del territorio, seguidos de las selvas (28%) y los bosques (25%; Figura 2.4). Para la década de los setenta (de acuerdo a la Serie I) se conservaba poco más del 73% de la superficie original de los bosques y 69% de las selvas (Figura 2.2). Treinta años después, en 2011, se conservaba casi el 73% de la superficie original de bosques, 58% de las selvas, 90% de los matorrales y poco más del 60% de los pastizales; esto representa una pérdida neta de poco más de 23 millones de hectáreas de selvas, casi 12 millones de bosques, 5.8 millones de matorrales y cerca de 6.5 millones de hectáreas de pastizales. La mayor parte de estas transformaciones ocurrieron antes de los años setenta, no obstante en las últimas décadas aún se registran pérdidas importantes (mayores a las 50 mil ha anuales), particularmente en comunidades de selvas y matorrales (Tabla 2.2).
En el periodo comprendido entre la década de los setenta y el año 19932, se perdieron alrededor de 7.9 millones de hectáreas de vegetación natural (equivalente al 5.4% de la superficie remanente en 1993), a una tasa promedio de 460 mil hectáreas por año. Del total de la superficie transformada, 3.5 millones de hectáreas correspondieron a selvas (que cambiaron a una tasa promedio de 206 mil ha anuales), 537 mil de bosques (32 mil ha por año) y 2.3 millones de matorrales (135 mil ha anuales; Figura 2.5a). De estos ecosistemas, las selvas fueron las que sufrieron con mayor velocidad la transformación de su superficie (alrededor de 0.57% anual), seguidas por los matorrales (0.26%) y los bosques (0.09%; Figura 2.5b e IB 6.1-1).
En el periodo de 1993 a 2002, la vegetación natural transformada a otros usos del suelo acumuló cerca de 3 millones de hectáreas, lo que equivale a una pérdida promedio de casi 336 mil hectáreas anuales, cantidad menor a la registrada entre los años setenta y 1993. La formación que perdió mayor superficie en el periodo 1993 a 2002 fueron las selvas, con alrededor de 1.3 millones de hectáreas (al 0.4% anual), seguidas por los matorrales (alrededor de 796 mil al 0.17% anual), los bosques (359 mil al 0.12%, tasa mayor a la registrada en el periodo anterior) y los pastizales naturales (que perdieron casi 114 mil ha al 0.12% anual; Figura 2.5).
En el periodo de 2002 a 2007, la tasa de transformación de la vegetación natural empezó a decrecer; no obstante, aún se observan pérdidas significativas en ciertos ecosistemas (Figura 2.5). En este periodo, se eliminaron 1.9 millones de hectáreas de vegetación natural, a un ritmo promedio de 382 mil hectáreas anuales (cifra mayor a la estimada entre el periodo 1993 y 2002). De la superficie total transformada, 835 mil hectáreas correspondieron a selvas, 419 mil a pastizales y 338 mil a matorrales. Mención aparte merecen los bosques, que sólo perdieron 24 mil hectáreas en este periodo, cerca de 5 mil hectáreas por año, cantidad casi ocho veces menor a la superficie perdida anualmente entre 1993 y 2002 (Figura 2.5).
En el periodo de 2007 a 2011, se perdieron 855 mil hectáreas de vegetación natural, a ritmo promedio de 214 mil hectáreas al año. De la superficie total transformada, 97 mil hectáreas fueron de selvas, 26 mil de pastizales y 73 mil de matorrales. En este periodo, los bosques perdieron alrededor de 5 mil hectáreas, cifra similar a la estimada en el periodo anterior (Figura 2.5).
Entre 2002 y 2011, los estados que perdieron con mayor velocidad su vegetación natural fueron Chiapas (0.69% anual), Jalisco (0.68%), Yucatán (0.62%), Sinaloa (0.62%) y Aguascalientes (0.48%). Por el contrario, el Distrito Federal (0.02% anual) y los estados de Tlaxcala (0.04% anual), Hidalgo (0.11%), Tabasco (0.11%), Puebla (0.24%), Nayarit (0.26%) y Morelos (0.96%) recuperaron parte de su cubierta natural (Mapa 2.6).
En el periodo de 1976 a 1993 se degradaron3 alrededor de 16 millones de hectáreas de vegetación natural, lo cual equivale a cerca del doble de la superficie natural transformada a otros usos del suelo en el mismo periodo. Así mismo las selvas, bosques y matorrales perdieron en conjunto alrededor de 13 millones de hectáreas de vegetación primaria, esto representa el 16, 31 y 5% de su superficie a inicios del periodo (Figura 2.6a).
A pesar de las transformaciones y pérdidas de vegetación natural (en términos relativos y netos) se ha observado una disminución de tales afectaciones en las últimas dos décadas. Por ejemplo, entre 1976 y 1993 se degradaron 940 mil hectáreas de vegetación natural primaria anuales (al 0.8% anual), entre 1993 y 2002 contabilizaron 525 mil (0.51%), entre 2002 y 2007 fueron 496 mil hectáreas anuales (0.5%) y en el periodo comprendido entre 2007 y 2011 sumaron 121 mil hectáreas anuales (0.12%).
Entre 2002 y 2011, los estados en los que se degradó con mayor velocidad la vegetación natural primaria fueron Guerrero (2.46% anual), Colima (2.11%), Aguascalientes (1.68%), Chiapas (1.45%), Yucatán (1.29%), Morelos (1.26%), estado de México (1.18%) y Michoacán (1.16%). En contraste, la cubierta primaria tuvo una ligera recuperación en el Distrito Federal (al 0.06% anual) y los estados de Veracruz (0.0003%), Nayarit (0.31%) y Baja California (0.37%; Mapa 2.7).
Las selvas han sido los ecosistemas terrestres del país que han sufrido las mayores transformaciones y perturbaciones por causa de las actividades humanas, tanto en superficie eliminada (casi 44 millones de ha de selvas primarias hasta 2011; se conserva alrededor del 21% de su extensión original) como en superficie degradada (el 64% de las selvas existentes en 2011 son secundarias).
En el periodo de 1976 a 2007 las selvas subhúmedas continuaron con una tendencia sostenida en su superficie transformada al año: poco más de 155 mil hectáreas entre 1976 y 1993, 98 mil entre 1993 y 2002, 104 mil entre 2002 y 2007. Entre 2007 y 2011 se observó una disminución de la superficie transformada: 55 mil hectáreas al año.
En superficie transformada, a las selvas les siguen los bosques, que se han reducido en cerca de 13 millones de hectáreas, hasta 2011 su extensión alcanzaba el 73% de su extensión original. Los matorrales desérticos redujeron su extensión de 56 millones de hectáreas a 51 millones.
Las transformaciones de las superficies naturales han beneficiado a la expansión de los terrenos agropecuarios. En la década de los setenta, los pastizales utilizados para la ganadería cubrían una superficie de más de 14.3 millones de hectáreas, en tanto que los terrenos agrícolas cubrían unos 26 millones de hectáreas. De la década de los setenta a 1993, los terrenos agropecuarios aumentaron su extensión en 6.3 millones de hectáreas, abarcando una superficie total de 46.8 millones de hectáreas (aumentaron cerca de 379 mil ha por año). De 2002 a 2007, los pastizales cultivados o inducidos incrementaron su superficie en más de 118 mil hectáreas; en conjunto, las áreas dedicadas a la agricultura y a pastizales para ganado se incrementaron en casi 1.5 millones de hectáreas, alcanzando una extensión de 51.2 millones de hectáreas. En el periodo de 2007 a 2011, los pastizales cultivados o inducidos aumentaron su superficie en 88 mil hectáreas, y las áreas dedicadas a la agricultura y pastizales destinados al ganado se incrementaron en 400 mil hectáreas. En este periodo la extensión total de estas coberturas fue 51.7 millones de hectáreas.
La transformación de la vegetación hacia actividades agropecuarias es más intensa si la vegetación se encuentra en estado secundario. Este fenómeno es, en gran medida, responsable de la elevada tasa de pérdida de la vegetación natural que ha sufrido México. La dinámica de cambio entre diferentes usos del suelo se ilustra esquemáticamente en la Figura 2.7.
PROCESOS DEL CAMBIO DE USO DEL SUELO
De los procesos que determinan el cambio en el uso del suelo, los más relevantes son la deforestación4 (cambio permanente de una cubierta dominada por árboles hacia una que carece de ellos), la alteración (también denominada degradación, es una modificación inducida por el humano en la vegetación natural, pero no un reemplazo total de la misma) y la fragmentación (la transformación del paisaje en parches pequeños de vegetación original rodeados de superficie alterada). El cambio de uso del suelo en matorrales suele incluirse dentro de la desertificación o “degradación ambiental en zonas áridas” (la desertificación también incluye a las zonas subhúmedas y semiáridas).
De acuerdo con la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, los matorrales de las zonas áridas y semiáridas del país también se consideran como vegetación forestal, por lo que también podría aplicarse el término deforestación, no obstante, diversas dependencias internacionales, como la FAO, consideran que la deforestación se restringe a zonas arboladas.
DEFORESTACIÓN
De acuerdo con la FAO (2015) una unidad forestal es aquella que tiene al menos un 10% de su superficie cubierta por las copas de árboles. En México, el Reglamento de la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable (2005) señala que la vegetación forestal de bosques y selvas es aquella en la que predominan especies leñosas que se desarrollan en forma natural, con una cobertura de copa mayor al 10% de la superficie que ocupa y siempre que formen masas mayores a 1 500 metros cuadrados. Esta definición incluye a los tipos de bosque y selvas descritos en la clasificación del INEGI.
La principal preocupación en torno a la deforestación tiene que ver con la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ambientales que brindan los bosques y las selvas, y en las últimas décadas a la influencia de esa pérdida en el calentamiento global. Las masas forestales proporcionan servicios como la formación y conservación de los suelos. Los bosques y selvas son además reservorio de la biodiversidad, además son fuente de bienes de consumo tales como la madera, leña, fibras y otros productos forestales no maderables (p. ej. alimentos, fibras y medicinas, entre otros).
En 2015 los bosques mundiales cubrían casi 4 mil millones de hectáreas, esto es alrededor del 31% de la superficie terrestre del planeta (FAO, 2015). El mayor remanente se encuentra en Europa y en la parte occidental de la Federación de Rusia (26% del área forestal mundial), seguido por Sudamérica (21%) y Norteamérica (16.7%, México aporta el 1.7% al total global; Figura 2.8). A pesar de los esfuerzos para conservar los bosques del mundo, éstos han mantenido niveles de cambio altos en las últimas décadas. No obstante que el ritmo neto de cambio durante la última década ha mostrado una tendencia hacia la disminución de la deforestación con respecto a la década anterior (1990-2000: 7.5 millones de hectáreas anuales, a una tasa de 0.2% anual), para el periodo 2000-2005 se estimó en 4.2 millones de hectáreas anuales (al 0.10% anual), para 2005-2010 continuó disminuyendo a cerca de 3.4 millones (al 0.08% anual) y en 2010-2015 se mantuvo alrededor de 3.3 millones (al 0.08% anual).
En el periodo 1990-2010, Sudamérica fue la región que sufrió mayores cambios netos en su superficie forestal (88.8 millones de ha, tasa del 0.5% anual). En el periodo 2005-2010 se observó una tendencia hacia la reducción del cambio de los bosques de esa región (16.4 millones de ha, 0.24% anual; Figura 2.9a). A Sudamérica le siguen: África (que entre 1990 y 2010 disminuyó su cubierta forestal en cerca de 81.6 millones de ha, 0.5% anual), Centroamérica (que lo hizo en 6.7 millones de ha, 1.14%) y Oceanía (3.3 millones ha, 0.08%). En ese periodo, en Europa, las superficies forestales se incrementaron en 21.2 millones de hectáreas, mientras que en Asia y Norteamérica aumentaron un total de 25.2 millones y 2.2 millones hectáreas, respectivamente.
