ECOSISTEMAS ACUÁTICOS
Aunque tradicionalmente los temas relativos a la disponibilidad y calidad del agua y los ecosistemas acuáticos (tanto continentales como oceánicos) se tratan separadamente, están íntimamente relacionados. Los ecosistemas acuáticos, tanto los dulceacuícolas como los costeros y oceánicos, participan de manera importante en el ciclo hidrológico, actuando por un lado, como los reservorios más importantes de agua, y por otro, como las fuentes primarias del vapor de agua que alcanza la atmósfera y posteriormente regresa a ellos en forma de precipitación y escurrimientos. En este sentido, actúan directa e indirectamente sobre los balances hídricos locales y regionales, es decir, sobre la disponibilidad del agua. Paralelamente, funcionan como receptores y filtros de los contaminantes que traen consigo las aguas que escurren y llegan a ellos, purificándolas y contribuyendo a mejorar su calidad.
Los cuerpos de agua continentales se forman por la interacción de la orografía y la entrada del agua proveniente de la lluvia o del derretimiento de la nieve o el hielo de los glaciares. En ellos se desarrolla una amplia gama de ecosistemas que van desde las charcas y ríos intermitentes, hasta los manantiales, ríos permanentes, lagos, lagunas y esteros. Sus características ecológicas varían dependiendo de las condiciones particulares de sus cuencas, así como del clima, suelo, tipo de vegetación y biodiversidad. Los ecosistemas acuáticos continentales pueden dividirse en sistemas lóticos, es decir, aquéllos cuyas aguas están en movimiento y corresponden principalmente a las corrientes superficiales (p.e. ríos y arroyos) y los sistemas lénticos, los cuales son almacenamientos de agua, ya sea naturales o artificiales (p.e. lagos, embalses y presas; Arriaga et al., 2000).
Los ríos que drenan hacia el Pacífico son generalmente pequeños, de flujo rápido y con pendientes pronunciadas, mientras que los que desembocan en el Golfo de México y el Caribe son, por lo general, grandes, caudalosos y con pendientes suaves. Los ríos más importantes por su volumen medio anual son, en la vertiente del Pacífico, el Colorado, Yaqui, Fuerte, Culiacán, Lerma-Santiago, Balsas, Papagayo, Ometepec, Verde, Tehuantepec y Suchiate; en la vertiente del Golfo, el Bravo, Pánuco, Tuxpan, Papaloapan, Coatzacoalcos, Grijalva y Usumacinta y, para la vertiente del Mar de las Antillas, el Hondo. Los ríos del interior más importantes son el Nazas-Aguanaval, Santa María, Casas Grandes y El Carmen.
Dentro de los cuerpos de agua lénticos existen alrededor de 70 lagos de tamaño muy diverso que, en conjunto, cubren una superficie cercana a las 371 mil hectáreas. El mayor número de lagos en el país se localiza en la zona del Eje Volcánico Transversal, asociados principalmente al sistema Lerma-Santiago. La zona centro-occidente (que incluye los estados de Jalisco y Michoacán) es la más importante, ya que alberga los lagos más grandes: Chapala, Cuitzeo y Pátzcuaro. Los embalses artificiales también son notables, ya que las más de 4 mil obras de almacenamiento que existen actualmente cubren una superficie mayor a la de los embalses naturales. Los embalses artificiales más grandes del país son las presas La Amistad, Falcón, Vicente Guerrero, Álvaro Obregón, Infiernillo, Cerro del Oro, Temascal, Caracol, Requena y Venustiano Carranza.
En México existe una gran diversidad de ecosistemas con influencia marina. El litoral mexicano se extiende por alrededor de 11 mil kilómetros, bañado por las aguas de tres grandes cuencas marinas: el Océano Pacífico, el Golfo de México y el Mar Caribe. La longitud del litoral y su diversidad de ambientes permiten la existencia de multitud de ecosistemas naturales que incluyen manglares, lagunas costeras, marismas, esteros, planicies de marea, islas de barrera, comunidades de pastos marinos y arrecifes de coral. De igual modo, la enorme extensión de su zona económica exclusiva (de alrededor de 315 millones de hectáreas, es decir, 1.6 veces su superficie terrestre) suma una gran diversidad de ambientes, como cañones submarinos, planicies abisales, montes y volcanes submarinos, trincheras y ventilas hidrotermales, los que sin duda enriquecen significativamente la biodiversidad nacional.
