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Introducción

Más allá de su innegable valor estético y recreativo, las zonas costeras y oceánicas brindan importantes bienes y servicios ambientales a la población. La producción de alimentos, la estabilización de la línea costera, la regulación de la hidrología y el clima, la captura del bióxido de carbono y la producción de oxígeno son sólo algunos de los más importantes (UNDP et al., 2000; Levin y Lubchenco, 2008). Poseen además una enorme riqueza biológica: de los cerca de 82 phyla reconocidos, 60 aproximadamente tienen representantes marinos, en contraste con los 40 phyla que persisten tanto en los ecosistemas terrestres como dulceacuícolas (Groombridge y Jenkins, 2002). Tan sólo con respecto a los animales, en los océanos y zonas costeras habitan 36 de los 37 phyla reconocidos, en ecosistemas que van desde los arrecifes coralinos y las comunidades de pastos marinos hasta los manglares, lagunas costeras y estuarios.

Los bienes y servicios que brindan han contribuido a convertir a las zonas costeras y oceánicas en áreas de una gran importancia social y económica. Se estima que 60% de la población humana en el mundo vive en la franja que empieza en el litoral y acaba 60 km tierra adentro (Ramsar, 2007). No obstante, su incesante actividad económica y social ha traído consigo un desarrollo y crecimiento demográfico acelerado, demandando día a día mayor cantidad de alimentos, agua, energía e infraestructura. Todo ello a costa de impactos adversos sobre sus ecosistemas. Se reconoce que las principales amenazas a la biodiversidad costera y oceánica, tanto a niveles genético, de especies y de ecosistemas, son la alteración del hábitat, la sobreexplotación de sus recursos naturales, la contaminación y eutrofización de sus aguas, la maricultura, la introducción de especies exóticas, el turismo y el cambio climático global (EEA, 2003; PNUMA, 2003; Heip et al., 2009).

En la presente obra se consideran como ecosistemas de zona costera a todos aquellos ubicados dentro de las zonas intermareales y bentónicas, destacando los estuarios, las comunidades de pastos marinos y los arrecifes coralinos. También se consideran los ecosistemas de mar abierto. Los manglares, aunque constituyen la transición entre ecosistemas terrestres y marinos, se ubicaron dentro de la sección de Ecosistemas Terrestres. Es importante señalar que se incluye aquí una sección especial de un ecosistema que, por su riqueza biológica, importancia ecológica y problemática particular merece especial atención: el arrecife de coral.

 

Referencias

EEA. Europe´s Environment: the Third Assessment. Copenhagen. 2003.

Groombridge, B. y M. D. Jenkins. World Atlas of Biodiversity. UNEPWCMC. University of California Press. USA. 2002.

Heip, C., H. Hummel, P. van Avesaath, W. Appeltans, et al. Marine Biodiversity and Ecosystem Functioning. Printbase, Dublin, Ireland. 2009.

Levin, S.A. y Lubchenco, L. Resilience, Robustness, and Marine Ecosystem-based Management. BioScience  58:27-32. 2008.

PNUMA. GEO América Latina y el Caribe. Perspectivas del Medio Ambiente 2003. PNUMA. Costa Rica. 2003.

Ramsar. Manejo de las zonas costeras. Manuales Ramsar para el uso racional de las zonas costeras. 3ª edición. 2007.

UNDP, UNEP, WB y WRI. World Resources 2000-2001. WRI. 2000.