Desde sus orígenes, la humanidad ha mantenido una estrecha relación con la naturaleza. De ella ha obtenido, a lo largo de su historia, alimentos, combustibles, medicamentos y materiales diversos, además de materias primas para la fabricación de vestido, vivienda u otro tipo de infraestructura, entre muchos otros productos. Sin embargo, a pesar del valor que tiene para la sociedad el capital natural, la visión utilitaria del entorno ha ocasionado que bosques, selvas y otros ecosistemas naturales hayan sido transformados intensamente a tierras ganaderas, agrícolas y zonas urbanas; que las aguas de ríos, lagos y mares se encuentren contaminadas y sus recursos pesqueros sobreexplotados; que enormes cantidades de desechos sólidos o líquidos se depositen directamente en el suelo o el agua y que por la quema de combustibles fósiles se emitan grandes cantidades de gases a la atmósfera. Todo ello ha provocado, además de la degradación ambiental, afectaciones importantes a la población humana.
Los beneficios que obtenemos gratuitamente de la naturaleza se conocen como servicios ambientales (ver Recuadro Servicios ambientales de los ecosistemas y bienestar humano). Estos servicios no son siempre locales en el sentido de que los ecosistemas que los posibilitan no se encuentran en el mismo sitio de donde se obtiene el beneficio: por ejemplo, las aguas de las cuales se abastecen algunos centros humanos (ya sea acuíferos, ríos o lagos) pueden tener su origen en las infiltraciones que ocurren en bosques bien conservados a muchos kilómetros de distancia. Es frecuente que en sitios con alto capital natural, el bienestar de la población sea bajo con respecto a ingreso, educación y salud, lo que aumenta la presión para sobreexplotar o degradar los ecosistemas y sus servicios ambientales con el fin de satisfacer las necesidades inmediatas de la población. La estrecha relación que existe entre los servicios ambientales, el desarrollo, la cultura y la marginación es tan importante que la protección y el uso sustentable de los ecosistemas naturales rebasa el ámbito estrictamente ambiental, lo que ha hecho que ya se le incluya dentro de las agendas social, económica y de salud de los diferentes gobiernos del mundo.
En este contexto, la intención de este capítulo, más que hacer una revisión profunda de la estructura y dinámica de la población en México y el mundo1, es describir algunas de las características más importantes que tienen relación directa con el ambiente tanto a nivel nacional como global. La población humana es el agente de presión más importante sobre los ecosistemas, pero también es el elemento capaz de implementar las posibles soluciones al deterioro y las acciones de conservación de la biodiversidad y de los servicios ambientales.
Población mundial
El crecimiento acelerado de la población mundial es un fenómeno relativamente reciente. Según algunas estimaciones, desde el inicio de nuestra Era y hasta el año 1000, la población no había rebasado los 300 millones de personas, pero sólo 500 años más tarde, el número de habitantes ya había crecido, según diversas estimaciones, a entre 424 y 484 millones. En 1750, esta cantidad ya se había incrementado en poco más de 200 millones llegando a cerca de 700 millones de personas. Para inicios del siglo XX esta población se había incrementado poco más de dos veces llegando a 1 550 millones de habitantes (Caldwell y Schindlmayr, 2002). Sin embargo, el crecimiento más acelerado comenzó en 1950, impulsado principalmente por el aumento de la natalidad y la disminución de la mortalidad (a causa de un mayor uso de vacunas, antibióticos e insecticidas) en las regiones menos desarrolladas del mundo. Esta tendencia de crecimiento se mantuvo y para finales del siglo XX ya se habían rebasado los seis mil millones de habitantes y al finalizar el año 2011 el planeta albergaba siete mil millones de personas.