Biodiversidad dulceacuícola y marina
En números absolutos, los ecosistemas acuáticos continentales tienen relativamente pocas especies, pero su número por unidad de área es ligeramente superior al encontrado en ecosistemas terrestres y cerca de 15 veces superior al observado para los ecosistemas marinos (Arriaga et al., 2000; Tabla 6.4). La riqueza de especies acuáticas en el mundo es muy elevada: 40% de las 25 mil especies conocidas de peces viven en agua dulce, aunque los lagos y ríos tan sólo representan 0.3% del agua en el planeta (PNUMA, 2004).
Estimaciones para el territorio nacional señalan que la fauna acuática continental asciende a 384 especies de peces, 280 de anfibios, 41 de reptiles y 361 aves de ambientes acuáticos (Aguilar, 2003).
Los ríos con más diversidad de peces son el Pánuco (75 especies, 30% endémicas), Lerma-Santiago (57 especies, 58% endémicas), Coatzacoalcos (53 especies, 13% endémicas) y Papaloapan (47 especies, 21% endémicas; Miller, 1986; Figura 6.21). La riqueza de la flora se estima en 763 especies de plantas acuáticas, entre helechos, gimnospermas y angiospermas (Aguilar, 2003).
Algunos de los sistemas lacustres más importantes por su biodiversidad y alto número de endemismos conocidos son el lago de Chapala, los lagos-cráter de la Cuenca Oriental, el lago de Catemaco, la laguna de Chichankanab y el lago de la Media Luna. Cuatro Ciénegas, en el estado de Coahuila, es un sitio particularmente importante, ya que en esta pequeña zona viven 12 especies de crustáceos (la mitad endémicos), 33 de moluscos, 16 de peces (la mayoría endémicas y en peligro de extinción: Dionda episcopa, Cyprinodon atrorus, Lucania interioris y Cichlasoma minckleyi, entre otras), una herpetofauna de 70 especies y 61 aves acuáticas (Arriaga et al., 2000).
La biodiversidad marina de México, como en el mundo entero, es menos conocida que la de los ambientes dulceacuícolas y terrestres. Las dificultades técnicas y el costo económico de la investigación del ambiente marino han limitado significativamente el conocimiento biológico que se tiene de él. Los estudios que se poseen abarcan, en muchos de los casos, regiones o localidades muy particulares, lo que dificulta obtener cifras nacionales. Aguilar y colaboradores (2008) estiman que la relación de estudios sobre biodiversidad terrestre y marina a nivel mundial es de aproximadamente de diez a uno. A pesar de ello, de algunos grupos se tiene información confiable sobre su riqueza de especies. Para los corales hermatípicos o formadores de arrecifes se ha estimado para México entre 63 y 81 especies, lo cual representa entre 8 y 10% de las especies conocidas globalmente (Carricart-Ganivet y Horta-Puga, 1993; Spalding et al., 2001). En cuanto a los mamíferos marinos, se reconocen 45 especies, la mayoría en el Golfo de California (Conabio, 2006), mil 600 especies de algas marinas, entre mil y mil 300 de poliquetos, cerca de 2 mil de crustáceos y poco más de 500 de equinodermos (Arriaga et al., 1998).
Bienes y servicios ambientales de los ecosistemas acuáticos
Los ecosistemas naturales proveen de multitud de bienes y servicios indispensables para la vida diaria y el desarrollo de las sociedades. Estos bienes y servicios son resultado, finalmente, de la biodiversidad y de los procesos ecológicos que se llevan a cabo de manera natural y que mantienen en funcionamiento a los ecosistemas (ver también los capítulos de Ecosistemas terrestres y Biodiversidad). Actualmente, el reconocimiento de la importancia de los bienes y servicios ambientales se ha fortalecido en virtud de la dificultad, tanto económica como técnica, de sustituirlos una vez que los ecosistemas han sido degradados o destruidos en una región.