En el periodo 2010-2015, África y Sudamérica fueron las regiones que experimentaron la mayor pérdida anual neta de bosques, con 2.8 (-0.45% tasa anual) y 2 millones de hectáreas (-0.24% tasa anual), respectivamente. Asia y Europa fueron las regiones que presentaron el mayor aumento anual neto en su superficie forestal, con 0.8 (0.13% tasa anual) y 0.4 (0.04%) millones de hectáreas (Figura 2.9b). Un caso particular es el Caribe, el cual desde 1990 hasta 2015 ha presentado las mayores tasas de cambio anual positivas de todas las regiones del mundo (en promedio 1.4%, Figura 2.9b); sin embargo, su aumento neto en superficie forestal fue en promedio de 0.1 millones de hectáreas.
De acuerdo a la FAO (2015) la región de Sudamérica, entre 2005 y 2010, fue la que presentó la mayor cantidad de hectáreas deforestadas por año (3 714 ha/año), le sigue África (2 887 ha/año) y Oceanía (668 ha/año). Por el contrario, el Caribe fue la región con la menor cantidad de hectáreas deforestadas (8 ha/año), seguida de Centroamérica (76 ha/año) y Europa (182 ha/año; Figura 2.9c). Las tasas de deforestación, a nivel mundial, fueron aumentado hasta principios del 2000, después se han ido estabilizando y en algunos casos disminuyendo (Figura 2.9c).
Siguiendo las comparaciones internacionales, México junto con Portugal y Corea fueron de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en los cuales se perdió superficie boscosa en el periodo 2010-2015 (FAO, 2015; Figura 2.10).
En México las estimaciones de deforestación obtenidas con distintos métodos y periodos han mostrado fuertes variaciones (Tabla 2.3). Las estimaciones oficiales más recientes, corresponden a los Informes Nacionales de la Comisión Nacional Forestal (Conafor). Las estadísticas de estos informes son retomados por la FAO en sus ediciones de la Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales (Forest Resources Assessment, FRA) años 2000, 2005, 2010 y 2015.
Las estimaciones están basadas en comparaciones espaciales de áreas o polígonos ocupados con vegetación forestal (Reglamento de la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, 2005) para los periodos 1990-2000 (empleando las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación del INEGI, Series II y III) y 2005- 2011 (con base en las Series III, IV y V).
La estimación más reciente de la FAO (retomadas de los informes de Conafor) muestra que en el periodo 2000 y 2015 la tasa neta de deforestación fue de 121 mil hectáreas al año. De acuerdo a los informes de la FAO, se ha observado una tendencia en favor de la reducción en la superficie deforestada al año en México, entre 1990 y 2000 se perdían 354 mil hectáreas anuales, para el periodo 2000-2005 se redujo a 235 mil hectáreas por año; entre 2005 y 2010 se perdieron alrededor de 155 hectáreas anuales y para el periodo 2010-2015 la pérdida de bosques se estimó en 92 mil hectáreas anuales (Tabla 2.3).
La perturbación o alteración de una comunidad forestal por causas humanas, seguida de la deforestación (Brockway et al., 2014; Kara y Loewenstein, 2015), son la ruta de cambio de uso del suelo más frecuente en México, particularmente si se trata de selvas (Figura 2.7) y al igual que en otras partes del mundo, las actividades agropecuarias se consideran como uno de los principales responsables de la deforestación, seguidas de la tala clandestina y los incendios forestales intencionales.
De lo anterior, hasta principios de la década pasada, era frecuente que una zona forestal incendiada no se recuperara debido a que era ocupada para otros usos del suelo (p. ej., el agropecuario o el urbano). Es probable que una porción importante de los incendios en sitios con vegetación natural fueran provocados para después invadir los bosques en zonas protegidas por la ley o por las instituciones locales (para más detalles de los incendios forestales, ver la sección de Otras amenazas a los ecosistemas ver recuadro (Deforestación y emisiones de GEI). En la actualidad, cuando una superficie forestal se incendia, ésta puede recuperarse después de un tiempo debido a que las autoridades no permiten el cambio de uso del suelo; esta medida tiene el objetivo de desincentivar los incendios provocados y al mismo tiempo fomentar la conservación de la vegetación natural.
La alteración de las masas forestales es un proceso que no implica la remoción total de la cubierta arbolada, no obstante tiene efectos en la densidad de las especies y a nivel ecosistema puede provocar modificaciones en los servicios ambientales (Vargas-Larreta et al., 2010; Brockway et al., 2014; Kara y Loewenstein, 2015), y por tanto en el aprovechamiento sostenible (Figura 2.11). Tanto la deforestación como la alteración tienen efectos negativos sobre los bienes y servicios que provienen de los ecosistemas naturales. De la década de los setentas al 2011, la tasa anual de deterioro (considerando de forma conjunta la deforestación y la degradación) de los bosques y selvas fue de alrededor de 711 mil hectáreas por año, lo que representa poco más del triple de la tasa de deforestación sensu stricto para ese periodo (213 mil ha por año; Figura 2.12).
Actualmente la vegetación forestal secundaria cubre grandes extensiones del territorio nacional. Esta vegetación es producto tanto de la regeneración de sitios que fueron anteriormente deforestados, como del deterioro (sin remoción total de árboles) de la vegetación primaria.
A diferencia de los bosques templados, en cada hectárea de selva coexisten decenas de especies diferentes de árboles, la mayoría de ellos no tienen un valor comercial, sólo algunas de ellas tienen valor para el mercado. Entre las especies de maderas preciosas en México se pueden mencionar a la caoba (Swietenia) y al cedro rojo (Cedrela). También es común que dentro de las selvas se dé la explotación de los árboles a través de la sustracción de sus ramas para obtener leña. La Ley de Desarrollo Forestal Sustentable prohíbe cortar leña en pie de forma clandestina, sin embargo, esta práctica subsiste debido a la necesidad de obtener combustibles. En 2014, alrededor del 18.6% de los habitantes del país utilizan leña o carbón para cocinar (Presidencia de la República, 2016) y aunque no se tiene una estimación precisa sobre la cantidad de leña per cápita consumida, se considera que la superficie de la que ésta se extrae debe ser importante. Aunado al daño producido por la extracción selectiva de maderas preciosas y la corta de leña en pie, el proceso de tala de un árbol y su posterior caída puede dañar entre el 30 y 50% de los individuos adyacentes (Kartawinata, 1979 en Challenger, 1998), provocando su muerte o haciéndolos más susceptibles al ataque de plagas y enfermedades. Esto sin considerar los efectos del claro sobre los procesos de sucesión vegetal.
FRAGMENTACIÓN
Cuando se remueve parte de la vegetación original de una zona, ya sea por fenómenos naturales o por actividades humanas, suelen permanecer manchones pequeños relativamente intactos e inmersos en usos del suelo distintos a los de la cobertura original. Estos manchones o “islas” de vegetación conservan un menor número de especies nativas si se les compara con una superficie equivalente sin fragmentar. Este fenómeno se debe a que las poblaciones de algunas especies nativas necesitan una superficie mínima para realizar sus funciones a nivel de población, además de que varios procesos de degradación ocurren con mayor intensidad en los bordes de los fragmentos. Es importante considerar tal fenómeno cuando se pretende conservar la vida silvestre, por ello, no basta con conocer la superficie que abarca la vegetación, también es importante evaluar el estado o grado de continuidad de la misma.
No es lo mismo una selva de 100 mil hectáreas con cobertura continua, que una selva dividida en cien fragmentos de mil hectáreas cada uno separado por otros usos del suelo. De acuerdo a Ritters y colaboradores (2000), la fragmentación de las selvas y bosques a nivel mundial es alta, estos autores estimaron que sólo el 35% de la superficie arbolada no está fragmentada (formando áreas continuas de más de 80 km2) ni sufre efectos de borde (se ubica a más de 4.5 km de un borde de algún fragmento generado). Las selvas fueron los ecosistemas más fragmentados a nivel global (Figura 2.13).
En el caso de México, para la estimación de la fragmentación de los ecosistemas forestales, se tomó como criterio de cálculo a aquellas superficies de vegetación natural menores a 80 kilómetros cuadrados; esta superficie se considera como la unidad mínima que permite mantener las condiciones ambientales adecuadas para que las poblaciones realicen sus funciones ecológicas (ver Sánchez-Colón y colaboradores, 2009).
En México, las cartas de Uso del Suelo y Vegetación de INEGI son la principal fuente para obtener estimaciones del grado de fragmentación de los ecosistemas terrestres. Aunque estas estimaciones son a escala 1: 250 000 y por tanto con poco detalle, dan una idea del grado de fragmentación de la vegetación natural.
De acuerdo a la Carta de Uso del Suelo y Vegetación Serie V, en el 2011 los bosques (incluyendo los templados y mesófilos de montaña) fueron los ecosistemas forestales más fragmentados del país: 54% de su superficie remanente (alrededor de 18.5 millones de ha) se dividía en fragmentos menores a 80 km2. Al desagregar esta formación vegetal, se observa que el bosque mesófilo de montaña fue el tipo de vegetación forestal más fragmentado en ese año, alcanzando el 63.1% de su superficie remanente, es decir, 1.17 millones de hectáreas5 (Figura 2.14).
Con relación a las selvas (32% húmedas y 40% subhúmedas) cerca de 11.8 millones de hectáreas presentan fragmentos menores de 80 km2 (Figura 2.14). Por su parte, los matorrales mostraron el menor grado de fragmentación, alrededor del 80% de su superficie (39 millones de ha) no mostraba señales de esta condición.
La fragmentación de los ecosistemas afecta a toda la vegetación natural (primaria y secundaria). Superficies extensas de vegetación primaria del país persisten en forma de fragmentos. Esta condición las hace susceptibles a la degradación, aún sin la intervención humana, en comparación a las superficies conservadas con mayor extensión. En el año 2011, la fragmentación de la vegetación primaria fue significativa para algunos ecosistemas, por ejemplo, el 29% de los bosques mesófilos primarios y 34% de los bosques templados primarios se clasificaría como fragmentados (Figura 2.15). Porcentajes menores se observan en las selvas húmedas y subhúmedas (11 y 15% de su superficie primaria, respectivamente) y los matorrales (20%).
DEGRADACIÓN DE MATORRALES
Los matorrales, huizachales y mezquitales que caracterizan a las zonas áridas de México también han sufrido un proceso de deterioro por causa de las actividades humanas. Aunque su tasa de degradación a otros usos del suelo es aún más difícil de evaluar (en comparación con la deforestación) los inventarios nacionales muestran que esta formación vegetal es la que más lentamente ha sido transformada a otros usos del suelo, y por tanto es una de las comunidades que conserva una mayor proporción de su superficie como vegetación primaria (91.5% en el año 2011 según la Serie V; Figura 2.2).
No obstante lo anterior, en términos absolutos, el nivel de degradación de los matorrales no es despreciable. Los matorrales secundarios ocupan poco más de 43 mil kilómetros cuadrados, una extensión similar a la superficie de los estados de Yucatán o Quintana Roo.
