La información más reciente sobre vegetación y cambio de uso del suelo en México, se encuentra en los Indicadores Básicos y Clave.

 

  CAPÍTULO 2. ECOSISTEMAS TERRESTRES
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PROCESOS DEL CAMBIO DE USO DEL SUELO

De los procesos que determinan el cambio en el uso del suelo, algunos han recibido especial atención, como son los casos de la deforestación (es decir, el cambio permanente de una cubierta dominada por árboles hacia una que carece de ellos3), la alteración (también llamada degradación y que implica una modificación inducida por el hombre en la vegetación natural, pero no un reemplazo total de la misma) y la fragmentación (la transformación del paisaje dejando pequeños parches de vegetación original rodeados de superficie alterada). El cambio de uso del suelo en matorrales no ha recibido un nombre específico, aunque a veces se le incluye bajo el rubro de desertificación, en el sentido de que se trata de “degradación ambiental en zonas áridas” (aunque la desertificación también incluye a las zonas subhúmedas y semiáridas). De acuerdo con la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, los matorrales de las zonas áridas y semiáridas del país también se consideran como vegetación forestal, por lo que bien se podría aplicar el término deforestación, aunque para diversos órganos internacionales la deforestación se restringe a zonas arboladas.

Deforestación

Los principales motivos de preocupación mundial en torno a la deforestación se refieren a la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ambientales que prestan los bosques y selvas, así como al calentamiento global. Los bosques proporcionan servicios de gran importancia: forman y retienen los suelos evitando así la erosión, favorecen la infiltración del agua al subsuelo alimentando los mantos freáticos, purifican el agua y el aire, y son reservorio de una gran biodiversidad. Además, son fuente de bienes de consumo tales como madera, leña, alimentos y otros “productos forestales no maderables” (como por ejemplo, alimentos, fibras y medicinas, entre otros).

De acuerdo con la FAO (2010), que considera que una zona forestal es aquélla que tiene al menos un 10% de su superficie cubierta por las copas de árboles, en 2010 los bosques mundiales cubrían poco más de 4 mil millones de hectáreas, es decir, alrededor del 31% de la superficie terrestre del planeta. El mayor remanente se encuentra en Europa (25% del área forestal mundial), seguido por Suramérica (21%) y Norteamérica (17%, al cual México contribuye con el 1.6%; Figura 2.8).

Según esa evaluación, la deforestación mundial, sobre todo para convertir los bosques a tierras agrícolas, se ha mantenido en niveles altos en las últimas décadas. Aunque el ritmo neto de pérdida durante los últimos diez años ha disminuido con respecto a la década anterior (1990-2000: 8.3 millones de hectáreas por año, a una tasa de 0.2% anual), la pérdida sigue siendo alta: para el periodo 2000-2005 se calculó en 4.8 millones de hectáreas anuales (al 0.12% anual) y para 2005-2010 se elevó a cerca de 5.6 millones (al 0.14% anual).

En el periodo 1990-2010, Suramérica fue la región que perdió la mayor superficie neta de bosques (12.2 millones de ha); no obstante, se observó una tendencia a la reducción en la pérdida de los bosques de esa región en el periodo 2005-2010 (3.6 millones de ha; Figura 2.9a). En pérdida neta le siguen África (que entre 1990 y 2010 redujo su cubierta en cerca de 10.9 millones de ha), Oceanía (que lo hizo en 1.4 millones de ha) y Centroamérica (870 mil ha). Por el contrario, en Europa las superficies forestales se incrementaron en esos 20 años en 2.2 millones de hectáreas, mientras que en Asia y Norteamérica comenzaron a hacerlo desde el año 2000, acumulando diez años después un total de 4.5 millones y 408 mil hectáreas, respectivamente.

Sin embargo, cuando la comparación se realiza considerando las tasas de deforestación, el panorama es distinto. Centroamérica, Oceanía y África son las regiones con las mayores estimaciones para el periodo 2005-2010 (Figura 2.9b). Siguiendo las comparaciones internacionales, México es el único de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en el que los bosques siguen reduciéndose (Figura 2.10).