Aunque el agua dulce para el consumo humano es uno de los bienes más importantes que los ecosistemas acuáticos continentales brindan a la humanidad, existen otros no menos importantes (Tabla 6.5; ver para más información Daily et al., 1997, Wilson y Carpenter, 1999, MEA, 2005). Por ejemplo, en cuanto a bienes que se cotizan directamente en el mercado, además del agua potable, podemos distinguir su utilidad como medios para el transporte humano y de mercancías (p.e. en el caso de ríos y lagos), la generación de energía eléctrica, el abasto de alimentos (p.e. peces, moluscos y crustáceos, entre otros) y la irrigación de las tierras agrícolas. En el caso de los bienes y servicios no cotizados en el mercado, debemos destacar el papel que los humedales tienen como reguladores del control de las “avenidas” que resultan de los eventos de precipitación intensa (lo que evita o reduce las pérdidas humanas y económicas derivadas de las inundaciones), el mantenimiento de su rica biodiversidad (que incluye no sólo las especies que se emplean como alimento o como fuentes de materiales, sino también a las que sostienen a los ecosistemas), el reciclaje de nutrimentos (por medio de los ciclos biogeoquímicos), la purificación del agua de los desechos domésticos e industriales y la regulación del clima a nivel local y regional.
Los ecosistemas costeros y oceánicos también son proveedores de múltiples bienes y servicios ambientales. Además de los productos pesqueros que brindan una importante proporción de la ingesta proteica de la población mundial o de materias primas para la construcción (p.e. piedra caliza y arena), los ecosistemas costeros (manglares y arrecifes de coral) protegen a las poblaciones costeras del embate de los fuertes vientos y el oleaje producidos por las tormentas tropicales y huracanes, sirven de sitios de cría para muchas especies comerciales y mantienen una gran biodiversidad (Tabla 6.6).
Aun cuando las estimaciones del valor económico de los servicios ambientales son escasas dada la dificultad que implica su cálculo, se ha estimado que en el caso de los ecosistemas acuáticos puede alcanzar varios miles de dólares por hectárea, lo cual se traduce en beneficios “gratuitos” para la población que, de no seguir existiendo, representarían una inversión económica cuantiosa (Tabla 6.7). En el caso de México, por ejemplo, se ha encontrado que la producción en las pesquerías de peces y cangrejos en el Golfo de California está relacionada directamente con la abundancia local de manglares: el valor económico de dicha producción se ha estimado en alrededor de 37 mil 500 dólares por hectárea de manglar (Aburto-Oropeza, et al., 2008). Debe recordarse que la pérdida de la biodiversidad y la integridad de estos ecosistemas pueden ocasionar la disminución de la cantidad y calidad de los bienes y servicios ambientales que brindan.
Servicios ambientales de los ecosistemas acuáticos: el caso de la pesca
Por su valor económico y volumen de producción, los productos pesqueros son algunos de los bienes más importantes obtenidos de los ecosistemas de las aguas continentales y los océanos a escala global. La pesca aporta, para al menos 2 mil 600 millones de personas en el mundo, alrededor de 20% de su ingesta anual de proteínas (UNEP, 2007).
Las estimaciones preliminares de la pesca mundial para 2005, basadas en los informes de algunos de los principales países pesqueros, indican que la producción (que incluyó tanto la captura continental y marina como la acuacultura) alcanzó las 142 millones de toneladas, cifra mayor en un millón de toneladas a la registrada en 2004 y que representa una producción récord globalmente. Por su parte, es notorio que la acuacultura es el sector de la producción de alimentos de origen animal que ha crecido más rápidamente, con una tasa anual cercana a 8.8% desde 1970. En contraste, la captura pesquera ha crecido tan sólo a razón de 1.2% y los sistemas de producción de carne en tierra, lo hacen a 2.8% (FAO, 2007). La importancia de la acuacultura representa globalmente 22% de la producción pesquera y 40% del pescado consumido como alimento (MEA, 2005).