Los matorrales presentan gran diversidad de formas, aún dentro de un área reducida. Por esta razón cuando ocurre una alteración en un sitio, la vegetación alterada resultante puede ser considerada como natural en otro. Bajo estas condiciones es difícil deducir cómo era la vegetación primaria en un sitio determinado o si se trata de una localidad con vegetación en estado secundario. Estas evaluaciones se vuelven más complejas si se derivan del análisis con base en métodos de percepción remota, sin tener datos suficientes de estudios directos en el campo. Un análisis realizado por el Instituto Nacional de Ecología (INE-Semarnat, 2003) utilizando técnicas alternativas para determinar la degradación, mostró que en varios municipios del territorio nacional, el número de cabezas de ganado sobrepasaba la capacidad de carga máxima de sus ecosistemas, el 70% de los matorrales están sobreexplotados y en franco proceso de degradación. Estas estimaciones son diferentes a las obtenidas de las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación de las Series I, II, III, IV y V, las cuales muestran que 8% de matorrales son secundarios. Según el estudio del INE, solamente los matorrales del occidente de Coahuila, el Desierto de Altar y de la porción central de la península de Baja California no se hallaban sobrepastoreados. En este sentido, el sobrepastoreo afecta al 95% de los pastizales naturales de México que crecen en el norte árido de la república (Mapa 2.8).
Con base en el estudio de la degradación del suelo causada por el hombre (Semarnat y CP, 2003), se realizó una estimación del nivel de sobrepastoreo por entidad federativa de México (Mapa 2.9). Este estudio mostró que la superficie afectada por sobrepastoreo alcanzaba en el año 2002 poco más de 47.6 millones de hectáreas (24% de la superficie nacional) y alrededor del 43% de la superficie dedicada a la ganadería en el país. Esto muestra que la degradación de los ecosistemas de las zonas áridas es aún incierta y se hace necesario realizar estudios específicos para estimar con precisión la superficie afectada y su magnitud.
La mayor parte de la superficie afectada por incendios forestales ha sido en pastizales, matorrales y vegetación arbustiva. La afectación de la vegetación natural por incendios muestra variaciones temporales importantes tanto en el tipo de vegetación como en la superficie afectada. En el periodo de 1998 a 2013, el 86% de la superficie total incendiada en el país ocurrió en pastizales y matorrales. En 2011 la superficie incendiada de matorrales, en el estado de Coahuila, alcanzó las 272 mil hectáreas, esta cantidad representa el 44.5% de la superficie incendiada a nivel nacional en ese año.
Cuando el clima promedio se hace más seco y las temperaturas aumentan, se ha observado el desplazamiento de especies de flora y fauna, que son sustituidas por especies típicas de zonas aún más áridas, en consecuencia el sitio se presenta más desértico que en su condición original; de aquí el término desertificar, “hacer desiertos”. La definición más aceptada de desertificación, propuesta por la Convención de las Naciones Unidas para la lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) es “la degradación de las tierras en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas como resultado de diferentes factores, incluyendo las variaciones climáticas y las actividades humanas”. La degradación afecta tanto a la cubierta vegetal como a los suelos que la soportan (véase la sección El problema de la desertificación en el capítulo de Suelos).
OTRAS AMENAZAS A LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES
INCENDIOS FORESTALES
Además de la deforestación y la fragmentación, los ecosistemas también son modificados por otros factores naturales, como son los incendios, sequías, especies invasoras, plagas y enfermedades forestales y los eventos climáticos extremos o atípicos (Dale et al., 2001). Bajo condiciones naturales, frecuentemente los ecosistemas son capaces de amortiguar los impactos y, después de un tiempo, volver a un estado similar al que se encontraban antes de la perturbación; sin embargo, también es posible que estos factores naturales actúen de forma sinérgica con perturbaciones asociadas a las actividades humanas, provocando daños severos a la estructura y algunas funciones del ecosistema.
Los incendios forestales se consideran una condición que ayuda a producir cambios en la estructura y dinámica de la comunidad vegetal (p. ej., abriendo claros, cambiando la composición del suelo, liberando nutrientes, fomentando la germinación de semillas, entre otros). A pesar de que los incendios son un fenómeno que ocurren de forma natural, sobre todo en los bosques templados y algunos matorrales (Matthews et al., 2000; SCBD, 2001c), en la actualidad y debido a las actividades humanas, los patrones naturales de ocurrencia de los incendios se han modificado. En los últimos años se ha observado que muchos de los incendios forestales ocurren en zonas en las que históricamente no se habían presentado, mientras que en aquellos lugares con ocurrencia de incendios periódicos, éstos han disminuido (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003).
Los efectos de los incendios sobre los ecosistemas dependen de su intensidad y frecuencia. El efecto más importante es la remoción de la biomasa vegetal en pie y de los renuevos de las poblaciones vegetales. Dependiendo de la extensión y la magnitud de la conflagración, las especies más dañadas son las arbóreas, lo cual retrasa o interrumpe la regeneración natural, además de que propicia la invasión de especies oportunistas, de plagas y enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; Castillo et al., 2003). En el caso de la fauna, su efecto directo puede ser la muerte (sobre todo en los organismos de poca movilidad), y entre los efectos indirectos se puede mencionar la pérdida y modificación del hábitat, así como la escasez de alimento (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003; Haltenhoff, 2005). La afectación a la fauna puede producir alteraciones en las redes tróficas y en la estabilidad de los ecosistemas, incluso si los incendios persisten en frecuencia pueden alterar o reducir la biodiversidad y degradar o eliminar los servicios ambientales (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003). A nivel global, los incendios son un factor que libera importantes cantidades de carbono a la atmósfera, lo que contribuye al cambio climático.
En el caso de los ecosistemas forestales sujetos a manejo o plantación, los efectos de los incendios pueden observarse en dos niveles: por un lado, en el deterioro y pérdida de los recursos maderables y, por otro, en el deterioro de la calidad del sitio donde se han establecido. El calor del fuego produce la muerte y deformación de los tejidos de los árboles, reduciendo la calidad de su madera (Castillo et al., 2003). Como se ha mencionado en párrafos anteriores, el fuego también puede eliminar por completo los renuevos de las poblaciones de las especies plantadas, o bien el fuego puede iniciar procesos de sucesión en favor de especies más competitivas o en el peor de los casos hacer a las poblaciones susceptibles al ataque de plagas y enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; Castillo et al., 2003). El resultado final es la reducción o hasta la pérdida de la producción forestal, con consecuencias económicas y sociales, sobre todo para las sociedades locales que dependen de su explotación.
A nivel mundial, las principales causas que originan los incendios forestales son la tala sostenida de bosques, el empleo del fuego como práctica agropecuaria para la habilitación de terrenos cultivables o de pastoreo y las fogatas no controladas, entre otras causas. En México, en el 2014, las principales causas de los incendios forestales fueron las quemas no controladas durante las actividades agropecuarias (34%), seguidas por los incendios intencionales (18%) y las fogatas no controladas (15%; Figura 2.16).
En México, el número de incendios ocurridos y la superficie siniestrada se han mantenido sin una tendencia clara a lo largo de los últimos veinte años (Figura 2.17). Entre 1991 y 2015, el promedio anual de incendios fue de 8 024 eventos, con una superficie siniestrada promedio de cerca de 262 mil hectáreas. En ese periodo, algunos años destacaron por la frecuencia e intensidad de los incendios, fue el caso de los años 1998 y 2011. En estos años, se registraron 14 445 y 12 113 incendios, respectivamente, con una superficie total afectada de entre 850 mil y 936 mil hectáreas, respectivamente. Esta superficie fue de más de tres veces el promedio anual siniestrado entre 1991 y 2015.
A nivel de entidad federativa, los estados que registraron las mayores superficies afectadas por incendios fueron Oaxaca (alrededor de 590 mil ha; 11.1% del total nacional del periodo 1991 a 2015), Coahuila (583 mil ha; 10.9%) y Chiapas (500 mil ha; 9.4%, Mapa 2.10; Cuadro D3_RFORESTA05_02). Con relación al estrato de la vegetación, el mayor porcentaje correspondió a los pastizales y el estrato arbustivo, seguidos por la vegetación arbolada. En el año 2015, los porcentajes para estos tipos de vegetación fueron 46, 44 y 11%, respectivamente (Figura 2.18; Cuadro D3_RFORESTA05_03).
PLAGAS Y ENFERMEDADES FORESTALES
Las plagas, al igual que los incendios forestales, son un fenómeno natural que ayuda a controlar la densidad y la distribución espacial de las poblaciones y son consideradas una de las principales causas de disturbio en los bosques templados. En México se tiene el registro de alrededor 70 especies de insectos y patógenos que afectan al arbolado del país, algunas de las cuales se muestran en la Tabla 2.4.
De acuerdo con el monitoreo periódico que realiza la Semarnat de las zonas forestales del país, en el periodo 1990-2014, el promedio de la superficie afectada al año por plagas y enfermedades forestales fue de 50 483 hectáreas. De esta superficie, la mayor parte correspondió a los descortezadores (39%), seguidos por los muérdagos (32%), defoliadores (19%) y barrenadores (6%; Figura 2.19). En este periodo, los estados con mayor superficie promedio afectada por enfermedades forestales fueron Chihuahua (5 235 ha anuales), Durango (4 991 ha), Oaxaca (4 586 ha), Nuevo León (3 208 ha), Jalisco (3 028 ha) y Aguascalientes (2 771 ha; Mapa 2.11).
FACTORES RELACIONADOS AL CAMBIO DE USO DEL SUELO
Existen varias hipótesis que tratan de explicar los factores responsables del cambio de uso del suelo. La hipótesis más aceptada es la presión que ejerce el crecimiento de la población sobre la demanda de recursos locales para el desarrollo de viviendas, industria, vías de comunicación y ampliación de la frontera agropecuaria, entre otras. Aunque se reconoce la relación entre el crecimiento de la población y el cambio del uso del suelo, esta relación no es lineal y simple, pues en las últimas décadas se ha observado que las tasas de crecimiento poblacional y de expansión de la frontera agropecuaria o zonas urbanas no han crecido a la misma velocidad: la superficie agropecuaria se ha expandido más lentamente que el crecimiento de la población mundial. Este fenómeno podría explicarse por las formas nuevas de producción intensiva en espacios más reducidos y a la construcción de ciudades verticales en vez de horizontales.
POBLACIÓN
En general, cuando una mayor proporción de la población de un país se dedica a actividades primarias existe una relación positiva e intensa entre el tamaño de población y la superficie dedicada a actividades agropecuarias. En el caso de México, la relación fue más estrecha durante la década de los cincuenta, pero cambió cuando inició el plan de desarrollo estabilizador el cual contemplaba dar mayor apoyo a las actividades industriales en detrimento de las actividades agropecuarias intensivas ver el recuadro (La inercia del pasado en la Edición 2002 del Informe). Una de las consecuencias negativas del desarrollo estabilizador, fue la explosión demográfica observada a principios de la década de los setenta y la migración de campesinos a las ciudades más importantes del país, lo cual originó cambios en la estructura de ocupación de la población y en los usos del suelo (p. ej., aparecieron varios asentamientos irregulares en la periferia de las ciudades). Aunque una mayor proporción de la población dejó de dedicarse a las actividades primarias y por tanto se observó una disminución de la cantidad de suelo empleada para la agricultura y ganadería, ha persistido (en menor medida en fechas recientes) la transformación de los usos del suelo forestal hacia actividades agropecuarias.
