CAMBIOS EN EL USO DEL SUELO
En los últimos 50 años, los seres humanos han transformado los ecosistemas del mundo más rápida y extensamente que en ningún otro periodo de la historia (ver el Recuadro de La transformación y pérdida de los ecosistemas terrestres mundiales). Estas rápidas y profundas transformaciones han impactado, con efectos sin precedentes, procesos ambientales locales, regionales y globales, acelerando la pérdida de la biodiversidad, reduciendo la disponibilidad del agua, contaminando el aire y los suelos y emitiendo una gran cantidad de gases de efecto invernadero hacia la atmósfera.
En México se han elaborado inventarios de la superficie bajo diferentes usos desde hace aproximadamente 40 años. Sin embargo, tales estudios no son directamente comparables debido a que utilizan diferentes fuentes de información (p. e. fotografías aéreas, imágenes satélitales, etc.) herramientas tecnológicas (p. e. mapas en papel, cartas digitales, sistemas de información geográfica, etc.) y clasificaciones diversas de los usos del suelo. No obstante, aunque las estimaciones cuantitativas no son tan precisas como sería deseable y deban tomarse con cautela, la información disponible permite identificar tendencias.
De los inventarios de uso del suelo disponibles, los más directamente comparables son las Cartas de uso del suelo y vegetación Serie I, Serie II y Serie III a escala 1:250 000, elaboradas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). La Serie I se basa en la interpretación de fotografías aéreas de los 70’s, mientras que las Series II y III se crearon a partir de imágenes de satélite registradas en 1993 y 2002, respectivamente. Por otro lado, el INEGI también elaboró la Carta de vegetación primaria potencial, a escala 1:1 000 000, que describe la vegetación que probablemente cubría el territorio nacional antes de ser transformado por las actividades humanas.
De acuerdo a la Carta de vegetación primaria potencial (Mapa 2.5), los matorrales ocupaban el 28.8% del territorio, seguidos por las selvas (28.4%) y los bosques (24.3%; Figura 2.4). En los años setenta (según la Serie I), aún se mantenía el 75% de la superficie original de bosques, el 69% de la de selvas y 61% de los pastizales naturales originales (Figura 2.2). Para el 2002, según la Serie III, aún se conservaba cerca de 73% de la superficie original de bosques, 60% de las selvas, 91% de los matorrales y el 63% de los pastizales, lo que representa una pérdida neta de cerca de 222 mil kilómetros cuadrados de selvas, 129 mil de bosques, 51 mil de matorrales y cerca de 60 mil de pastizales. Aun cuando la mayor parte de estas transformaciones ocurrieron antes de los años 70, en las últimas décadas se registran aún pérdidas importantes (mayores a las 100 mil hectáreas anuales), particularmente en el caso de selvas y matorrales.
Si la transformación de los ecosistemas a otros usos del suelo considera el cambio en la vegetación primaria, las transformaciones son aún mayores. En los años 70, las selvas primarias ocupaban 34% de su probable extensión original, de los bosques primarios se conservaba 62%, 89% de los matorrales y 45% de los pastizales. Ya en el año 2002 las selvas primarias alcanzaron tan sólo el 21% de su probable extensión original, los bosques primarios 47%, los matorrales primarios 83% y los pastizales el 39% (Figura 2.2).
En el periodo comprendido entre la década de los años 70 y 1993, cerca de 14 millones de hectáreas de bosques, selvas, matorrales y pastizales primarios fueron eliminados para dedicarlos a otros usos o alterados y reemplazados por comunidades secundarias, a un ritmo promedio de unas 823 mil hectáreas por año. Estas transformaciones afectaron particularmente a los bosques templados (unas 276 mil hectáreas por año) y las selvas (unas 341 mil hectáreas por año).
Más recientemente, aunque la transformación o alteración de la vegetación primaria ha disminuido, sigue siendo importante. De 1993 a 2002, un total de 4.6 millones de hectáreas (una superficie ligeramente mayor a la de Quintana Roo) previamente cubiertas por bosques, selvas, matorrales desérticos y pastizales primarios fueron dedicadas a otros usos o reemplazadas por comunidades secundarias, a un ritmo promedio de 515 mil hectáreas por año. En este periodo, los bosques primarios sufrieron las mayores afectaciones (2.6 millones de hectáreas en total), siendo eliminados o alterados a un ritmo de 293 mil hectáreas por año; la extensión total de selvas primarias afectadas en ese periodo fue de un millón 261 mil hectáreas, a un ritmo de casi 140 mil hectáreas por año (Figura 2.2).