El tema de la deforestación en México se ha caracterizado por la gran disparidad en las estimaciones que diferentes fuentes arrojan sobre el tema. Tan sólo en los últimos veinte años se han generado cifras que van desde las 155 mil hasta 776 mil hectáreas al año (Tabla 2.3). Las  estimaciones oficiales más recientes corresponden a los Informes Nacionales de México presentados por la Comisión Nacional Forestal (Conafor) en el marco de la Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales (Forest Resources Assessment, FRA) que realizó la FAO para sus ediciones 2000, 2005 y 2010. Los cálculos se basaron en comparaciones espacialmente explícitas de las áreas con vegetación forestal para los periodos 1990-2000 (empleando las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación del INEGI, Series II y III) y 2005-2010 (con base en las Series III y IV).

La estimación más reciente de la Conafor reportada a la FAO, que abarca el periodo 2005-2010, alcanza las 155 mil hectáreas deforestadas por año. De esta manera, de acuerdo con los informes para la FAO, entre 1990 y 2010 se observa una tendencia a la reducción de la superficie deforestada anualmente en el país: mientras que entre 1990 y 2000 se calcula que se perdían 354 mil hectáreas anuales, esta cifra se redujo a 235 mil y 155 mil para los periodos 2000-2005 y 2005-2010, respectivamente.

La deforestación depende de varios factores, pero uno muy importante es el económico, donde se favorecen las actividades que permiten la mayor ganancia a corto plazo. La explotación de madera para satisfacer el mercado impulsa la deforestación de los bosques, principalmente los dominados por una especie, lo que hace rentable su explotación intensiva aun a pesar de que los precios sean relativamente bajos. Los modelos económicos predicen que los precios de la madera promueven el cambio de uso del suelo cuando son altos, pues entonces se deforesta para vender, o cuando son bajos, pues entonces no hay ningún incentivo para conservar el área forestal. De igual forma, el aumento de los precios de los productos agropecuarios provoca la deforestación, pues entonces los usos no forestales del suelo son más redituables.

Asimismo, un bosque tiene poco valor económico cuando la extracción selectiva lo ha desprovisto de los árboles más cotizados. Aunque esta actividad no retira de manera inmediata la cubierta forestal, su secuela es la deforestación, ya que los productores pueden obtener un mayor beneficio económico al eliminar los bosques empobrecidos y emprender otras actividades productivas en estos predios. Esta lógica permite explicar por qué los bosques y las selvas perturbadas son luego desmontados y convertidos a terrenos dedicados a las actividades agropecuarias en mayor proporción que la vegetación primaria. La alteración seguida por la deforestación es la ruta de cambio de uso del suelo más frecuente en México, especialmente cuando se trata de selvas (ver Figura 2.7).

Igual que como sucede a nivel mundial, en México las actividades agropecuarias han sido identificadas como las mayores responsables de la deforestación, seguidas en importancia por los desmontes ilegales, aunque las cifras sobre esta actividad son necesariamente incompletas y con grandes diferencias dependiendo de la fuente que se consulte. Por su parte, los incendios forestales también son una causa importante que promueve la deforestación. Hasta hace algunos años, era frecuente que una zona forestal incendiada no se recuperara debido a que era inmediatamente ocupada para otros usos del suelo, como el agropecuario o el urbano. Por esta razón, una fracción importante de los incendios eran provocados clandestinamente para invadir zonas de bosques protegidas por la ley o por las instituciones locales (ver más adelante en la sección de Otras amenazas a los ecosistemas terrestres más detalles respecto a los incendios forestales; ver Recuadro Deforestación y emisiones de GEI). Actualmente, cuando una superficie forestal se quema, puede recuperarse después de un tiempo debido a que las autoridades no autorizan el cambio de uso del suelo, lo que también pretende promover la desaparición de esa práctica.

Alteración de bosques y selvas

Un proceso menos visible pero tal vez igualmente importante por sus efectos ambientales y económicos es la degradación o alteración de los bosques y selvas. Aunque este proceso no implica la remoción total de la cubierta arbolada (como sucede en el caso de la deforestación), puede ocasionar cambios importantes tanto en la composición específica como en la densidad de las especies que habitan estos ecosistemas, lo que a  su vez afecta su estructura y funcionamiento.