La División de Población de las Naciones Unidas prevé que la población mundial seguirá aumentando hasta alcanzar más de nueve mil millones en el año 2050 (UN, 2012; Figura 1.1). La contribución de cada región del mundo a este crecimiento tiene diferencias importantes. Por ejemplo, en Asia el crecimiento poblacional ha sido muy alto: en 1950 había 1 403.4 millones de personas; en 2010, 4 164.2 millones, y se espera que para 2050 habiten en esta región del mundo 5 142 millones de personas. En Latinoamérica y El Caribe, en 1950 había 167.4 millones, en 2010, 590.1 millones y para 2050 se proyectan casi 751 millones de personas. Estas cifras pueden tener más sentido si se expresan en términos de densidad poblacional en función del territorio disponible. En Asia, la densidad poblacional en 1950 era de 44 habitantes/km2, en 2010 de 130 personas/km2; y para 2050 se esperan 161 personas/km2; mientras que para Latinoamérica y El Caribe, en 1950 y 2010 había 8 y 29 personas/km2, respectivamente, y se espera que para 2050 se incremente a 37 personas/km2 (Figura 1.2). A nivel mundial, en 1950, la densidad promedio era de 19 personas/km2, mientras que en 2010 se alcanzó el valor de 51 personas/km2, y se estima que en el año de 2050 llegue a 68 habitantes/km2.
El incremento poblacional ha traído consigo una mayor demanda de recursos naturales, lo que presiona fuertemente sus reservas en la naturaleza. Por ejemplo, para cubrir el requerimiento de alimentos tanto para uso humano como animal, el sector agrícola utiliza actualmente el 11% de la superficie terrestre y el 70% del agua total extraída de los acuíferos, ríos y lagos, lo que lo convierte en el mayor usuario de los recursos naturales del mundo. Tan sólo en los últimos 50 años, la superficie cultivada en el planeta creció 12%, cifra que toma mayor relevancia si se considera que la FAO ha calculado que para satisfacer las necesidades de la población se requeriría aumentar la producción mundial de alimentos en 70% para el año 2050 en comparación con los niveles de 2009 (FAO, 2011). Con respecto a la ganadería, las zonas de pastoreo ocupan 26% de la superficie terrestre libre de hielo; adicionalmente, la producción de forrajes para ganado emplea el 33% de las tierras de cultivo agrícola (FAO, 2009).
Además de la presión para producir alimento, muchas de las actividades de la humanidad generan una gran cantidad de contaminantes que llegan a la atmósfera, al suelo y a los cuerpos de agua, degradando aún más a los ecosistemas. Por ejemplo, en 2010, cada habitante del planeta emitió a la atmósfera en promedio 4.44 toneladas de CO2, el principal gas causante del calentamiento global (ver el capítulo de Atmósfera en su sección de Cambio climático), aunque con grandes diferencias entre países: un habitante de los Estados Unidos emitió en promedio 17.3 toneladas; 3.85 toneladas uno de México y tan sólo 60 kilogramos uno de Etiopía (IEA, 2012). Con respecto a la generación de residuos sólidos urbanos, en 2010 un habitante de Estados Unidos produjo en promedio 720 kg, mientras que uno de México 370, y uno de China 250 kg (OECD, 2013).
Población de México2
México no ha sido ajeno al crecimiento poblacional mundial ni al impacto de la población en el ambiente. A comienzos del siglo XXI, la tasa de crecimiento nacional era de 1.2%, muy similar a la que había a inicios del siglo XX, pero con una población entre siete y ocho veces mayor. En el año 2010, en el país habitaban 114.26 millones de personas: 51.2% de ellas mujeres y 48.8% de hombres (Conapo, 2013). De acuerdo con los indicadores nacionales de crecimiento poblacional, la población mexicana se encuentra en una fase avanzada de transición demográfica, en la cual tanto la tasa de mortalidad como la de fecundidad tienden a valores bajos. Las proyecciones del Consejo Nacional de Población (Conapo) señalan que el crecimiento poblacional seguirá hasta el año 2050, cuando alcanzará aproximadamente 150.84 millones de habitantes (Conapo, 2013; Figura 1.3).