CRECIMIENTO DE LA FRONTERA AGROPECUARIA
La conversión de terrenos hacia usos agropecuarios es una de las causas más importantes de la deforestación en el mundo (FAO, 2015). De acuerdo con información de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), en el periodo de 1980 a 2010, la superficie agrícola cultivada en México se mantuvo constante, entre 18 y 23 millones de hectáreas, con un promedio de poco más de 21 millones de hectáreas (Cuadro D2_AGRIGAN03_01). Sin embargo, esto no significa que durante estos años no se estuvieran abriendo nuevas tierras al cultivo.
Según las cartas de Uso del Suelo y Vegetación del INEGI persiste la transformación de terrenos con vegetación natural a usos agropecuarios, aunque en los últimos años ha disminuido su ritmo. Entre 2002 y 2007 se transformaban alrededor de 272 mil hectáreas por año, mientras que para el periodo de 2007 a 2011 se observó una reducción a 101 mil hectáreas por año (Figura 2.20a). En el periodo de 2002 a 2011, de la vegetación natural transformada en tierras agrícolas, 34% provino de selvas subhúmedas, 26% de matorrales xerófilos, 16% de bosques templados, 14% de pastizales naturales y 9% de selvas húmedas. También el crecimiento de las áreas destinadas a la ganadería (los pastizales cultivados o inducidos) se ha reducido: el promedio anual de transformación entre 2007 y 2011 fue poco más de siete veces menor que el observado entre 1976 y 1993 (Figura 2.20b).
La ganadería se practica en todos los estados del país. Según los datos de la Comisión Técnico Consultiva de Coeficientes de Agostadero (Cotecoca, 2004 y 2015), casi 110 millones de hectáreas6, cerca del 55% de la superficie total de la república, tenía un uso pecuario. Considerando esta estimación y tomando en cuenta que para el año 2011 los pastizales inducidos y cultivados cubrían cerca de 19 millones de hectáreas (cerca de 10% del país), entonces las restantes 91 millones de hectáreas de superficie ganadera debían ubicarse en vegetación natural. Esto implicaría que alrededor de 49 millones de hectáreas de vegetación natural (35% de la superficie remanente) podrían estar libres de actividades ganaderas (Figura 2.21).
A nivel estatal, según la Cotecoca, las proporciones relativas mayores de superficies ganaderas se registran en Sonora (83% del estado), Coahuila (77%), San Luis Potosí (74%), Zacatecas (72%), Chihuahua (72%) y Nuevo León (71%). En contraste, los estados con menores coberturas ganaderas son Tlaxcala (7%), Distrito Federal (11%) y Nayarit (14%; Mapa 2.12 y Mapa 2.13; Cuadro D2_AGRIGAN04_02). Al respecto, se ha observado una reducción en el número de cabezas de ganado durante las últimas dos décadas. En 1980 se registraron 67.6 millones de cabezas (considerando al ganado bovino, caprino, ovino y porcino), mientras que en 2014 se registraron 3.7 millones de cabezas menos (63.9 millones). El descenso neto más marcado, en el periodo; se observó en el ganado bovino, que disminuyó de 34.6 millones de cabezas a 30.5 millones (12%); por su parte, el número de ovejas aumentó 32% con respecto a 1980 y el de cabras se redujo 10% (Figura 2.22).
URBANIZACIÓN
Aunque a escala nacional la superficie urbana es proporcionalmente pequeña, se trata del uso del suelo que más rápido ha crecido en algunas regiones del país. Para el año 2011, la superficie urbana y de asentamientos humanos ya era de 1.85 millones de hectáreas, es decir, el 0.94% de la superficie nacional. Las zonas urbanas se asientan en tierras planas, algunas de las cuales fueron zonas agrícolas abandonadas al dejar de ser productivas. El impacto directo de las ciudades se diluye a nivel local (áreas conurbadas); sin embargo, de forma indirecta, afectan los usos del suelo de grandes extensiones de tierra, cuyos recursos son explotados para satisfacer las necesidades de alimentos, madera, disposición de residuos de las ciudades, entre otros (ver el capítulo de Población y medio ambiente).
USO DE LOS RECURSOS NATURALES DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES
La vegetación natural del país, su diversidad biológica y sus servicios ambientales son una fuente importante de recursos. En la actualidad la mayor parte de los alimentos consumidos por los humanos proviene de plantas y animales domesticados, sin embargo, esto no significa que su dependencia de la vida silvestre sea poca o nula, por ejemplo, una proporción importante de la población, en particular en situación de pobreza y que habita en zonas rurales, sigue utilizando leña como fuente de combustible. En países en desarrollo, miles de sus habitantes obtienen gran parte de su dieta a partir de la pesca o la caza. En estos países es común que el humano no intervenga en la producción o crianza de los organismos que consume, sino que los obtenga del medio silvestre.
Esta sección se enfocará en la explotación de los recursos naturales de las zonas forestales, es decir, de los recursos maderables y no maderables de bosques y selvas. El uso de la vida silvestre se analiza en otra sección de este capítulo y en el capítulo de Biodiversidad.
Los bosques y selvas brindan diversos servicios ambientales a la sociedad: por un lado se encuentran los productos maderables, que se refieren a la madera para la producción de escuadría (tablas, tablones, vigas y materiales de empaque), papel, chapa, triplay y leña para la generación de energía; por otro lado están los productos no maderables, que incluyen a la tierra de monte, resinas, fibras, ceras, frutos y plantas vivas, ente otros (SCBD, 2001a y b).
RECURSOS FORESTALES MADERABLES
Entre 1990 y 2014, la producción mundial de madera se mantuvo relativamente constante, con volúmenes mayores a los 3 mil millones de metros cúbicos por año, esto incluye la madera en rollo para uso industrial y la leña que se usa para generar energía (Figura 2.23). En 2014 las regiones más productivas en madera fueron Asia (30% de la producción mundial), África (19.3%), Europa (19%) y Norteamérica (16%); en contraste, las regiones con menores volúmenes producidos fueron Centroamérica (1.2% del total) y el Caribe (0.2%). A pesar de la estabilidad en los valores de la producción mundial en ese periodo, algunas regiones mostraron tasas de crecimiento negativas en su producción maderable, es el caso de los países de el Caribe y Europa (-0.2% cada uno) y Norteamérica (-1.2%).
En 2014, los mayores productores de madera en rollo fueron Estados Unidos (19% de la producción global), la Federación de Rusia (10%), China (9%), Canadá y Brasil (cada uno con 8%, Figura 2.24). Los países mencionados, en conjunto, contabilizaron el 53% de la producción mundial de madera de ese año, mientras que México contribuyó con sólo el 0.28%.
Las existencias maderables de un país dependen principalmente de la extensión en superficie de sus bosques y selvas, pero también es determinante la cantidad de madera que acumulan por unidad de superficie, lo cual está relacionado con las condiciones y recursos del lugar o la calidad del sitio7 (p. ej., los bosques templados en general acumulan más madera por unidad de área) y del manejo que se da a la vegetación. Los países con las mayores existencias de madera son la Federación de Rusia, Estados Unidos, Brasil e Indonesia. México se encuentra entre los países que tienen menores existencias por hectárea comparado con los países que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y con algunos países de América Latina (Figura 2.25).
EXISTENCIAS MADERABLES NACIONALES
El gobierno de México ha realizado, a la fecha, cuatro inventarios forestales nacionales. Estos inventarios, sin embargo, no son comparables en sus resultados debido a los métodos empleados, por lo que no es posible hacer evaluaciones de los cambios temporales en las existencias de recursos maderables existentes en el país. El primer inventario se realizó entre los años 1961 a 1985 y utilizó fotografías aéreas y datos obtenidos de muestreos de campo intensivos. El segundo, el Inventario Nacional Forestal de Gran Visión de 1991, fue el primero en contener información a escala nacional 1: 1 000 000; para su elaboración se emplearon imágenes de satélite de resolución alta y baja, así como cartografía temática existente. El tercer inventario, conocido como el Inventario Nacional Forestal Periódico, publicado en 1994, utilizó imágenes de satélite de mediana resolución e información de datos levantados en parcelas de muestreo distribuidas sistemáticamente; con ellos se generaron mapas del territorio en escala 1: 250 000 en los cuales se zonificaron los terrenos forestales según su aptitud y estructura. Para el último de los inventarios, el Inventario Nacional Forestal y de Suelos (INFyS) 2004-2009, se realizaron muestreos de campo directos sobre un arreglo simétrico. Entre octubre de 2004 y noviembre de 2007 se establecieron más de 20 mil conglomerados distribuidos a lo largo y ancho del país, cada uno de ellos integrado por cuatro sitios (circulares o rectangulares de 400 m2), esto quiere decir que se establecieron más de 80 mil sitios ubicados en todos los tipos de vegetación de México. Los datos obtenidos del muestreo incluyen información de altura de los estratos, diámetro de los troncos, identidad de las especies, características del suelo, entre un total de 112 variables registradas. El análisis de estas variables ha hecho posible tener estimaciones confiables del volumen de madera por comunidad y especie, la diversidad alfa y beta, aproximaciones a curvas de crecimiento y rendimiento por ecosistemas y formación vegetal muestreada, entre otras.
De acuerdo al INFyS, entre 2004 y 2007 el país contaba con alrededor de 3 887 millones de metros cúbicos de madera en rollo en pie en las selvas y bosques en una superficie de cerca de 63.4 millones de hectáreas. Del total de madera, el mayor porcentaje se concentraba en los bosques8 (62% del total, alrededor de 2 424 millones de m3), el restante en las selvas (38%, 1 463 millones de m3; Figura 2.26).
Los depósitos más importantes de madera en rollo en el país se encuentran en los bosques mixtos de coníferas y latifoliadas (asociaciones de pino-encino o encino-pino), con alrededor del 32% del volumen total nacional (1 240 millones de metros cúbicos; Figura 2.26). Les siguen las selvas altas y medianas (28%, poco más de 1 000 millones de m3), los bosques de coníferas (18%, alrededor de 707 millones de m3) y los bosques de latifoliadas (12%, 477 millones de m3).
Las áreas boscosas con mayores existencias de volumen de madera se ubican sobre la Sierra Madre Occidental del estado de Durango, con valores superiores a los 100 metros cúbicos por hectárea (Mapa 2.14). Los bosques de Oaxaca, Chiapas y Guerrero también cuentan con grandes existencias. Por su parte, las selvas con los mayores volúmenes maderables se localizan en el sureste en los estados de Chiapas, Quintana Roo y Campeche. En general, la mayor parte de la superficie forestal corresponde a bosques y selvas con volúmenes promedio de madera de 60 metros cúbicos por hectárea (Mapa 2.14).
La mayor proporción de las existencias maderables del país se encuentra en la vegetación primaria: cerca del 60% del volumen total nacional (alrededor de 2 417 millones de metros cúbicos). La formación con mayor productividad media son las selvas altas y medianas primarias (en promedio 112 m3/ha, esto es 36% más que las selvas con vegetación secundaria), seguidas por los bosques de coníferas (108 m3/ha en comparación a los 74 m3/ha en su condición secundaria) y los de coníferas - latifoliadas (104 contra 86 m3/ha; Figura 2.27).
El crecimiento de los árboles y de sus renuevos a lo largo de un año es una variable importante para calcular el incremento en el volumen de madera que puede aprovecharse de manera sostenible en una zona en particular. De acuerdo a los datos del INFyS, el volumen de madera que se acumula en los bosques de coníferas asciende a 2.29 metros cúbicos por hectárea por año; le seguen los bosques mixtos de coníferas y latifoliadas que incrementan en 1.88 metros cúbicos por hectárea. Tomando en cuenta el incremento corriente anual de los diferentes tipos de bosques del país, se ha estimado que cada año los bosques nacionales aumentan sus existencias en 15.5 millones de metros cúbicos. En el caso de las selvas, es difícil obtener estimaciones del incremento en madera pues la mayoría de sus especies no tienen patrones conspicuos que revelen su edad (p. ej., anillos de crecimiento) que es una característica importante para evaluar la tasa anual de crecimiento de los individuos. El INFyS 2004-2009 sólo midió el incremento medio anual en volumen de madera en coníferas, dejando de lado a las especies que habitan en selvas.