La alteración de los ecosistemas naturales tiene también efectos negativos directos sobre los servicios ambientales, y con ello sobre la posibilidad de un aprovechamiento sostenible. De acuerdo con la evaluación global más reciente de los recursos forestales (FAO, 2010), desde el año 2000 se han perdido alrededor de 40 millones de hectáreas de bosques primarios en el mundo, dejando tan sólo el 36% de la superficie remanente en ese estado (Figura 2.11). El caso de México también es preocupante, ya que actualmente tan sólo el 36 y el 62% de las selvas y los bosques, respectivamente, son primarios según la Carta de Uso del Suelo y Vegetación Serie IV. Por su parte, durante el periodo 2002-2007 la vegetación secundaria ha aumentado a un ritmo cercano a las 296 mil hectáreas por año (considerando tan sólo bosques y selvas), siendo los bosques templados los que han sufrido una degradación más intensa (poco más de 181 mil ha anuales), mientras que las selvas se degradaron a un ritmo de 115 mil hectáreas al año aproximadamente.

Tanto la deforestación como la alteración afectan negativamente a los bienes y servicios que proveen los ecosistemas naturales. El considerar de manera conjunta a la deforestación y la alteración permite obtener una evaluación aproximada del ritmo de “deterioro” general de la vegetación. De la década de los setentas al 2007, la tasa anual de deterioro (considerando la deforestación más la degradación) de los bosques y selvas del país fue de cerca de 711 mil hectáreas por año, es decir, poco más de tres veces la tasa de deforestación sensu stricto para ese mismo periodo (213 mil ha por año; Figura 2.12).

La vegetación forestal secundaria que cubre actualmente grandes extensiones del territorio nacional es el resultado tanto de la regeneración de sitios que fueron previamente deforestados, como del deterioro (sin remoción completa de árboles) de la vegetación primaria. Al menos en los últimos años, la vía más importante en este proceso es la segunda: entre 2002 y 2007 de la superficie que se convirtió a bosques y selvas secundarios, cerca del 47% provino de la regeneración de terrenos agropecuarios y el restante 53% de la degradación de bosques y selvas primarios.

La forma de alteración más semejante a la deforestación es la extracción selectiva de maderas. En cada hectárea de selva coexisten, a diferencia de los bosques templados, decenas de especies diferentes de árboles, la mayoría de las cuales carecen de mercado, por lo que su aprovechamiento no es redituable. Dispersas entre éstos crecen otras especies de maderas preciosas, como la caoba (Swietenia) y el cedro rojo (Cedrella), que son taladas sin aprovechar las plantas circundantes. A la anterior se une otra forma de explotación de la madera, la extracción de árboles o ramas para obtener leña. A pesar de que la prohibición local de cortar leña en pie es común en México, la práctica subsiste debido a la necesidad del combustible. En la actualidad cerca del 17% de los habitantes del país utilizan leña o carbón para cocinar (Presidencia de la República, 2011) y, aunque no se tiene una estimación precisa sobre la cantidad total de leña consumida, la superficie de la que ésta se extrae debe ser muy grande. Además del daño directo provocado por la extracción de leña y maderas preciosas, durante el proceso de tala de un árbol como la caoba pueden dañarse entre el 30 y el 50% de los individuos adyacentes (Kartawinata, 1979 en Challenger, 1998), provocando según la magnitud del daño, su muerte o haciéndolos más susceptibles al ataque de plagas y enfermedades.

Fragmentación

Cuando se elimina la vegetación original de una zona, por fenómenos naturales o por las actividades humanas, con frecuencia quedan pequeños manchones relativamente intactos inmersos en una matriz degradada o con usos del suelo distintos a los de la cubierta original. Cada una de estas “islas” de vegetación alberga generalmente a un menor número de especies nativas en comparación con una superficie equivalente sin fragmentar. Esto se debe a que algunas de las especies nativas son incapaces de vivir en los fragmentos pequeños y a que numerosos procesos de degradación tienen lugar en sus bordes. Por estas razones, cuando se busca conservar la vida silvestre no basta con conocer la superficie que abarca la vegetación, sino también se requiere evaluar el estado o grado de continuidad que presenta. No es lo mismo contar con una masa selvática de 100 mil hectáreas que con cien fragmentos de mil hectáreas cada uno.

Según Ritters y colaboradores (2000), la fragmentación de las selvas y bosques a nivel mundial es muy alta: apenas el 35% de la superficie arbolada no está fragmentada (formando zonas continuas de más de 80 km2) ni sufre efectos de borde (esto es, se encuentra a más de 4.5 km de un borde del fragmento remanente). A nivel regional, Australia-Pacífico mostró la mayor proporción de bosques fragmentados en el mundo (71%; Figura 2.13); y considerando el tipo de ecosistema, las selvas resultaron los ecosistemas más fragmentados.