La producción pesquera nacional se ha mantenido relativamente constante en los últimos años, contabilizando en promedio 1.464 millones de toneladas anuales para el periodo 1986-2006 (Figura 6.22; Cuadro D2_PESCA01_02). Para este último año, la producción en peso vivo fue de alrededor de 1.5 millones de toneladas, de la cual 83% provino de la captura pesquera y 17% del cultivo o pesquerías acuaculturales (Cuadros D2_PESCA01_02 y D2_PESCA02_01; IB 2.2-6).
Si se analiza la producción pesquera regionalmente, los estados del litoral del Pacífico aportaron entre 1997 y 2006 el 76% de la producción, con alrededor de 14.6 millones de toneladas anuales en promedio, mientras que los estados del litoral del Golfo y el Caribe produjeron 22 % (alrededor de 318 millones de toneladas anuales) y aquéllos sin litoral tan sólo 2% (33 mil toneladas anuales) del total de la producción pesquera nacional (Sagarpa, 2007; Figura 6.23; Cuadro D2_PESCA01_01).
En 2006, del total de la producción pesquera nacional, incluyendo la captura y la acuacultura, más del 50% (cerca de 866 mil toneladas) fue aportado por sólo cuatro pesquerías (túnidos, sardina, escama y camarón), y de éstas, la pesquería de sardina representó 35%, con una producción estimada de más de 500 mil toneladas. Los estados que aportaron los mayores volúmenes de la producción pesquera en ese mismo año fueron Baja California Sur, Sonora y Sinaloa, con más de 897 mil toneladas anuales en conjunto (Mapa 6.19; Cuadro D2_PESCA01_01).
Impactos sobre la biodiversidad acuática continental
La fuerte dependencia que tienen las sociedades humanas de los bienes y servicios ambientales que ofrecen los cuerpos de agua continentales ha puesto en peligro la existencia de muchas de sus especies, y con ello, la integridad y el funcionamiento adecuado de los ecosistemas que habitan. En general, puede decirse que el grado de amenaza que sufren los ecosistemas acuáticos continentales es mayor que el de los ecosistemas forestales o costeros (Revenga et al., 2000). La contaminación, la sobreexplotación y la introducción de especies invasoras representan una amenaza adicional para la biodiversidad: aproximadamente 20% de las especies de peces de agua dulce se consideran amenazadas, en peligro o extintas en décadas recientes debido a estas presiones (Revenga et al., 2000). Más de 50% de los ecosistemas acuáticos continentales (excluyendo lagos y ríos) se han perdido en algunas regiones de Norteamérica, Europa y Australia (Finlayson y D´Cruz, 2005; ver el Recuadro Problemas globales de los ecosistemas marinos).
Las presiones sobre los ecosistemas dulceacuícolas y su biodiversidad se ejercen en dos frentes distintos: de manera directa, a través del impacto por la pérdida o degradación de las áreas que ocupan estos ecosistemas o por la extracción e introducción de especies; e indirectamente por los efectos que pueden resultar de las alteraciones en el flujo y la calidad del agua necesarios para mantener el óptimo funcionamiento de estos ecosistemas. Es importante mencionar que ambos tipos de efectos pueden presentarse dentro de las áreas que ocupan los ecosistemas acuáticos o sus cuencas. De ahí que los escurrimientos superficiales agrícolas cargados de nutrimentos que se generan en las partes altas de las cuencas puedan alcanzar y contaminar, por medio de los afluentes de menor caudal, los grandes ríos o lagos cuenca abajo.
Las principales amenazas para la biodiversidad acuática continental son la reducción o degradación del hábitat, la introducción de especies invasoras, la sobreexplotación de los recursos pesqueros y el cambio climático (UNESCO-WWAP, 2007). Sin embargo, la modificación de los cauces por presas y embalses, la sobreexplotación del agua y su contaminación por descargas agrícolas, municipales e industriales son también fuentes importantes del deterioro de la calidad de estos ecosistemas (Tabla 6.8).
