CAPÍTULO 1. POBLACIÓN Y MEDIO AMBIENTE
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ACTIVIDADES HUMANAS Y AMBIENTE

Aunque la biomasa de la población humana es pequeña comparada con la biomasa del total de heterótrofos que habitan el planeta, es la principal consumidora de sus recursos naturales. La apropiación humana de la productividad primaria neta terrestre mundial se estima en 23.8% (Haberl et al., 2007); de la productividad de la plataforma oceánica, principalmente por las pesquerías industriales, en 35% (Pauly y Christensen, 1995); y del agua dulce accesible en 54% (Postel et al., 1996).

Según la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, en los últimos 50 años la humanidad ha transformado los ecosistemas más rápida y extensamente que en cualquier periodo comparable de la historia humana, en gran parte para satisfacer las demandas crecientes de alimento, agua, madera, fibras y combustibles (MEA, 2005). Indiscutiblemente, esto ha generado ganancias sustanciales netas en el bienestar humano y el desarrollo económico, pero también ha tenido consecuencias negativas ambientales que no están incluidas en el costo de producción. Por ejemplo, en la agricultura tecnificada, el valor de los alimentos no incluye los daños generados por su producción fuera de las zonas de cultivo, como son la eutrofización de los cuerpos de agua (provocada por la lixiviación de los fertilizantes y agroquímicos) o, en el caso del sector transporte, los problemas de salud asociados a las emisiones de monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y demás contaminantes no incluidos en el precio de los combustibles.

Una de las formas en las que se ha evaluado la presión humana sobre el ambiente es a través de la llamada huella ecológica. Este indicador se puede interpretar como la demanda humana sobre los ecosistemas en términos de la superficie utilizada para la producción agrícola, pecuaria, forestal y de zonas pesqueras, así como el área ocupada por la infraestructura y los asentamientos humanos y la requerida para absorber el bióxido de carbono liberado por la quema de combustibles (WWF, 2012). La huella ecológica de un individuo, de un país o mundial es la suma de la superficie, medida en hectáreas globales11, utilizada por cada uno de estos componentes. La huella ecológica no incluye el consumo de agua dulce porque su demanda y uso no se pueden expresar en términos de hectáreas globales; no obstante, actualmente se calcula, a través de una propuesta similar llamada “huella hídrica” (ver el capítulo de Agua).

La diferencia en hectáreas globales entre la huella ecológica y la biocapacidad12 de un país denota la existencia de una deuda o un crédito ecológico de sus recursos naturales. En 200813, la huella ecológica de la humanidad fue de 18 200 millones de hectáreas globales, lo que representa una huella ecológica per cápita de 2.7 hectáreas globales (WWF, 2012). Si este valor se compara con la biocapacidad del planeta, que en ese mismo año fue de 12 000 millones de hectáreas globales, o 1.78 hectáreas globales por persona, es evidente que, según este indicador, ya se sobrepasó en casi 50% la capacidad del planeta para mantener a la humanidad de forma sustentable. En otros términos, sería equivalente a decir que para el año 2008 la sociedad mundial necesitaba 1.5 planetas Tierra para mantener sus patrones de consumo actuales, o que la sobreexplotación de los recursos planetarios alcanzaba el 50%, lo que muestra claramente condiciones de no sustentabilidad. De acuerdo con el Informe Planeta Vivo 2012 (WWF, 2012), si se continúa con el ritmo actual en el uso de los recursos, para el año 2050 la humanidad necesitará 2.9 planetas para poder cubrir sus necesidades.

La huella ecológica per cápita varía notablemente entre países y regiones. Esto se debe principalmente al tamaño poblacional, los patrones de consumo, la eficiencia (o ineficiencia) de los procesos productivos (tanto en el uso de los recursos como en las emisiones y residuos que producen) y a la disponibilidad y condiciones de los territorios. A nivel regional, Norteamérica (Estados Unidos, Canadá y México) tiene la huella ecológica más grande del mundo (6.2 ha globales por persona), que contrasta con las 4.1 ha globales de su biocapacidad, lo que le da un déficit de 2.1 ha globales por persona. Le sigue la Unión Europea, con una huella ecológica de 4.7 y biocapacidad de 2.2, lo que hace que su déficit por persona (2.5 ha globales por persona) sea mayor al de la región norteamericana.

La región con la menor huella ecológica es África, con 1.4 ha globales por persona y una biocapacidad de 1.5, con lo cual se coloca a tan solo 0.1 ha globales para cubrir su biocapacidad. Sudamérica tiene una huella ecológica de 2.7 ha globales por persona, sin embargo, tiene la mayor biocapacidad a nivel regional del mundo (7.4 ha globales por persona), por lo cual se considera que cada habitante de la región tiene 4.7 ha globales de reserva.