El INFyS también evaluó la salud de los bosques y selvas nacionales a través de la condición de los individuos, así como de los impactos ambientales y de los agentes de perturbación que las deterioran. De acuerdo a sus resultados, el 96% de los individuos medidos correspondió a árboles vivos y el 4% a muertos en pie (Figura 2.28). Se pudo determinar, con cierto grado de confianza, que los insectos, los incendios, el viento y las enfermedades son los principales agentes que causan la mortalidad de los árboles: el 24% de los árboles examinados mostró signos de daño por algún agente: insectos (9%), incendios (5%), viento (3%), enfermedades (2%) y plantas parásitas (1%), entre otros agentes; mientras que el 75% no mostró signos de daño (Figura 2.28).
PRODUCCIÓN FORESTAL MADERABLE
Entre 1986 y 2015, la producción maderable anual ha mostyrado una tendencia decreciente, promediando a los 7.2 millones de metros cúbicos en rollo (Figura 2.29). El promedio de la producción durante el periodo de 2000 a 2015 fue cerca de 17% menor al promedio registrado entre los años 1986 y 1999.
La producción nacional está apoyada sobre todo en la madera existente en los bosques templados de coníferas (pinos, oyameles y cedros) y en los bosques de latifoliadas (encinos y otras especies). Entre 1990 y 2014 estos bosques contabilizaron cerca del 84% de la producción nacional, seguidos por las maderas tropicales comunes (4.7%) y las preciosas (0.5%, Figura 2.30; Cuadro D3_RFORESTA04_02). Las principales especies aprovechadas en ese periodo fueron el pino (138 millones de m3 en rollo, 80% de la producción del periodo) y el encino (15 millones de m3, 8.8%; Figura 2.30).
Los estados que más contribuyeron a la producción forestal maderable en el periodo 1990 a 2014 fueron Durango (1.94 millones de m3, 28% de la producción total del periodo), Chihuahua (1.4 millones, 20%) y Michoacán (914 mil, 13%; Mapa 2.15; Cuadro D3_RFORESTA04_01). Por el contrario, Baja California, Morelos y Colima fueron los estados que contribuyeron en menor proporción al volumen total nacional (0.03, 0.05 y 0.06%, respectivamente).
En México, el principal uso de la madera ha sido para la producción de escuadrías, como tablas, tablones, vigas y material de empaque. El 70% del volumen total de madera extraída entre 1997 y 2014 se destinó a ese propósito (Figura 2.31; Cuadro D3_RFORESTA04_03); le siguen la extracción para la fabricación de celulosa (11.6% del volumen total del mismo periodo), carbón (5.2%), así como chapa y triplay (4.9%). Es importante señalar que los datos de producción maderable no incluyen la “cosecha de leña” que ocurre dentro y a las orillas de las masas forestales, la cual es empleada por la población rural como combustible.
Entre 1997 y 2014 se empleó en promedio el 3.7% de la producción como leña y 5.2% como carbón (Figura 2.31), estas cifras indicarían que el consumo de las maderas como fuente de energía es bajo en México. Sin embargo, estas estimaciones son muy diferentes a las estimadas por la FAO, las cuales muestran que entre 1997 y 2014 se produjeron 38 millones de metros cúbicos anuales de madera para combustible, lo que equivaldría al 85% de la producción nacional maderable de ese periodo (Figura 2.32). Es probable que la discrepancia entre los datos nacionales y los presentados por la FAO se deba a que esta última hace estimaciones de la leña que se extrae en el país sin informar a las autoridades correspondientes. Este fenómeno ocurre, sobre todo, en zonas rurales donde la supervisión de las autoridades locales o de las instituciones encargadas no es constante.
Es de llamar la atención la caída de la extracción maderera nacional, pues varias instituciones públicas y privadas han invertido recursos económicos y científicos en mejorar las técnicas de explotación y manejo de bosques naturales y plantaciones forestales. Esta caída se ve reflejada en la disminución de la producción de escuadría y celulosa durante el periodo 1997 y 2014 (Figura 2.33). En el caso de la escuadría, el volumen de la producción de los últimos catorce años no ha excedido el 75% (excepto 2001, con 85%) de la producción máxima en el periodo (6.5 millones de m3 en rollo en el año 2000). En el mismo sentido, la producción de celulosa en 2014 representó el 26% (casi 455 mil m3 en rollo) de la producción del año 2000 (alrededor de 1.73 millones de m3 en rollo).
Para alcanzar un aprovechamiento de madera sostenible, el volumen de madera que se extrae debe ser menor a la renovación natural de los bosques, en caso contrario los bosques se degradan y forzosamente se debe recurrir a la siembra de plantas producidas en invernadero. Los datos del INFyS muestran que la tasa de renovación o incremento anual de las coníferas es 15.5 millones de metros cúbicos de madera en rollo, el cual es tres veces mayor a la producción registrada para este grupo de especies en 2012, según FAO (2015; Figura 2.32). Estas estimaciones sugieren que no se ha sobrepasado la capacidad de producción de los bosques de coníferas del país, sin embargo, tal como se mostró en el Mapa 2.14, la distribución de la producción de madera es heterogénea, por tanto su aprovechamiento podría haber llegado a sus límites en ciertas regiones.
RECURSOS FORESTALES NO MADERABLES
Los productos forestales no maderables (PFNM) reciben menor atención que los recursos maderables, sin embargo, su importancia es innegable, ya que se trata de productos como medicinas, alimentos, resinas, gomas, tintes, ceras, tierra de monte, esencias y aceites, entre otros. La mayoría de estos productos no tienen valor comercial, y aquellos que sí lo tienen por lo general no cuentan con un mercado amplio y consolidado, por lo que son explotados localmente por los habitantes de comunidades de escasos recursos económicos. La falta de valor comercial dificulta el obtener estimaciones precisas de su producción y consumo, en particular en zonas rurales. Por esta razón, los valores reportados en esta sección pueden ser subestimaciones de su aprovechamiento real en nuestro país.
En el periodo de 1997 a 2014, la producción nacional de PFNM mostró grandes variaciones, el promedio de la producción fue de poco más de 238 mil toneladas por año (Figura 2.34a).
La producción está dominada por la extracción de tierra de monte, la cual varió entre 45 mil y 532 mil toneladas anuales, acumulando casi el 70% del volumen total de los PFNM del periodo 1997-2014 (alrededor de 2.8 millones de toneladas, Figura 2.34a y 2.35). Le siguen en importancia las resinas (11.7% del volumen total de PFNM, alrededor de 473 mil toneladas) y las fibras (1.9%, poco más de 77 mil toneladas; Figuras 2.34b y 2.35; Cuadro D3_ RFORESTA04_05).
Las fibras y las ceras representan apenas el 2.4% del volumen de PFNM del periodo (Figura 2.35), sin embargo, son el sustento de muchas familias de bajos ingresos en el país. Por lo general, estos productos se obtienen a partir de plantas de las familias Agavaceae, Bromeliaceae y Euphorbiaceae, las cuales son comunes en matorrales xerófilos y selvas caducifolias.
Los estados que registraron la mayor producción de PFNM entre 1997 y 2014 fueron el estado de México (643 194 t, 19.4% del total de periodo), Morelos (481 949 t, 14.6%), Michoacán (418 112 t, 12.6%), Sonora (362 841 t, 11%), Distrito Federal (291 895 t, 8.8%) y Coahuila (217 557 t, 6.6%); en contraste, los que produjeron menos fueron: Quintana Roo (719 t, 0.02%), Aguascalientes (725 t, 0.02%), Baja California Sur (873 t; 0.03% del total) y Yucatán (2 170 t, 0.07%; Mapa 2.16; Cuadro D3_RFORESTA04_04). Una característica de la explotación de los PFNM en nuestro país es la escasa variedad de productos y especies silvestres usadas; por ejemplo, la riqueza florística del país se estima en más de 25 mil especies de plantas superiores, sin embargo, solo 100 especies son explotadas comercialmente y menos de mil son las que son aprovechadas a nivel regional (Figura 2.36; Cuadro D3_RFORESTA04_06).
Los PFNM tiene un enorme potencial comercial; sin embargo deben ser aprovechados bajo un esquema de conservación de las condiciones originales de los sitios de donde son extraídos, es decir, su permanencia requiere de ecosistemas naturales con cierto grado de conservación, de aquí que su aprovechamiento pueda ser utilizado también para implementar prácticas de conservación del ambiente.
CONSERVACIÓN Y MANEJO SUSTENTABLE DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES Y SUS RECURSOS
Las consecuencias ambientales de la deforestación, la fragmentación y la degradación de la cubierta vegetal son evidentes en México: van desde el empobrecimiento del paisaje que ha sido sustituido por tierras desmontadas, hasta la erosión de los suelos, siendo este recurso el más importante para la recuperación de las masas forestales. La pérdida de los ecosistemas terrestres también promueve la pérdida de la biodiversidad y afecta su estabilidad y resiliencia. Además, afecta negativamente la disponibilidad y la calidad de las aguas superficiales y subterráneas. El daño a los ecosistemas terrestres y en particular a las comunidades vegetales aumenta la vulnerabilidad ante eventos meteorológicos extremos, como las lluvias torrenciales, inundaciones, ventiscas y huracanes, lo que retroalimenta el deterioro y la pérdida de los ecosistemas naturales.
El deterioro del medio ambiente afecta el estado de bienestar de la población (véase el capítulo de Población y medio ambiente). La degradación del ambiente se acompaña, en el corto, mediano o largo plazos por la pérdida y el deterioro de los medios de subsistencia y de la calidad de vida de muchas comunidades (especialmente las rurales), lo cual empeora aún más las situaciones de marginación y pobreza. En este sentido, el desarrollo de la sociedad sigue estrechamente relacionado con el continuo y adecuado aprovisionamiento de los servicios ambientales que brindan los ecosistemas, el cual está inevitablemente unido a su integridad y funcionamiento.
El gobierno federal ha promovido estrategias que permitan garantizar la conservación del capital natural nacional y del abastecimiento continuo de los servicios que brindan, arientado bajo un esquema de desarrollo sustentable y sostenido. En general, son tres las líneas de acción dentro de las cuales pueden agruparse a los programas y acciones federales encaminadas a cumplir estos propósitos.
La primera línea está dada por los instrumentos de política de conservación ambiental que pretenden proteger y detener la pérdida de la superficie remanente de los ecosistemas naturales. Esta línea de acción, además de proteger los ecosistemas y sus especies representativas, también pretende conservan los servicios ambientales de muchas regiones del país. Dentro de ellos se encuentran, principalmente, las áreas naturales protegidas, los humedales incluidos en la Convención Ramsar y los programas de pagos por servicios ambientales.
La segunda línea engloba los programas que tratan de mejorar la calidad de vida de la población a través del aprovechamiento sustentable de los recursos naturales presentes en sus comunidades -principalmente los recursos forestales y faunísticos-; su objetivo es evitar que se sobrepasen los niveles de recuperación de los recursos naturales o su capacidad de carga ante una actividad dada, lo que garantiza su extracción y existencia a largo plazo. Destacan dentro de esta línea de acción los programas de aprovechamiento de la vida silvestre y de desarrollo forestal comunitario.