La presión que estos factores han ejercido sobre los ecosistemas acuáticos ha conducido inevitablemente a la pérdida de las especies que ahí habitan. A nivel mundial hay más especies reconocidas de agua dulce en peligro de extinción que en los ambientes terrestres o marinos. Según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), existen en el mundo 3 mil 676 especies de agua dulce listadas como vulnerables, amenazadas o extintas (IUCN, 2007). De éstas, mil 92 son peces y mil 73 corresponden a anfibios (UNESCO-WWAP, 2007). La Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2001 que lista las especies y subespecies de flora y fauna silvestres en peligro de extinción, amenazadas, raras y las sujetas a protección especial registra 394 vertebrados acuáticos continentales incluidos en alguna de estas categorías, de las cuales 169 son peces, 197 anfibios y 28 corresponden a reptiles. La misma Norma reporta 16 especies extintas de peces de agua dulce en el país (DOF, 2002; IB 6.2-4).
En el caso de los ambientes costeros y marinos, la población y el desarrollo humano también han tenido un gran impacto sobre sus ecosistemas, debido fundamentalmente a que un alto porcentaje de la población mundial habita las zonas costeras, explota sus recursos naturales y desecha sus residuos en ellas. En el año 2000, alrededor de 40% de la población mundial habitaba la franja de tierra ubicada a los 100 kilómetros de la línea de costa (CIESIN, 2006). En México, el desarrollo de la franja costera también ha sido importante: la población de los municipios costeros creció, entre los años 2000 y 2005, a una tasa anual de 1.5%, pasando de 18.9 a 20.4 millones de habitantes (IB 6.3-5).
El crecimiento poblacional tiene un impacto directo sobre los ecosistemas costeros y marinos, principalmente por la construcción de infraestructura (a través de muelles, diques y rompeolas, entre otros), la sobreexplotación de sus recursos naturales, la disposición inadecuada de los residuos sólidos y las descargas de aguas residuales municipales sin tratamiento.
La pesca es una de las actividades humanas que más impacto ejerce sobre la biodiversidad costera y oceánica. Afecta tanto por la reducción de las poblaciones de las especies objetivo y la captura incidental de otros organismos (la llamada “fauna de acompañamiento”), como por la falta de selectividad de los métodos tradicionales de pesca. La pesca también afecta directamente a las comunidades marinas modificando los hábitats y alterando la dinámica de la cadena trófica. Según la Carta Nacional Pesquera de 2004, 33 de los 42 principales sistemas lagunares costeros del país están afectados por las actividades pesqueras, 27 de ellos en la costa del Pacífico y los restantes seis en el Golfo y el Caribe. Desde la perspectiva de las pesquerías marinas, la misma carta establece que en el Golfo de México y en el Pacífico, 19 y 27% de las pesquerías respectivamente, se encuentran en condiciones de deterioro, 67 y 51% en condiciones de aprovechamiento máximo sostenible, y alrededor de 15% tienen potencial de desarrollo (DOF, 2004).
Uno de los problemas más graves de la pesca es la falta de selectividad de las artes tradicionales, que produce la captura de ejemplares de muchas especies de peces e invertebrados sin valor comercial. En el caso de la pesca del camarón en México, por ejemplo, la fauna de acompañamiento la integran alrededor de 125 especies de peces, 2 de moluscos, 2 de equinodermos y 4 especies de crustáceos; 4 especies de todas las anteriores están incluidas en la NOM-059-SEMARNAT-2001 en alguna categoría de riesgo. Otras pesquerías pueden capturar especies de vertebrados amenazadas, entre las que se encuentran cetáceos, tiburones y tortugas marinas (Cuadro D2_PESCA04_02). Resulta difícil estimar con precisión el daño que la pesca incidental ha ocasionado en las aguas nacionales. Tan sólo en el año 2000, el descarte de fauna de acompañamiento, en buques de camarón, alcanzó cerca de 176 mil toneladas en el Pacífico, mientras que en el Golfo de México y Mar Caribe fue de 15 mil toneladas ().