En el caso de México, las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación permiten hacer estimaciones gruesas del nivel de fragmentación de la vegetación natural del país. Para medir el grado de fragmentación de los ecosistemas, en esta obra se consideraron como áreas fragmentadas todas aquellas superficies de vegetación natural menores a 80 kilómetros cuadrados; esta superficie se ha considerado como la mínima adecuada para mantener en condiciones óptimas la diversidad y las poblaciones biológicas en ciertos ecosistemas (ver Sánchez-Colón y colaboradores, 2009).

De acuerdo a la Carta de Uso del Suelo y Vegetación, Serie IV, en el 2007 los bosques (incluyendo los templados y mesófilos de montaña) fueron los ecosistemas forestales más fragmentados del país: 54% de su superficie remanente (alrededor de 18.4 millones de ha) se repartía en fragmentos menores a 80 kilómetros cuadrados. Cuando se desagrega esta formación vegetal, el panorama se agrava para algunos tipos de vegetación. Por ejemplo, el bosque mesófilo de montaña fue en ese año el tipo de vegetación forestal más fragmentado, alcanzando esta condición el 62% de su superficie remanente, es decir, 1.14 millones de hectáreas4 (Figura 2.14).

Con respecto a las selvas, cerca del 38% de su superficie está en fragmentos menores a 80 kilómetros cuadrados, es decir, 12.1 millones de hectáreas (Figura 2.14). De entre ellas, las selvas subhúmedas presentaron menor continuidad que las húmedas, con 39 y 34% de su superficie fragmentada, respectivamente. Finalmente, los matorrales mostraron el menor grado de fragmentación: cerca del 80% de su superficie (40.1 millones de ha) no mostraba evidencias de esta condición.

La fragmentación de los ecosistemas afecta tanto a la vegetación primaria como a la secundaria. Grandes superficies de vegetación primaria del país permanecen en forma de fragmentos. Esta condición los hace susceptibles de degradarse más rápidamente, aún sin la intervención humana, que las superficies conservadas más extensas. En el año 2007, la fragmentación de la vegetación primaria ya era considerable para algunos ecosistemas: 55% de la superficie remanente primaria de los bosques mesófilos y 44% de los bosques templados (Figura 2.15) estaban en esa condición. Porcentajes menores, aunque no por ello poco importantes, fueron los de las selvas subhúmedas y húmedas (25 y 20% de su superficie primaria, respectivamente) y los matorrales (17%).

Degradación de matorrales

Los matorrales, huizachales y mezquitales que caracterizan a las zonas áridas de México también han sido deteriorados por las actividades humanas. No obstante, el ritmo con el que han sido transformados a otros usos del suelo es aún más difícil de evaluar que la deforestación. De acuerdo con los inventarios nacionales, los matorrales constituyen la formación vegetal que más lentamente está siendo transformada a otros usos y que se preserva, por tanto, en mayor proporción como vegetación primaria (91.5% en el año 2007 según la Serie IV; Figura 2.2). No obstante, en términos absolutos, este nivel de degradación no es despreciable, ya que los matorrales secundarios ocupan poco más de 43 mil kilómetros cuadrados, una extensión similar a la de Yucatán o Quintana Roo.

Los matorrales adquieren una gran diversidad de formas aún dentro de un área reducida. La vegetación que es resultado de la alteración en un sitio puede ser considerada natural en otro. Por ello es difícil reconocer cómo debió ser la vegetación primaria de un sitio dado o si se trata de una localidad con vegetación secundaria; la dificultad es aún mayor si las evaluaciones se hacen con base en métodos de percepción remota y no se cuenta con suficientes estudios directos en el campo. Un análisis realizado por el Instituto Nacional de Ecología (Semarnat, INE, 2003) utilizando técnicas alternativas para determinar la degradación, mostró que en muchos municipios del país el número de cabezas de ganado rebasa la capacidad máxima de sus ecosistemas y que el 70% de los matorrales están sobreexplotados y, por tanto, en proceso de degradación. Esta cifra es muy diferente del 7 u 8% de matorrales secundarios que describen las Cartas de Uso del Suelo y Vegetación de las Series I, II, III y IV. Según el estudio del INE, únicamente los matorrales del occidente de Coahuila, el Desierto de Altar y de la porción central de la península de Baja California no se encontrarían sobrepastoreados. El sobrepastoreo afecta también al 95% de los pastizales naturales de México, que predominantemente crecen en el norte árido de la república (Mapa 2.8).

