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La educación está íntimamente relacionada con la formación del capital humano y es factor clave para reducir la pobreza y la desigualdad. Brinda a las personas habilidades y conocimientos, les permite mejorar su desempeño laboral, crear nuevas oportunidades, conservar y mejorar su condición general de salud, así como fomentar la innovación, la transparencia, la buena gobernanza y el combate a la corrupción, entre otras bondades. Un aspecto fundamental para evaluar el éxito del sistema educativo es a través del egreso de sus estudiantes, es decir, su eficiencia terminal. El indicador de eficiencia terminal calcula la relación porcentual entre los egresados de un nivel educativo dado y el número de estudiantes que ingresaron al primer grado de este nivel educativo un cierto número de años antes.
Es posible que el indicador tome valores mayores al cien por ciento debido a que los egresados pueden provenir de otras cohortes matriculadas, ya sea por provenir de otras escuelas, tipos de sostenimiento y/o de otros modelos educativos. Debe considerarse que el indicador no evalúa la calidad de los graduados al término del nivel educativo. Se sugiere complementar con otros indicadores, como la duración promedio de los estudios de los egresados y desertores y de gasto educativo, por ejemplo, para obtener una visión más amplia de la eficiencia del sistema educativo.
Un valor del indicador que se aproxima al cien por ciento denota un alto grado de eficiencia en términos de producir graduados, con la consecuente merma de la población escolar asociada con la repetición de grados escolares o con la deserción escolar.