Algunas artes de pesca también perturban el medio marino y destruyen el hábitat de muchas especies. Las redes de arrastre barren el lecho marino en busca de camarones y otras especies de peces en el fondo, lo que causa que pastos marinos, esponjas, corales y erizos, entre otros organismos, sean capturados, lastimados o desprendidos del lecho oceánico. Con la pérdida de los microhábitats creados por esponjas y corales, se pierden además sitios de reclutamiento y alimentación para otras especies, lo que afecta sus poblaciones y el flujo y dinámica de las cadenas tróficas. Aun cuando no se tienen datos periódicos del área que anualmente se barre en la búsqueda del camarón y otras especies del fondo en México, se calculó que en el año 2000, tan sólo en el Pacífico, la superficie arrastrada fue de casi 550 mil kilómetros cuadrados (es decir cerca de dos veces el estado de Chihuahua), mientras que en el Golfo de México y Mar Caribe pudo sumar los 187 mil kilómetros cuadrados (es decir, la superficie estatal de Sonora; Cuadro D2_PESCA04_01).
La introducción de especies no nativas también ha modificado la composición original de los ecosistemas acuáticos continentales. Estas especies se han introducido ya sea de manera intencional para la acuacultura, la pesca deportiva o el control biológico, o accidentalmente como resultado de la fuga de especies de ornato. Estas especies afectan a la fauna y flora nativas por la degradación del hábitat, depredación, competencia e introducción de enfermedades. El número de especies invasoras establecidas en los ecosistemas acuáticos continentales del país asciende actualmente a 76: dos especies de anfibios, 55 de peces, diez de plantas, cuatro crustáceos, un mamífero semiacuático, dos tortugas, un molusco y una medusa; su distribución abarca prácticamente todo el territorio nacional (Conabio, 2008; IB 6.2.-2). En el caso de las especies invasoras marinas, se han reportado 42 especies establecidas: una especie de anfibio, tres especies de peces, nueve de crustáceos, seis de moluscos, 18 de algas y cinco de otros invertebrados (Conabio, 2008; IB 6.3.-8).
Instrumentos para la conservación de la biodiversidad acuática
En México, como en otros países, existen diversos esquemas encaminados hacia la protección de la biodiversidad acuática continental y marina. Algunos de ellos se enfocan directamente hacia la protección de la integridad de los ecosistemas (como las ANP o los humedales de la convención Ramsar), mientras que otros actúan, a través de la regulación del aprovechamiento de una especie o un conjunto de ellas (por ejemplo, las normas o vedas pesqueras), que pueden tener efectos en la estructura de estos ecosistemas y, por tanto, en su biodiversidad.
La creación de áreas naturales protegidas (ANP) ha sido la estrategia de conservación más utilizada en México y el mundo (ver también el capítulo de Biodiversidad). La función principal de las ANP es la protección y conservación de los recursos naturales de importancia especial, ya sean especies de fauna o flora o bien de ecosistemas representativos local, regional o internacionalmente. Con respecto a los ecosistemas acuáticos continentales, en total 81 ríos y 3 mil 295 kilómetros de sus cauces están incluidos total o parcialmente dentro de las ANP federales del país. Los ríos Santa María, Grande de Santiago, Bravo, Sabinas y San Fernando son los que tienen una mayor longitud de sus cauces dentro de las ANP. Dentro del sistema de Áreas Naturales Protegidas en 2008 existía una superficie total de 4.5 millones de hectáreas de superficie marina (IB 6.3-10). Es importante anotar que un número importante de las ANP con ecosistemas acuáticos continentales y marinas se encuentran dentro de las Regiones Hidrológicas Prioritarias (RHP, de las cuales se reconocen 110 en el país) y las Regiones Prioritarias Marinas (RPM, 70 en total) delimitadas por la Conabio, las cuales se distinguen por su alta diversidad biológica e integridad ecológica (Mapas 6.20 y 6.21).
Paralelamente al esquema de las ANP, existen otras estrategias de conservación como la Convención Ramsar (que se explica con mayor detalle en el Recuadro Humedales y sitios Ramsar y los indicadores IB 6.2-5 y IC 2) y el Programa de Pago por Servicios Ambientales Hidrológicos (PSAH), implementado en 2003, mediante el cual se retribuye con dinero gubernamental a los propietarios de terrenos que cuenten con bosques y selvas en buen estado por los beneficios públicos que implica su conservación (para mayores detalles consultar el capítulo de Ecosistemas terrestres; IB 2.2-14; IC 2). Aunque este programa se enfoca específicamente en los terrenos forestales por su importancia desde el punto de vista del ciclo hidrológico, ofrece también a sus propietarios una alternativa al desmonte para la agricultura y la ganadería, principales causas de la pérdida de la cobertura vegetal natural en el país.
