Introducción
México es un país privilegiado por su diversidad de tortugas marinas. Siete de las ocho especies reconocidas en el planeta anidan en sus playas, tanto en las del Pacífico como en las del Golfo de México y El Caribe: la caguama (Caretta caretta), la blanca o verde (Chelonia mydas), la prieta (Chelonia agassizii), la carey (Eretmochelys imbricata), la lora (Lepidochelys kempii), la golfina (Lepidochelys olivacea) y la tortuga laúd (Dermochelys coriacea) (Conabio, 1995). Dos de ellas, la tortuga lora y la prieta se reproducen exclusivamente en playas mexicanas. Las tortugas marinas son especies importantes para los ecosistemas marinos y costeros: contribuyen a la salud y al mantenimiento de los arrecifes coralinos, las praderas de pastos marinos, los estuarios y las playas arenosas (Bouchard y Bjorndal, 2000).
Las tortugas marinas han sido aprovechadas, desde muchos siglos atrás y alrededor de todo el mundo, para obtener diversos productos, entre los que destacan su carne, huevos, piel y el carey de sus caparazones. Sin embargo, la explotación excesiva de sus poblaciones ha puesto en peligro de extinción a varias especies. Las principales actividades humanas que amenazan a estos quelonios son la degradación de sus hábitats de anidación y alimentación, la pesca incidental, el saqueo ilegal de sus nidos y el sacrificio de las hembras que salen a anidar en las playas (Conabio, 1995; INP, 2001; Hays, 2003; IATTC, 2004; PNUMA, 2004; Traffic, 2004).
En México y el mundo se han implementado diversos mecanismos para proteger y recuperar a las poblaciones de las distintas especies de tortugas marinas. Su inclusión en el listado nacional de especies en riesgo, la creación de campamentos en los que se protegen a las hembras y a sus nidadas, así como la designación de muchas playas como áreas naturales protegidas, son algunos ejemplos del interés gubernamental encaminado a la protección y conservación de estos reptiles marinos.

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