El comportamiento proyectado de la población mexicana será consecuencia de varios factores, entre los que destaca la tendencia en la reducción de la fecundidad que comenzó hace más de 30 años: mientras que en 1950 el promedio de hijos por mujer era de 6.8; en 2010 ya fue de tan sólo 2.28. A esto habría que agregarle el efecto del incremento paulatino de la tasa de mortalidad a partir de los primeros años del siglo XXI, ya que se espera que pase de 5.6 por cada mil habitantes en 2010 a 6.7 y 8.8 por cada mil habitantes en 2030 y 2050, respectivamente. Asimismo, el incremento de la esperanza de vida total de la población ha estado muy relacionado con los avances en salud pública, los cuales han permitido que se haya incrementado de 49.7 años en 1950 a 74 en 2010 (71 años en hombres y 77 en mujeres). Las proyecciones indican que la esperanza de vida total podría alcanzar los 77 años en 2030, y los 79.4 en 2050 (Figura 1.4).
Otro aspecto relevante de la demografía del país es el cambio en su estructura. Actualmente, la proporción de infantes en la población tiende a reducirse y crece la de jóvenes y adultos mayores: mientras que en el año 2000, la proporción de niños y niñas en edad preescolar (0-4 años) era de 11.5%, en 2010 se redujo a 9.8%; por su parte, los adultos mayores de 65 años pasaron del 5.2% a 6.2% de la población en el mismo periodo (Figura 1.5). En el caso de la población en edad productiva (entre los 15 y los 64 años), pasó de 59 a 62% de la población entre 2000 y 2010. Otro indicador que muestra estos mismos cambios es la edad mediana de la población, es decir, la edad que divide en dos partes iguales a los habitantes del país: en 1990 era de 20 años, en 2000 de 22 y en el 2010 alcanzaba los 26 años.
La transición demográfica actual del país genera una relación positiva entre la población en edades dependientes (niños y adultos mayores) y la población productiva. Esta relación se mide por medio de la llamada razón de dependencia, calculada como el cociente entre la población en las edades dependientes y la población en edad productiva: en 1970, el número de personas dependientes era de 99.7 por cada 100 productivas, y para 2010 se calculaba en 60.8 dependientes por cada 100 personas productivas (Figura 1.6). Si se analiza por separado la dependencia infantil y la de adultos mayores, se observa que la dependencia infantil ha seguido una tendencia decreciente, en contraste a la población de adultos mayores, cuya razón de dependencia pasó de 7.7 a 9.9 por cada 100 personas en edad productiva entre los años 1990 y 2010.
Se estima que el valor más bajo de la razón de dependencia demográfica se alcanzará alrededor del año 2025, para elevarse después como resultado del crecimiento de la población de adultos mayores. Esto es, el llamado bono demográfico que ahora presenta el país se extenderá todavía por algunos años más, lo que representa un gran potencial intelectual y laboral susceptible de aprovecharse en el desarrollo del país.
Distribución geográfica de la población de México
La distribución geográfica actual de la población mexicana se caracteriza por la fuerte concentración de personas en pocas ciudades y áreas metropolitanas, pero también por una gran cantidad de localidades3 menores a los 2 500 habitantes dispersas por todo el territorio nacional. La proporción de la población que habita en localidades rurales (menores a 2 500 habitantes) ha ido disminuyendo significativamente. En 1900, aproximadamente 72% de la población habitaba en localidades rurales; para 1960 este porcentaje ya era ligeramente menor a 50% y en 2010 sólo 23.2% de los habitantes del país se encontraba en localidades de esta categoría. Esto significa que en poco más de un siglo, México pasó de ser un país predominantemente rural a uno urbano.
En cuanto al número de localidades, en 2010 se registraron alrededor de 170 mil de tipo rural (88.6% del total de localidades a nivel nacional), de las cuales 15.3% no contaba con carreteras (ni pavimentadas ni de terracería) que les permitiera conectarse con otros centros poblacionales más grandes (INEGI, 2011c; Mapa 1.1). Esta condición de aislamiento contribuye, entre otros factores, a los altos índices de marginación y pobreza de la población, ya que dificulta la cobertura de los servicios básicos de educación, salud, agua potable, saneamiento, energía eléctrica y telefonía, además de reducir las opciones de empleo y movilidad social.