Al lado de los esquemas de conservación de los ecosistemas, existen otros instrumentos que se han empleado para la protección de los recursos acuáticos, especialmente en el caso de la pesca. Indirectamente, a través de ellos pueden protegerse ciertas especies y con ello, la biodiversidad de las comunidades ecológicas. Con respecto a la problemática de la pesca incidental, se han implementado distintas estrategias para reducir su volumen e impactos. Uno de los esfuerzos más importantes para la reducción de la captura de las tortugas marinas ha sido la implementación de los llamados Dispositivos Excluidores de Tortugas (DET), iniciada en 1993 en los barcos de la flota camaronera del Golfo de México y en 1996 en la flota del Caribe y el Pacífico (IB 6.4.2-5; ver también el Recuadro de Las tortugas marinas mexicanas en el capítulo de Biodiversidad).
La pesca del atún también requiere de una supervisión meticulosa por parte de técnicos observadores que garanticen el cumplimiento normativo nacional e internacional y permitan reducir la captura incidental de los delfines asociados. Los esfuerzos realizados para la protección de delfines se iniciaron a mediados de los años setenta, y actualmente están en marcha dos programas (uno nacional y otro internacional) de reducción sucesiva de la mortalidad incidental. Ambos se basan en el monitoreo de la mortalidad incidental por medio de observadores científicos desde 1991. La Norma Oficial Mexicana de Emergencia NOM-EM-002-PESC-1999 actualiza la legislación anterior en materia de protección de delfines en el marco del Acuerdo sobre el Programa Internacional para la Conservación de Delfines (AIDCP, por sus siglas en ingles) y de la Comisión Interamericana del Atún Tropical (CIAT) e incorpora el “límite de mortalidad incidental de delfines” (LMD) por barco como instrumento básico de control.
Algunos de los principales problemas asociados a la pesca en el país son los conflictos por el acceso a los recursos, la inadecuada definición de los derechos de propiedad, la sobreexplotación, la ineficiencia en las técnicas de captura que ocasionan la pesca incidental, la concentración del esfuerzo pesquero en unas pocas especies, la contaminación y la destrucción del hábitat de las especies objetivo (Villaseñor-Talavera, 2002). En este contexto, las regulaciones pesqueras establecidas en nuestro país, como la Ley de Pesca y su reglamento específico, las normas, avisos y vedas, se han tratado de desarrollar siguiendo los criterios de una pesca responsable, procurando aprovechar adecuadamente estos recursos.
Dos de los instrumentos legales que se han promovido para lograr un desarrollo sustentable de las pesquerías en el país son los permisos y las normas oficiales mexicanas. El permiso es el más ampliamente utilizado, ya que, de acuerdo con la Ley de Pesca, es necesario para cualquier aprovechamiento con fines comerciales. La expedición de un permiso depende de la disponibilidad del recurso y de que la explotación no deteriore la unidad pesquera de manejo. En 2004, 30 pesquerías contaban con instrumentos de este tipo (Semarnat, 2005). Otra forma habitual de protección de los recursos pesqueros es permitir el aprovechamiento de organismos que ya se hayan reproducido (en general a través del establecimiento de tallas mínimas), así como las vedas y la prohibición de artes de pesca perniciosas.
El desarrollo y puesta en práctica de un marco legal que regule el aprovechamiento del recurso pesquero del país es un elemento importante de la administración de la pesca, sin embargo, por sí sólo no garantiza su uso y manejo racional, ni su protección y conservación. Por ello, un sistema integral de gestión debe contemplar, además, los puntos de interés de los diferentes sectores sociales y las interacciones de los mismos, un adecuado sistema de inspección y vigilancia que respalde el esquema jurídico, así como la consideración de los aspectos biológicos y ecosistémicos que aseguren la sustentabilidad de las diferentes pesquerías (ver también el Recuadro Ordenamientos ecológicos marinos en capítulo de Ecosistemas terrestres).
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