La tercera línea de acción comprende los intrumentos de política de recuperación de las coberturas vegetales a través de la reforestación, la contención de los incendios forestales y las enfermedades y plagas que los atacan.
También existen otros instrumentos de política ambiental que de forma indirecta, han servido para proteger tanto los ecosistemas terrestres como marinos del país; éstos son los ordenamientos ecológicos del territorio y las evaluaciones de impacto ambiental. Los primeros funcionan como instrumentos de planeación y administración de las actividades propicias para ocupar los usos del suelo tomando en cuenta su aptitud, prioridades y necesidades particulares. Los segundos tienen el objetivo de identificar y cuantificar los impactos al medio ambiente derivados de la ejecución de un proyecto dado también son una forma de determinar si los proyectos son ambientalmente factibles y condicionan su ejecución a la aplicación de medidas de prevención y mitigación de los impactos ambientales.
CONSERVACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES Y SUS SERVICIOS AMBIENTALES
A nivel mundial, las áreas naturales protegidas han sido una de las estrategias más importantes para mantener la integridad de los ecosistemas. Estas áreas son superficies representativas de los diversos ecosistemas terrestres y marinos, en donde el ambiente original no ha sido alterado significativamente por la actividad humana. Las áreas naturales, por su integridad funcional y estructural, proporcionan servicios ambientales de diversos tipos y albergan recursos naturales y especies de importancia ecológica, económica y/o cultural. A nivel global, las áreas protegidas cubren aproximadamente 17 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a alrededor del 13% de la superficie terrestre (UNEP, 2011).
La estrategia de conservación de los ecosistemas terrestres pretende proteger las zonas naturales importantes por su biodiversidad y/o servicios ambientales que brindan. Dentro de esta estrategia, los instrumentos más importantes en México han sido las áreas naturales protegidas federales (ANP), los humedales de la Convención Ramsar y los programas de pago por servicios ambientales (PSA). En conjunto, estos instrumentos protegían, hasta 2015, alrededor de 29.4 millones de hectáreas, lo que equivale aproximadamente al 15% de la superficie nacional continental (Figura 2.37).
En México, el crecimiento de la superficie protegida de ecosistemas terrestres por ANP federales ha sido importante: pasó de 16.4 millones a 20.8 millones de hectáreas entre 1994 y 20159, lo que representa hasta este último año, alrededor del 11% de la superficie continental nacional (Cuadro D3 BIODIV04_13; IB 6.1-6). De la superficie protegida por las ANP en 2015, el 81% corresponde a zonas terrestres y el 19% a zonas marinas (para mayores detalles ver el capítulo de Biodiversidad).
En las ANP federales terrestres los ecosistemas naturales mayormente representados son los matorrales xerófilos (cerca de 8.4 millones de ha, 45.7%), los bosques templados (4.2 millones de ha, 23%) y las selvas subhúmedas y húmedas (3.2 millones de ha en conjunto, 9.7 y 7.7%, respectivamente).
México también participa en la Convención Internacional Ramsar para la protección de humedales, a la cual se adhirió en 1986. La Convención busca la conservación y el uso racional de los humedales en términos ecológicos, botánicos, zoológicos, limnológicos e hidrológicos. Entre otros ecosistemas que protegen se encuentran manglares, ciénegas, lagunas y desembocaduras de ríos (para mayor información de los humedales de la Convención Ramsar, ver el capítulo de Biodiversidad.). En México, de los sitios Ramsar en humedales, 80 están total o parcialmente incluidas dentro de 177 ANP - con una superficie de cerca de 7.2 millones de hectáreas - mientras que 62 se ubican fuera de las áreas protegidas (con un área de alrededor de 1.9 millones de ha).
La importancia de los servicios ambientales ha llevado al gobierno mexicano a diseñar un grupo de estrategias que pretenden recompensar a los propietarios que conserven sin cambios los ecosistemas que producen servicios ambientales dentro de sus tierras. La recompensa es un pago que, además de ser una fuente de ingreso, también incentiva la protección y el no cambio de uso del suelo. Esta estrategia ha estado dirigida hacia la protección de las cuencas, la conservación de los bosques y el mantenimiento de la biodiversidad y la captura de carbono.
En el año 2003 inició el Programa de Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos (PSAH), a cargo de la Conafor. El objetivo principal del PSAH ha sido el mantenimiento de los servicios ambientales hidrológicos brindados por los bosques y selvas. Los propietarios de las tierras apoyados tienen la obligación de mantener en buen estado su terreno - sin cambio de uso del suelo - durante el tiempo que dure el convenio. El apoyo se ha dirigido hacia zonas de cuencas hídricas críticas, con acuíferos sobreexplotados o que abastecen a poblaciones con más de 5 mil habitantes.
En el año 2004 inició el Programa para Desarrollar el Mercado de Servicios Ambientales por Captura de Carbono y los Derivados de la Biodiversidad y para Fomentar el Establecimiento y Mejoramiento de Sistemas Agroforestales (PSA-CABSA). Este programa promueve el acceso de los propietarios de terrenos forestales a los mercados (nacionales e internacionales) de los servicios ambientales derivados de la captura de carbono y de la biodiversidad de los ecosistemas forestales. Los pagos a los propietarios tratan de incentivarlos a realizar las acciones que mantengan o mejoren la provisión de los servicios ambientales que capturan, secuestran y fijan el carbono como una estrategia para mitigar el cambio climático global, así como la conservación de la biodiversidad. En conjunto, la superficie beneficiada principalmente de bosques templados, mesófilos de montaña y selvas por los PSAH y PSA-CABSA alcanzaron hasta diciembre de 2015 los 4.91 millones de hectáreas. Entre 2003 y 2014 el estado que contó con la mayor superficie beneficiada fue Oaxaca (con poco más de 456 mil ha, es decir, 10.2% de la superficie total beneficiada por el programa, Mapa 2.17), seguido por Durango (332 mil ha; 7.4%), Quintana Roo (238 mil ha, 5.3%), Jalisco (222 mil ha, 5%) y Coahuila (201 mil ha; 4.5%).
USO SUSTENTABLE DE LOS RECURSOS NATURALES DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES
En un afán de cubrir la demanda del mercado o las necesidades de corto plazo en muchas regiones del país, se sobreexplotaron los recursos naturales de varios ecosistemas y no se permitió o dio tiempo al medio ambiente para recuperarse. Como consecuencia, las poblaciones de muchas especies se redujeron rápidamente, algunas se extinguieron localmente, lo que produjo la caída de su producción y, en los casos más graves, su extinción definitiva. No solo la explotación comercial irracional provoca la extracción no sustentable de los recursos naturales, también ciertas prácticas extractivas tradicionales pueden llevar al deterioro de las poblaciones silvestres, por lo cual se hace necesario aplicar regulaciones específicas que aseguren su aprovechamiento en el largo plazo y permitan el uso sustentable de la vida silvestre. Para este fin se han diseñado e implementado diversos instrumentos, los cuales pueden agruparse en dos ejes principales: 1) los encaminados al manejo de la vida silvestre de interés cinegético u ornamental, representado por las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (Uma); y 2) aquellos que apoyan el desarrollo de la actividad forestal a través del aumento de la productividad y la diversificación en el uso de los ecosistemas forestales, tal es el caso del Programa de Desarrollo Forestal (Prodefor). Ambos instrumentos también tienen el objetivo de mejorar la calidad de vida de los propietarios de los terrenos donde se encuentran los ecosistemas naturales aprovechados.
Hasta 2015, los programas de ambos ejes han apoyado una superficie total de más de 61 millones de hectáreas (Figura 2.38), lo que representa poco más del 31% de la superficie terrestre del país. De esta superficie beneficiada, el 57% pertenece a las Uma (alrededor de 34.8 millones de ha10) y 43% al Prodefor (26.5 millones de ha).
Las Unidades de Manejo de la Vida Silvestre (Uma) fueron establecidas en 1997 y son coordinadas por la Semarnat a través de la Dirección General de Vida Silvestre (DGVS). Las Uma tienen como objetivo aprovechar la vida silvestre de forma legal y viable, al mismo tiempo que se promueven alternativas de producción compatibles con el cuidado del ambiente, así como con el uso racional, ordenado y planificado de los recursos naturales. Las Uma también constituyen una alternativa para mejorar la calidad de vida de los poseedores de los terrenos donde se establecen las unidades, pues se vuelven empresarios y promotores del cuidado del hábitat donde se desarrollan las poblaciones de las especies objetivo, así como de los servicios ambientales que generan.
Las mayoría de las Uma se han concentrado en la zona norte del país, siendo los matorrales xerófilos, seguidos de los pastizales y los bosques templados, los principales ecosistemas beneficiados por este instrumento. Los estados con mayor superficie acumulada de Uma extensivas vigentes entre 1999 y 2014 fueron Sonora (8.1 millones de ha, 23.8% de la superficie nacional de Uma), Coahuila (5 millones de ha, 14.8%), Baja California (3.2 millones de ha; 9.5%), Baja California Sur (2.7 millones de ha, 7.9%) y Chihuahua (2.5 millones de ha, 7.3%; Mapa 2.18).
En algunos casos, las Uma se han instalado dentro de las ANP, lo que ha traído beneficios adicionales, entre ellos la disminución de la presión de las comunidades humanas vecinas sobre los recursos de las zonas protegidas. Hasta 2014 la superficie de Uma incluida en ANP ascendía a cerca de 3.6 millones de hectáreas, poco más del 9.4% de la superficie total de Uma. Mayores detalles de las Uma pueden encontrarse en el capítulo de Biodiversidad en la sección de Protección de la biodiversidad.
Por su parte, el Programa de Desarrollo Forestal (Prodefor), iniciado en 1997 y coordinado por la Conafor, ha impulsado la productividad y la diversificación del uso de los ecosistemas forestales, así como el desarrollo de la cadena productiva del mercado forestal; todo a través del otorgamiento de apoyos económicos a los dueños de los terrenos forestales, que pueden ser ejidos, comunidades y pequeños propietarios. Este programa se coordina con los gobiernos de los estados. El Prodefor ha crecido significativamente desde su creación, pasó de 3 millones de hectáreas apoyadas para su incorporación o reincorporación en el periodo 1997 a 2000, a 26.5 millones de hectáreas en 2015. Los principales ecosistemas beneficiados han sido los matorrales xerófilos que se caracterizan por su riqueza en productos no maderables, los bosques templados y las selvas. Entre 2003 y 2015, los estados con mayor superficie apoyada por Prodefor fueron Chihuahua (13.4% de la superficie total apoyada, 2.6 millones de ha), Durango (10.5%, 2 millones de ha), Sonora (9.6%, 1.84 millones ha), Coahuila (7.3%, 1.4 millones de ha) y San Luis Potosí (6.6%, 1.3 millones de ha; Mapa 2.19). En cuanto al Programa de Desarrollo Forestal Comunitario (Procymaf) en el periodo de 2007 a 2014, los ejidos o comunidades que más apoyos económicos fueron los ubicados en los estados de Oaxaca (11.3% del total para el periodo), Michoacán (8.8%), Durango (8.3%), estado de México (7.7%) y Jalisco (7.7%). Los estados con menor apoyo fueron Aguascalientes (0.27% del total del periodo), Distrito Federal (0.31%) y Nuevo León (0.36%; Mapa 2.20).
RECUPERACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES
Para enfrentar la pérdida y alteración de los ecosistemas naturales del país, se hizo necesario diseñar e implementar instrumentos de política ambiental orientados a la recuperación de zonas degradadas o afectadas por plagas o enfermedades, y en la medida de lo posible, recuperar zonas donde los ecosistemas naturales hubiesen desaparecido. Las principales estrategias de esta línea de acción han sido la reforestación, el impulso al establecimiento de plantaciones forestales, la recuperación de suelos, el combate a los incendios forestales y las prácticas de sanidad forestal.
La recuperación reconoce el hecho de que no se pueden restablecer las condiciones originales de los ecosistemas en cuanto a su biodiversidad y a sus procesos ecológicos en que se encontraban antes de la intervención humana. Sin embargo, la recuperación contribuye a detener la degradación ambiental y a mantener ciertos servicios ambientales, como son la recarga de los acuíferos y la productividad del suelo; también puede evitar una mayor pérdida y alteración de los ecosistemas terrestres. Para ello se ejecutan programas de combate a los incendios forestales, control de plagas y enfermedades, y se elaboran acciones para la recuperación de suelos.
Los programas de recuperación de los ecosistemas terrestres incluyen al Programa de Conservación y Restauración de Ecosistemas Forestales (Procoref, dentro del cual están el Programa de Reforestación, las acciones de conservación y restauración de suelos forestales, y de sanidad forestal) y el Programa de Plantaciones Forestales Comerciales (Prodeplan). Hasta el cierre de 2015, la superficie acumulada atendida por los dos programas ascendió a 6.5 millones de hectáreas, de éstas poco más de 68% correspondió a la reforestación (alrededor de 4.4 millones de ha), 12% a las labores de sanidad forestal (alrededor de 809 mil ha), 15% a la conservación y restauración de suelos forestales (cerca de 972 mil ha) y 4.7% a las plantaciones forestales comerciales (alrededor de 305 mil ha; Figura 2.39). En total, la superficie atendida por estos instrumentos representó el 3.3% de la superficie terrestre nacional.
El Programa Nacional de Reforestación (Pronare) se creó en 1995 con el objetivo de detener y revertir el deterioro de la cubierta forestal del país a través de la reforestación apropiada de sitios estratégicos. En 2001 el Pronare fue transferido a la Conafor y actualmente forma parte del Programa de Conservación y Restauración de Ecosistemas Forestales (Procoref). Las labores de reforestación se realizan en zonas forestales perturbadas, en particular en las afectadas por incendios, y las que han sufrido tala ilegal, sobrepastoreo, erosión y las que son susceptibles de reconversión a zonas forestales. Una parte de la reforestación también se realiza dentro de las ANP. El programa da prioridad al empleo de especies nativas para la reforestación de cada ecosistema. En el caso de las especies tropicales, se prefiere el cedro rojo (Cedrela odorata), caoba (Swietenia macrophylla), el palo de rosa (Tabebuia rosea) y la primavera (Tabebuia donnell-smithii y Tabebuia chrysantha), mientras que para las regiones templadas se utilizan coníferas, principalmente pinos (Pinus spp.). Para las regiones semiáridas11, se usan agaves (Agave spp.), nopales (Opuntia spp.), mezquites (Prosopis spp.), sotoles (Dasylirion spp.) y pinos piñoneros (Pinus spp.).
La superficie reforestada en el país ha seguido una tendencia creciente, mientras que en 1993 se reforestaron cerca de 14 512 hectáreas, en 2014 se alcanzaron las 128 mil hectáreas. En 2014, los estados en los que se reforestó una mayor superficie fueron Nayarit (9 104 ha), Guerrero (8 664 ha), Durango (8 435 ha) y Colima (8 209 ha). En contraste, los estados con menores superficies reforestadas fueron el Distrito Federal (285 ha), Campeche (780 ha) y Baja California Sur (853 ha; Mapa 2.21).
Como se ha mencionado, las plagas y enfermedades forestales pueden ocasionar graves impactos ecológicos sobre los ecosistemas, lo que a su vez puede generar problemas sociales y económicos en las comunidades rurales dedicadas a la actividad forestal. Al respecto, la Procoref brinda apoyo para prevenir y combatir las plagas y enfermedades forestales. Las acciones incluyen el diagnóstico fitosanitario en zonas de vegetación natural y en plantaciones forestales, viveros, áreas reforestadas y zonas urbanas. Una vez que se ha realizado el diagnóstico, y en caso de encontrarse áreas afectadas, se procede al tratamiento.
Entre 2003 y 2014, la superficie anual tratada a nivel nacional fue de poco más de 59 mil hectáreas al año. En este periodo, los estados con mayor superficie tratada fueron Chihuahua (102 mil ha), Durango (83 mil ha), Nuevo León (46 mil ha), Jalisco (45 mil ha) y Oaxaca (44 mil ha); los estados con menor superficie tratada fueron Morelos (2 358 ha), Yucatán (2 751 ha) y Sinaloa (6 082 ha; Mapa 2.22).
A pesar del esfuerzo nacional en el tratamiento de las superficies afectadas por enfermedades o plagas forestales, es necesario incrementar su alcance, por ejemplo, de la superficie afectada en el periodo 2003 y 2014, sólo se realizaron actividades sanitarias en cerca del 64% de la superficie con algún tipo de afectación.
En el periodo de 2003 a 2014 los estados que trataron el mayor porcentaje de su superficie afectada fueron Quintana Roo (en 95% del área afectada), Durango (88%), Chihuahua (87%), Michoacán (82%) y Nayarit (81%). En contraste, los estados que trataron una proporción menor de su superficie afectada fueron Morelos (42%), Yucatán (44%), Campeche (46%), Sonora (47%), Tamaulipas (48%), Sinaloa y Coahuila (49%; Mapa 2.23).
En el periodo 2003 a 2014, las plagas más combatidas fueron los descortezadores, con 260 363 hectáreas (equivalente al 40% de la superficie tratada en el periodo), seguidos de los muérdagos (186 458 ha, 29%), los defoliadores (145 970 ha; 23%) y los barrenadores (26 962 ha; 4%; Figura 2.40).
Una de las opciones empleadas en varias partes del mundo para reducir las presiones sobre las comunidades forestales, ha sido el establecimiento de sistemas de manejo o plantaciones forestales; de esta forma se obtienen los productos naturales de manera sencilla y rentable. Estos sistemas no solo reducen la presión sobre los recursos forestales, sino también previenen la degradación del suelo y favorecen la recarga de los mantos acuíferos, entre otros servicios ambientales. En el mundo, desde 1990 las plantaciones forestales han crecido a una tasa anual del 2.01%, esto es, alrededor de 4.5 millones de hectáreas anuales; para 2015 se contabilizaba una superficie total de poco más de 1 212 millones de hectáreas de plantaciones forestales (FAO, 2015).
En México, en 1997 se puso en operación el Programa para el Desarrollo de Plantaciones Forestales Comerciales (Prodeplan), con el objetivo de apoyar el establecimiento (en terrenos no boscosos) y el mantenimiento de plantaciones comerciales que contribuyeran a la autosuficiencia en productos forestales. Este programa ha producido resultados notables en los últimos años, del año 1997 al 2014 se han apoyado más de 865 mil hectáreas de plantaciones en todas las entidades del país. Las entidades con mayor superficie apoyada en el periodo 2000 a 2014 fueron Veracruz (poco más de 45 mil ha), Coahuila (41 mil ha), Tabasco (32 mil ha), Campeche (25 mil ha) y Chiapas (24 mil ha; Mapa 2.24).
El combate a los incendios forestales es otro frente de lucha contra la destrucción de la cobertura vegetal. Para ello se siguen tres acciones: la prevención, el pronóstico y el combate directo. Las prácticas de prevención incluyen las brechas cortafuego y las quemas prescritas, programas de educación ambiental y acciones legales. Para el pronóstico de incendios se cuenta con el apoyo del Servicio Meteorológico Nacional (que proporciona información sobre sequías y altas temperaturas) y también se cuenta con el Sistema de Información de Incendios Forestales de México, que funciona mediante un acuerdo con el Ministerio de Recursos Naturales de Canadá. Con la información de ambos centros se generan índices de riesgo de incendios, los cuales se construyen considerando varios elementos, como datos meteorológicos, cantidad de material combustible, topografía del sitio de interés, entre otros; y a partir de esta información se generan mapas que muestran los puntos críticos donde pueden presentarse los incendios. La detección de incendios en curso se realiza mediante avistamientos desde torres, aviones o vehículos terrestres. El combate de los incendios se realiza mediante brigadas apoyadas por las autoridades competentes, cuerpos de seguridad (marina y ejército) y voluntarios, todo bajo la supervisión de expertos y representantes de la Conafor.
En el periodo 1997 a 2015, el tiempo promedio de detección de los incendios fue de 46 minutos, mientras que las llegadas para iniciar su combate promediaron una hora con 22 minutos y la duración de los incendios fue de 13 horas en promedio (Figura 2.41).
En resumen, hasta el año de 2015 los instrumentos de conservación, uso sustentable y recuperación de los ecosistemas atendieron en conjunto, una superficie acumulada de casi 97 millones de hectáreas, lo que representa cerca del 50% del territorio nacional (Figura 2.42). Es importante señalar que debido a que existe traslape entre las superficies atendidas por algunos instrumentos (p. ej., las Uma y los PSA con las ANP o las zonas que se reforestan dentro de las ANP) la superficie atendida podría ser menor.
OTROS INSTRUMENTOS INDIRECTOS DE PROTECCIÓN DE LOS ECOSISTEMAS TERRESTRES
ORDENAMIENTO ECOLÓGICO DEL TERRITORIO
El uso del suelo ha estado regido por las necesidades de alimento, vivienda y de la forma de convivencia social. La economía y la organización social son los principales motores de cambio de la humanidad y han promovido la transformación de varios ecosistemas hacia tierras de cultivo, de pastoreo y de construcción de zonas urbanas, entre otros usos. La planificada y la adecuada administración del uso del suelo traen consigo mejoras a la calidad de vida de la población y al uso sustentable de los recursos naturales. En contraste, la falta de planeación ha provocado la sobreexplotación de los ecosistemas, el establecimiento de poblaciones en zonas de alto riesgo, la deforestación y la eliminación de humedales para el desarrollo de granjas acuícolas o centros turísticos, entre otros.
El instrumento emanado de las consultas y estudios coordinados por el gobierno que pretende conciliar las aptitudes, prioridades y necesidades de los usos del suelo es el ordenamiento ecológico del territorio, el cual se define como “...el instrumento de política ambiental cuyo objeto es regular o inducir el uso del suelo y las actividades productivas con el fin de lograr la protección del medio ambiente, la preservación y el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales, todo ello a partir del análisis de las tendencias de deterioro y las potencialidades de aprovechamiento de los mismos” (Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente, 2015).