Con base en el estudio de la degradación del suelo causada por el hombre (Semarnat y CP, 2003), se realizó una estimación del nivel de sobrepastoreo por entidad federativa del país (Mapa 2.9); el cual señaló que la superficie afectada por sobrepastoreo alcanzaría en el año 2002 unas 47.6 millones de hectáreas (24% de la superficie nacional) y aproximadamente 43% de la superficie dedicada a la ganadería en el país. Como es evidente, la degradación de los ecosistemas de las zonas áridas todavía es incierta y se requieren estudios específicos para estimar con precisión tanto la superficie afectada  como su magnitud.

Aunque el tema de los incendios comúnmente se relaciona más con los bosques, la realidad es que la mayor parte de la superficie afectada en nuestro país ha correspondido a pastizales, matorrales y vegetación arbustiva. En el periodo 1998-2011, el 84.5% de la superficie total incendiada en el país correspondió a pastizales y matorrales. Ciertos años también pueden ser particularmente devastadores sobre estos tipos de vegetación: en 2011, en Coahuila, la superficie incendiada de matorrales alcanzó poco más de 272 mil hectáreas, esto es, 44.5% de la superficie incendiada a nivel nacional en ese año.

Cuando todos los factores anteriores actúan, solos o en conjunto, para alterar la cubierta vegetal de un desierto, sus condiciones ambientales se vuelven generalmente aún más agrestes, al menos más secas y con temperaturas mayores. Las plantas y los animales que pueden sobrevivir en estos ambientes modificados corresponden a los típicos de zonas aún más áridas, por lo que el sitio parece más desértico que en su condición original. De ahí el término desertificar: “hacer desiertos”. La definición más aceptada de desertificación, propuesta por la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés), la define así “…es la degradación de las tierras en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas como resultado de diferentes factores, incluyendo las variaciones climáticas y las actividades humanas”. La degradación implica tanto a la cubierta vegetal como a los suelos que la soportan (véase también la sección El problema de la desertificación en el capítulo de Suelos).

Otras amenazas a los ecosistemas terrestres

Incendios forestales

Además de las actividades humanas mencionadas anteriormente, los ecosistemas están sujetos a otros factores naturales que pueden alterarlos, como son los incendios, sequías, deslizamientos de tierra, especies invasoras, plagas forestales y fenómenos meteorológicos extremos, como los huracanes (Dale et al., 2001). En algunos casos, estos factores multiplican su impacto en los ecosistemas al actuar sinérgicamente con las actividades humanas.

Los incendios forestales ocurren de manera natural y constituyen un factor importante para la dinámica natural de muchos ecosistemas terrestres, sobre todo en los bosques templados y algunos matorrales. Debido a ellos, se incrementa la disponibilidad de los nutrimentos en el suelo y se inician los procesos de sucesión ecológica que ayudan al mantenimiento de la biodiversidad (Matthews et al., 2000; SCBD, 2001c). Sin embargo, en la actualidad y debido en gran parte a las actividades y control humanos, los patrones naturales de ocurrencia de incendios se han modificado. Actualmente, muchos de los incendios forestales ocurren en zonas en las que anteriormente no se presentaban, mientras que en zonas con regímenes de fuego periódicos, se han suprimido (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003).

Los efectos de los incendios sobre los ecosistemas son diversos y dependen de su intensidad y frecuencia. El efecto directo más importante es la remoción de la biomasa vegetal en pie, que junto con la eliminación de los renuevos de las poblaciones de las especies arbóreas, daña sus poblaciones y retrasa o interrumpe la regeneración natural, además de que propicia la invasión de plagas y enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; Castillo et al., 2003). En el caso de la fauna, su efecto inmediato directo puede ser la muerte (específicamente de los organismos que tienen poca capacidad de desplazamiento), mientras que entre los efectos indirectos pueden mencionarse la pérdida y modificación del hábitat y la escasez de alimento (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003; Haltenhoff, 2005). Todo lo anterior puede ocasionar alteraciones en las redes tróficas y en el balance natural de los ecosistemas, lo cual, en el mediano o largo plazos puede llevar a la reducción de la biodiversidad y la pérdida o degradación de sus servicios ambientales (SCBD, 2001c; Castillo et al., 2003). Otro de sus efectos, pero a nivel global, es la liberación a la atmósfera de grandes cantidades de carbono acumuladas a lo largo de muchos años en la biomasa de los árboles, la cual contribuye a incrementar la concentración del bióxido de carbono y, consecuentemente, a exacerbar el problema del cambio climático.

