Introducción
La enorme superficie que cubren las selvas y los bosques en México le brindan, además de una variada gama de servicios ambientales, un gran potencial para el aprovechamiento de sus recursos forestales. Los bosques y selvas protegen el suelo contra la erosión, propician el mantenimiento de su fertilidad, garantizan el volumen y la calidad del agua captada en las cuencas, preservan la biodiversidad y propician la estabilidad climática a niveles regional y global (Conabio, 1998; Matthews et al., 2000; SCBD, 2001a; Groombridge y Jenkins, 2002). Las zonas forestales también sirven como espacios para la recreación y el turismo, la educación y el conocimiento científico, además del enorme valor cultural y espiritual que tienen para muchos grupos humanos en el mundo. Sin embargo, el aporte más tangible a la sociedad es la diversidad de bienes que se explotan en ellos: por un lado, los productos maderables, que básicamente consideran la madera para la producción de escuadría (tablas, tablones, vigas y materiales de empaque), papel, chapa, triplay y para la generación de energía, a través de la quema de leña (Semarnat, 2003). Por otro lado, se encuentran los productos no maderables, un conjunto vasto que incluye tierra de monte, resinas, fibras, ceras, frutos y plantas vivas, entre muchos otros (SCBD, 2001b; Semarnat, 2003).
A nivel mundial, la producción de madera es dominada por Estados Unidos (27 por ciento del volumen total), seguido por los países productores de Europa, Asia, Canadá y la ex Unión Soviética, mientras que en México la aportación no alcanza el 1 por ciento del total mundial (Semarnat, 2003). Para el país, desde el punto de vista económico, el aprovechamiento de los recursos forestales representó en 2002 el 1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), con cerca de 16 mil 900 millones de pesos, para lo cual se empleó una fuerza laboral remunerada de 195 mil trabajadores en 2001 (Semarnat, 2003b).
Desafortunadamente, la riqueza forestal de muchos países en el mundo, incluido México, se encuentra en serio riesgo. A nivel mundial, entre 1990 y 2000 se perdieron anualmente cerca de 9 millones de hectáreas de cubierta forestal, a una tasa anual del 0.2 por ciento (FAO, 2005), que se tradujo en la pérdida irreversible de muchos de los servicios ambientales y de valiosos recursos forestales críticos por su importancia socioeconómica. Aunado a ello, no sólo se ha reducido la extensión de la cubierta forestal, sino también su calidad: se estima que tan sólo un 20 por ciento de la cubierta forestal del planeta tiene un nivel bajo de perturbación (WRI, 1997). Los factores que inciden en la pérdida de la cubierta forestal y, por ende, de los recursos forestales que albergan son complejos. Sin embargo, se reconocen como las principales presiones: la conversión de las tierras forestales a otros usos (agrícolas, ganaderos o urbanos); la extracción tanto legal como ilícita de productos forestales (maderables y no maderables); los incendios, las plagas y las enfermedades forestales (Matthews et al., 2000; SCBD, 2001a; PNUMA, 2003).
El reconocimiento de esta problemática ha generado una creciente preocupación mundial respecto al impacto de las actividades humanas sobre el estado de los recursos forestales y, con ello, se han desarrollado estrategias que permitan la recuperación y el aprovechamiento sustentable de estos recursos. En el caso de México, se han implementado diversas estrategias que pueden agruparse en tres líneas: aquellas encaminadas a reducir la presión sobre los recursos forestales (e. g., Programa de Plantaciones Forestales Comerciales, Prodeplan), las dirigidas a la recuperación de la cubierta forestal (e. g., Programa de Conservación y Restauración de Ecosistemas Forestales, Procoref) y, finalmente, las que buscan el manejo sustentable de los recursos forestales (e. g., Programa de Desarrollo Forestal, Prodefor, y el Proyecto de Conservación y Manejo Sustentable de Recursos Forestales, Procymaf). Existen además otros programas (e. g., Programa de Servicios Ambientales Hidrológicos, PSAH, y el Programa para desarrollar el mercado de servicios ambientales por captura de carbono y los derivados de la biodiversidad y para fomentar el establecimiento y mejoramiento de sistemas agroforestales; PSA-CABSA), los cuales, a pesar de no buscar un aprovechamiento directo de los recursos forestales, promueven la protección de las zonas forestales del país y, por consiguiente, de los servicios ambientales que brindan. Los indicadores referentes a esta última línea se presentan dentro de los capítulos de Agua y Biodiversidad. Finalmente, en la tercera línea, deben destacarse los esfuerzos en materia de sanidad forestal, a través del diagnóstico y tratamiento de las zonas con problemas de plagas y enfermedades forestales y aquellos de inspección y vigilancia conducidos por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), encaminados al cumplimiento de la normatividad en materia de los recursos forestales.

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