En México, cada habitante tiene un déficit ecológico de 1.9 hectáreas globales, ya que nuestra huella estimada es de 3.3 hectáreas y la biocapacidad de 1.4 ha globales por persona. La huella ecológica de México en 2008 ocupó el lugar 49 dentro de los países que tienen más de un millón de habitantes (WWF, 2012; ver Recuadro La huella ecológica de México).

En 2008, 100 países registraban déficit ecológico (Mapa 1.8). Dentro de este grupo se encontraban 32 países con alto ingreso (más de 10 mil dólares de PIB per cápita anual en ese mismo año; como referencia, el valor para México fue de 9 843.414), pero también países con un desarrollo económico bajo con menos de mil dólares de PIB per cápita anual (El Banco Mundial, 2012). Esto sugiere que el uso inadecuado de los recursos naturales no está asociado necesariamente con el nivel económico de los países.

La relación entre el IDH y la huella ecológica muestra que, en términos generales, los países con IDH alto (dato más reciente a 2011) tienen huellas ecológicas por arriba de la biocapacidad promedio mundial (1.8 ha globales por persona en 2008), es decir, tienen déficit ecológico, lo que significa que su desarrollo económico y social no se refleja en un manejo sustentable de sus recursos naturales (Figura 1.13). México se encuentra en esta situación, con una huella ecológica de 3.3 e IDH de 0.8225 (valor reportado por el último informe nacional, PNUD-México, 2011)15. Los casos más extremos son Qatar y Kuwait, que tienen las huellas ecológicas más grandes del mundo (11.7 y 9.7 hectáreas globales por persona, respectivamente). El primero se encuentra dentro del grupo de países con mayor IDH (0.831) y el segundo, en el grupo de IDH medio (0.76). En el otro lado se encuentran los países cuya huella ecológica está por debajo de la disponibilidad promedio mundial (es decir, tienen crédito ecológico) pero su IDH es bajo, como es el caso de muchas naciones del África subsahariana. Existe un grupo de países que tiene un IDH alto (Noruega, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Suecia, Finlandia, Estonia, Letonia y Chile) y que aún no han excedido la biocapacidad de su territorio; sin embargo, en todos los casos, su huella ecológica es mayor que la promedio mundial. Esto sugiere que el bienestar de la población de estos países podría estar basado no sólo en la explotación de sus propios recursos, sino también en la importación de productos que se originan en otras partes del mundo y que no se contabilizan dentro de sus propias huellas ecológicas. Con los datos reportados, no existe país en el mundo que tenga un IDH alto y se encuentre por debajo de la huella ecológica promedio mundial (Figura 1.13).

El tema de sustentabilidad ambiental ha tomado tal importancia en la agenda internacional, que dentro de la iniciativa de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) creada en el año 2000 y firmada por 189 países, incluido México, se estableció explícitamente dentro del Objetivo 7, que es necesario incorporar los principios del desarrollo sostenible en las políticas y los programas nacionales y revertir la pérdida de recursos del medio ambiente. En esta iniciativa, la sustentabilidad ambiental se encuentra en el mismo nivel de importancia de los otros siete objetivos relacionados con salud, educación e igualdad de las personas. Aunque en la propuesta original de los ODM, las metas relacionadas con el tema ambiental eran muy generales, en el año 2007 se propuso una ampliación que incluía temáticas como el cambio climático (a través de las emisiones de gases de efecto invernadero) y la protección de la biodiversidad (p. e., especies amenazadas o en riesgo de extinción). Esto muestra el reconocimiento de la importancia del componente ambiental como uno de los pilares del desarrollo de las sociedades. De hecho, se reconoce que la posibilidad de cumplir algunos de los objetivos sociales (por ejemplo, la reducción de algunas enfermedades) requiere de un ambiente no deteriorado (ONU, 2008).

Notas:

11 Se define como una hectárea con la capacidad biológica para producir recursos y absorber desechos sin importar el país donde se encuentre o si está ocupada por cualquier ecosistema o por hielos perpetuos.

12 La biocapacidad es el área biológicamente productiva de tierras agrícolas, praderas, bosques y zonas pesqueras que está disponible para satisfacer las necesidades humanas. La biocapacidad de un país está determinada por el tipo y cantidad de hectáreas biológicamente productivas dentro de sus fronteras, así como de su rendimiento promedio.

13 Datos más recientes disponibles publicados por la WWF en el Informe Planeta Vivo 2012.

14 Dólares a pesos actuales (El Banco Mundial. Disponible en: http://datos.bancomundial.org/. Fecha de consulta: mayo de 2012).

15 Es importante mencionar que si se emplea el valor de IDH del año 2011 publicado en el reporte internacional, México se encuentra en el grupo de países de IDH medio (0.77; PNUD, 2011).