Con respecto a la población urbana, en 2010 estaba organizada en 630 localidades: 499 de entre 15 mil y 100 mil habitantes (donde habitaba casi 15% de la población del país), 120 con población entre 100 mil y un millón de habitantes (donde residía cerca de 35% de la población) y once localidades con más de un millón de habitantes (donde residía 13.2% de la población). En conjunto, en estas localidades urbanas habitaba el 62.5% de la población nacional (Mapa 1.2; INEGI, 2011a).
Dentro de las poblaciones urbanas mexicanas se han conformado zonas metropolitanas4 a partir de la interacción de municipios completos que comparten, además de la colindancia geográfica, una gran actividad socioeconómica. Para el 2010, Sedesol, Conapo e INEGI delimitaron 59 zonas de este tipo en el país. En ese año, 56.8% de la población nacional (63.8 millones de personas) habitaba estas zonas metropolitanas, las cuales, en conjunto, ocupaban 8.7% del territorio (171 817 km2; Mapa 1.3). Entre ellas, la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) es la más poblada, con poco más de 20 millones de personas, lo que equivale a 17.9% de los habitantes del país o 31.5% de las personas asentadas en todas las zonas metropolitanas del país. La ZMVM se forma con las 16 delegaciones del Distrito Federal, 59 municipios del estado de México y un municipio de Hidalgo. En segundo y tercer lugar se encuentran las zonas metropolitanas de Guadalajara (integrada por 8 municipios) y Monterrey (13 municipios), con 4.4 y 4.1 millones de habitantes, respectivamente. La zona metropolitana menos poblada es la de Moroleón-Uriangato en Guanajuato, formada por los dos municipios que le dan nombre, con alrededor de 109 mil habitantes, menos del 0.1% de la población nacional en 2010.
La concentración de población en las zonas metropolitanas tiene como consecuencia fuertes presiones sobre el ambiente, las cuales pueden rebasar, en muchas ocasiones, los límites del propio asentamiento humano y sus alrededores. Por ejemplo, para cubrir la demanda de agua en la ZMVM, además del abastecimiento que se obtiene de los acuíferos de la propia zona metropolitana, se requiere del agua que viaja a través del sistema Cutzamala y que puede provenir de presas ubicadas en el estado de Michoacán (p. e., El Bosque y Tuxpan). Asimismo, una parte de las aguas residuales generadas tienen impactos en zonas lejanas: una parte es enviada a regiones vecinas con poca disponibilidad de líquido (como por ejemplo, el Valle del Mezquital, Hidalgo), en donde son utilizadas para el riego de campos agrícolas.
Notas:
1 La información sobre la población mundial puede consultarse en la página del Fondo de Población de las Naciones Unidas (www.unfpa.org), y sobre México en la página del Conapo (www.conapo.gob.mx).
2 Debido a la fecha y al nivel (localidad, municipio o entidad) en que se publican los datos demográficos del país, en la presente sección (Población de México) se utilizaron las Proyecciones de la Población de México 2010-2050 (Conapo, 2013). En las secciones posteriores, los datos corresponden al Censo de Población y Vivienda 2010 (INEGI, 2011a y b).
3 De acuerdo con INEGI (2011b), una localidad es todo lugar que está ocupado por una o más viviendas, habitadas o no, reconocida por un nombre que le otorga la ley o la costumbre. Las localidades rurales comprenden menos de 2 500 habitantes, las mixtas o en transición, entre 2 500 y 14 999, y las urbanas, 15 mil o más habitantes.
4 La zona metropolitana se define como el conjunto de dos o más municipios donde se localiza una ciudad de 50 mil o más habitantes, cuya área urbana, funciones y actividades rebasan el límite del municipio que originalmente la contenía, incorporando como parte de sí misma o de su área de influencia directa a municipios vecinos, predominantemente urbanos, con los que mantiene un alto grado de integración socioeconómica. También se incluye a los municipios que por sus características son relevantes para la planeación y política urbana y a los que contienen una ciudad de un millón o más habitantes, así como aquellos con ciudades de 250 mil habitantes que comparten conurbación con ciudades de Estados Unidos (Sedesol, Conapo e INEGI, 2012).
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