Con base en el reglamento de la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LGEEPA), en materia de Ordenamiento Ecológico del Territorio (OET), se establece que el OET tiene por objetivo clasificar por grados de aptitud de la tierra o uso del suelo y vegetación al territorio nacional y las zonas sobre las cuales tiene soberanía y jurisdicción. La aptitud del uso de la tierra se refiere a las condiciones y recursos disponibles en el lugar para realizar una actividad determinada, sea ésta de conservación, de aprovechamiento o de urbanización. Estos lugares se denominan áreas prioritarias y de aptitud sectorial. En este sentido el Programa de Ordenamiento Ecológico General del Territorio (POEGT) orienta la vocación de la tierra para el establecimiento de actividades productivas o de asentamientos humanos; también procura mantener los bienes y servicios ambientales; promueve la protección y conservación de los ecosistemas y su biodiversidad; fortalece el Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SNANP); media en la solución de conflictos ambientales, y facilita la gestoría de la Administración Pública Federal (APF). La clasificación ecológica del territorio nacional (aptitud sectorial), a su vez permite establecer las estrategias necesarias para la preservación, protección, restauración y aprovechamiento sustentable de los recursos naturales. El OET también orienta sobre las medidas de mitigación que podrían adoptarse ante impactos ambientales. Es importante mencionar que la ejecución del OET es independiente del cumplimiento de la normatividad aplicable a otros instrumentos de política ambiental, este es el caso de las Áreas Naturales Protegidas y de algunas las Normas Oficiales Mexicanas.
De acuerdo con la LGEEPA, existen cuatro niveles de ejecución de los programas de ordenamiento ecológico: 1) el ordenamiento ecológico general del territorio, de carácter indicativo para los particulares, pero obligatorio para la Administración Pública Federal y de competencia federal; 2) el ordenamiento regional, aplicable a dos o más estados, a dos o más municipios o al estado completo y cuya expedición es competencia de las autoridades estatales; 3) el ordenamiento local, que se aplica en un municipio completo o en parte de éste y cuya expedición es competencia de las autoridades municipales, y 4) los ordenamientos ecológicos marinos, que incluyen las zonas marinas y las zonas federales adyacentes que son competencia de la federación (ver el recuadro sobre Ordenamientos ecológicos marinos).
El Ordenamiento Ecológico General del Territorio (OEGT), publicado en septiembre de 2012, “…establece las bases que permiten que las secretarías de Estado se coordinen con estados y municipios para elaborar e instrumentar sus proyectos tomando en cuenta la aptitud territorial, las tendencias de deterioro de los recursos naturales, los servicios ambientales, los riesgos ocasionados por peligros naturales y la conservación del patrimonio natural” (Semarnat, 2015). En su formulación, que comenzó en el año 2008, participaron las dependencias y entidades de la Administración Pública Federal que realizan actividades que inciden en la ocupación del territorio (como las secretarías de Medio Ambiente y Recursos Naturales; Desarrollo Social; Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; Comunicaciones y Transportes; Turismo; Energía; Reforma Agraria; Economía, Gobernación y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía), y fue retroalimentado por las autoridades de planeación del desarrollo y ambiental de los estados y los Consejos Consultivos para el Desarrollo Sustentable.
La mayoría de los ordenamientos ecológicos regionales o de nivel estatal decretados se localizan en el centro del país, la península de Yucatán y el norte de la península de Baja California. En estos ordenamientos han participado, de forma decisiva, los sectores de desarrollo turístico y urbano (Mapas 2.25 y 2.26). En el caso de ambas penínsulas, a través de los ordenamientos, se pretende no solo conservar el medio ambiente sino también ser foco de desarrollo y atracción de actividades turísticas que permitan mejorar la calidad de vida de las comunidades locales, al mismo tiempo que se conserva la belleza del paisaje. Esto implica la participación de otros sectores orientados hacia la preservación ecológica y las actividades productivas, como el agropecuario, pesquero y forestal.
Con respecto a los ordenamientos ecológicos locales, hasta junio de 2015 la Dirección General de Política Ambiental e Integración Regional y Sectorial de la Semarnat (DGPAIRS) tenía registrados 71 ordenamientos locales decretados y algunos más en proceso de formulación a cargo de los gobiernos municipales. En lo referente a los ordenamientos regionales, en esa misma fecha, 45 contaban con decreto y varios más se encontraban en proceso de formulación a cargo de los gobiernos estatales (Figura 2.43). Actualmente, alrededor del 48% de la superficie terrestre nacional, es decir, 94.5 millones de hectáreas, cuenta con un ordenamiento ecológico decretado, ya sea regional o local.
LA EVALUACIÓN DEL IMPACTO AMBIENTAL
El impacto ambiental se define como cualquier modificación del medio ambiente ocasionada por la acción del humano o la naturaleza. La evaluación del impacto ambiental (EIA) es un instrumento de la política ambiental dirigido al análisis detallado de diversos proyectos de desarrollo y del sitio donde se pretenden realizar. El propósito de este análisis es identificar y cuantificar los impactos que la ejecución de un proyecto determinado puede ocasionar al ambiente. Los resultados de la evaluación determinan la factibilidad ambiental del proyecto (mediante el análisis costo-beneficio ambiental) y establece en su caso, las condiciones para su ejecución, así como las medidas de prevención y mitigación de los posibles impactos ambientales, a fin de evitar o reducir al mínimo los efectos negativos sobre el ambiente y la salud humana.
El procedimiento de evaluación del impacto ambiental se inició en México en 1988 con la publicación en el Diario Oficial de la Federación de la Ley General de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente (LGEEPA) y su Reglamento en Materia de Impacto Ambiental (REIA). En el reglamento se establecieron tres modalidades para la presentación de la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA): general, intermedia y específica. Asimismo, se determinó qué tipo de proyectos deberían ser sometidos al procedimiento de evaluación de impacto ambiental, junto con la forma precisa en que debería presentarse la información contenida en ellos. El 30 de mayo de 2012 fueron publicadas las modificaciones al Reglamento en Materia de Impacto Ambiental, mismas que entraron en vigor el 29 de junio del mismo año (DOF, 2012). Entre las reformas más importantes se encuentran la redefinición de las obras y actividades sujetas al procedimiento de evaluación de impacto ambiental de competencia federal, las cuales se clasifican por tipo de actividad, industria o por los recursos naturales que puedan afectarse. En este sentido, se determinó que los estados y municipios son responsables de la evaluación de impacto ambiental de todas aquellas obras y actividades que no se encuentren en el listado de competencia federal. Otra reforma importante fue el cambio de las modalidades general, intermedia y específica, por las de regional y particular.
En términos generales, las manifestaciones de impacto ambiental deben presentarse en la modalidad regional cuando se trata de proyectos que incluyen parques industriales, granjas acuícolas de más de 500 hectáreas, carreteras, vías férreas, proyectos de generación de energía nuclear, presas y, en general, proyectos que alteren las cuencas hidrológicas. También requieren esta modalidad de evaluación las obras que se pretendan desarrollar en zonas donde exista un programa de ordenamiento ecológico y en sitios donde se prevean impactos acumulativos, sinérgicos o residuales que pudieran ocasionar la destrucción, el aislamiento o la fragmentación de los ecosistemas. En los demás casos, la manifestación deberá presentarse en la modalidad particular. Es importante señalar que si el proyecto contempla actividades consideradas como altamente riesgosas, el estudio ambiental deberá acompañarse de un estudio de riesgo para su correspondiente evaluación y dictamen.
Para someter un proyecto a este procedimiento y obtener su autorización, el promovente deberá entregar a la Semarnat un Informe Preventivo o una Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) en la modalidad que corresponda de acuerdo al Reglamento en Materia de Evaluación del Impacto Ambiental (REIA). En la Figura 2.44 se muestran el número de proyectos ingresados para la evaluación de impacto ambiental en cada modalidad en el periodo 2005-2014 (Cuadro D4_ IMPACTO00_02).
Una vez evaluada la manifestación de impacto ambiental, la Semarnat emite la resolución correspondiente, la cual puede negar o aprobar la autorización para la ejecución del proyecto. En caso de aprobación, ésta puede darse en los términos solicitados o si se considera necesario, señalando las condiciones o medidas adicionales de prevención o mitigación que se deberán cumplir.
Se puede negar una autorización solicitada en aquellos casos en los que no se cumplan las leyes aplicables, cuando por la realización del proyecto se amenace o se ponga en peligro de extinción una o más especies o cuando exista falsedad en la información proporcionada por el promovente.
En el periodo 2005-2014, la Semarnat recibió 6 322 proyectos (702 en promedio por año) y atendió 6 145 evaluaciones (Figura 2.45; Cuadro D4_IMPACTO00_02). La mayoría de los proyectos ingresados correspondieron a obras y actividades de servicios de los sectores de vías generales de comunicación (4 282 proyectos), recursos hidráulicos (1 951), turismo (1 551), gasero (1 090) e industrial (957; Figura 2.46; Cuadro D4_IMPACTO00_03).
Los estados que en el periodo 2005-2014 ingresaron el mayor número de proyectos al procedimiento de impacto ambiental fueron Guerrero (570), Quintana Roo (499) y Veracruz (468); en contraste, Morelos (35), Distrito Federal (45), Tlaxcala (45), Zacatecas (52) y Durango (54) fueron las entidades que tuvieron menor demanda de evaluación de proyectos (Mapa 2.27; Cuadro D4_IMPACTO00_01). El total de proyectos atendidos, por entidad federativa, se muestra en el Mapa 2.28.
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NOTAS
1 Según FAO (2015) los bosques son tierras cubiertas por copas (o densidad equivalente) de árboles en más del 10% de la superficie y una extensión igual o mayor de 0.5 hectáreas. Los árboles deben tener una altura mínima de 5 metros en el momento de su madurez in situ. Esta definición no incluye tierra sometida a usos antrópicos, por lo cual el sistema de clasificación de bosques y selvas en este capítulo pueden ser incluidas en la definición de bosques de la FAO.
2 Las estimaciones de las tasas de cambio entre la Serie I y la Serie II de las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación, que se mencionan a lo largo del presente Informe, deben tomarse con cautela en virtud de que se ha considerado como fecha de la primera Serie el año 1976, cuando en realidad ésta fue elaborada a partir de un conjunto de fotografías áreas tomadas en su mayoría durante la década de los setenta.
3 La degradación es una modificación inducida por las actividades del hombre en la vegetación natural, pero no es un remplazo total de la misma.
4 De acuerdo a la FAO (2015) la deforestación es el cambio permanente de la cobertura forestal hacia un terreno con una cobertura de copas (o densidad equivalente) menor al 10% de la superficie, acompañado de un cambio del uso del suelo.
5 El bosque mesófilo de montaña y otros tipos de vegetación, no se distribuyen de forma natural en superficies continuas de gran extensión. Este fenómeno podría tener efectos significativos sobre los resultados obtenidos del análisis de fragmentación.
6 Los datos citados corresponden al año 1994, la información fue revisada en 2009 por la Cotecoca, la cual determinó que no era necesaria su actualización.
7 En las ciencias forestales, el término “calidad de sitio” se utiliza para denotar la productividad relativa de un sitio para una especie forestal determinada, lo cual permite realizar clasificaciones de la calidad del terreno según su potencial de producción (FAO, 2012).
8 En el Inventario la categoría bosques incluye a las masas forestales compuestas por coníferas, latifoliadas y la mezcla de ambas. Esta categoría agrupa a los tipos de vegetación que en este informe se clasifica como bosques templados y bosque de galería. En cuanto a selvas, el Inventario no considera al matorral subtropical, al cual este informe ubica dentro de la categoría selvas.
9 Datos a septiembre de 2015.
10 La cifra presentada corresponde a datos reportados por la Dirección General de Vida Silvestre (DGVS) de las unidades vigentes a diciembre de 2014. De acuerdo a la DGSV (revisión junio de 2015) el histórico acumulado del periodo 1999 a 2014 reporta una superficie cerca de 34.2 millones de hectáreas.
11 En los ecosistemas de matorral xerófilo y zonas semiáridas se prefiere la reforestación con especies suculentas en lugar de árboles, debido a que son especies adaptadas a condiciones de poca humedad y poseen propiedades importantes para conservación del suelo y el control de las escorrentías.