En el caso de los ecosistemas poseedores de recursos forestales sujetos o susceptibles a explotación, los efectos de los incendios pueden observarse en dos niveles: por un lado, en el deterioro y pérdida de los mismos recursos y, por otro, en el detrimento de la calidad del ambiente en el que se encuentran. En el caso de los primeros, el calor del fuego induce la muerte de los tejidos y deformaciones en los árboles, reduciendo con ello la calidad de su madera (Castillo et al., 2003). El fuego también puede eliminar por completo los renuevos de las poblaciones de las especies comerciales y propiciar la invasión de plagas y enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; Castillo et al., 2003). En ambos casos, el resultado final puede ser la reducción de la producción forestal o del potencial de una zona para ser aprovechado, con las consecuencias sociales y económicas derivadas. 

Los factores que inciden mayormente en la ocurrencia de incendios en los ecosistemas terrestres en muchos países son la tala sostenida de bosques y el empleo del fuego para la habilitación de terrenos cultivables en las prácticas agropecuarias; sin embargo, también ocurren por fogatas no apagadas adecuadamente y por fumadores que por descuido arrojan los cerillos o las colillas de los cigarros todavía encendidas al suelo con material combustible, entre otras causas. En México, en el 2011 las principales causas de los incendios forestales fueron las quemas asociadas a las actividades agropecuarias (36.3%), seguidas por las fogatas (13%) y los fumadores (11.7%; Figura 2.16).

El número de incendios ocurridos en México y la superficie siniestrada se han mantenido relativamente constantes a lo largo de los últimos quince años (Figura 2.17). Entre 1991 y 2011, el promedio anual de incendios fue de 8 276 conflagraciones, con una superficie siniestrada promedio anual de alrededor de 270 mil hectáreas. Sin embargo, en ese periodo algunos años fueron de incendios particularmente intensos, como 1998 y 2011, que tanto en México como en otras zonas del mundo, registraron cifras elevadas: en el país en esos años se registraron 14 445 y 12 113 incendios, respectivamente, con una superficie total afectada de alrededor de 850 mil y 956.4 mil hectáreas, respectivamente. Esta superficie fue equivalente a cerca de tres veces el promedio anual siniestrado entre 1991 y 2011.

A nivel de entidad federativa, entre 1998 y 2011, las que registraron las mayores superficies afectadas por incendios fueron Coahuila (alrededor de 547 mil ha; 13% del total nacional del periodo), Oaxaca (522 mil ha; 12%) y Chiapas (464 mil ha; 11%, Mapa 2.10; Cuadro D3_RFORESTA05_02). Con respecto a la superficie afectada, el mayor porcentaje correspondió a arbustos y matorrales, seguidos por los pastos y la vegetación arbolada. En el año 2011, los porcentajes para estos tipos de vegetación fueron, respectivamente, 55, 38 y 7%, respectivamente (Figura 2.18; Cuadro D3_RFORESTA05_03).

Plagas y enfermedades forestales

Para el caso de México, las plagas son consideradas como una de las principales causas de disturbio en los bosques templados. Actualmente se tiene registro de alrededor de 250 especies de insectos y patógenos que afectan al arbolado del país, algunas de las cuales se muestran en la Tabla 2.4.

De acuerdo con el monitoreo periódico que realiza la Semarnat de las zonas forestales del país, en el periodo 1990-2011, el promedio de la superficie afectada anualmente por plagas y enfermedades forestales fue de 38 640 hectáreas. De la superficie afectada en ese periodo, la mayor parte correspondió a los muérdagos (36%), seguidos por los descortezadores (33%), defoliadores (20%) y barrenadores (8%; Figura 2.19). Los estados con mayor superficie promedio afectada por enfermedades forestales en ese periodo fueron Oaxaca (3 955 ha anuales), Chihuahua (3 119 ha), Aguascalientes (2 685 ha) y Jalisco (2 645 ha; Mapa 2.11).

Notas:

3 La FAO considera la deforestación como el cambio permanente de la cubierta forestal a una superficie con una cobertura de las copas de los árboles menor al 10%, con el consecuente cambio de uso del suelo (FAO, 2010).

4 Esta cifra podría estar influida por el hecho de que el bosque mesófilo de montaña, al igual que otros tipos de vegetación, no se distribuye de manera natural en superficies continuas de gran extensión.