En general, las selvas han sido los ecosistemas terrestres del país que han sufrido las mayores transformaciones y afectaciones por las actividades humanas, tanto en la extensión que ha sido eliminada (poco más de 22 millones de hectáreas) y en la proporción que permanece de su extensión original (cerca del 60%), como en la extensión de la perturbación que han experimentado (sólo el 35% de las selvas actualmente existentes son primarias). Considerando la superficie neta perdida, le siguen los bosques, que han perdido poco menos de 13 millones de hectáreas y cuya extensión ahora tan sólo alcanza el 73% de su extensión original. Los matorrales desérticos redujeron su extensión de las aproximadamente 56 millones de hectáreas que pudieron ocupar originalmente a sólo 51 millones (incluyendo comunidades primarias y secundarias). Estas pérdidas son particularmente importantes si se considera que las selvas y los matorrales desérticos son los ecosistemas que abrigan la mayor parte de la biodiversidad del país y, en particular, los matorrales desérticos concentran una gran cantidad de especies endémicas (ver el capítulo de Biodiversidad).
Además del desmonte o eliminación total de la cobertura vegetal silvestre de un terreno para dedicarlo a otros usos del suelo, otro proceso importante es la degradación de las comunidades naturales. De la década de los 1970’s a 1993, la vegetación secundaria (considerando bosques, selvas, matorrales y pastizales) se incrementó en cerca de 8 millones de hectáreas, a un ritmo de 476 mil hectáreas por año. Los bosques templados secundarios se incrementaron en poco más de 4 millones de hectáreas, una extensión ligeramente menor a la perdida por los bosques primarios durante el mismo periodo. Aunque la extensión de selvas secundarias aumentó en cerca de 2.3 millones de hectáreas, se perdieron 5.8 millones de hectáreas de selvas primarias, dando como resultado una pérdida neta global de 3.5 millones de hectáreas de selvas en ese periodo de 17 años. Más recientemente, en el periodo 1993 a 2002, la extensión de bosques templados secundarios aumentó en poca más de 2 millones de hectáreas, una superficie ligeramente menor a la perdida por los bosques primarios en el mismo periodo (2.6 millones de hectáreas). En contraste, las selvas tanto primarias como secundarias experimentaron una pérdida neta global de un 1.3 millones de hectáreas (Figura 2.2).
Por el contrario, los terrenos agropecuarios se han expandido continuamente a través de la historia. Hacia la década de los 70, los pastizales dedicados a la ganadería ocupaban ya una superficie de más de 14 millones de hectáreas, en tanto que los terrenos agrícolas ocupaban unos 26 millones de hectáreas. De la década de los 1970’s a 1993, este tipo de coberturas antrópicas aumentaron su extensión en 6.5 millones de hectáreas hasta cubrir una superficie total de 46.8 millones de hectáreas en 1993, a un ritmo de 380 mil hectáreas anuales. De 1993 al 2002, los pastizales cultivados o inducidos aumentaron su superficie en unas 91 mil hectáreas y, en conjunto, las áreas dedicadas a la agricultura y a pastizales destinados al ganado se incrementaron en casi 3 millones de hectáreas hasta alcanzar una extensión total de 49.8 millones de hectáreas en 2002. La transformación de la vegetación hacia actividades agropecuarias es siempre más intensa si se trata de vegetación secundaria que de primaria. Este fenómeno de una primera degradación o alteración de la vegetación seguida por la eventual transformación a otros usos del suelo es, sin duda, responsable en gran medida de la elevada tasa de pérdida de la vegetación natural que se experimenta en México. La dinámica de cambios entre diferentes usos puede visualizarse como un flujo de terrenos que pasan de una forma de uso a otra distinta, tal y como se ilustra esquemáticamente en la Figura 2.5.
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