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Introducción

Más allá de su innegable valor estético y recreativo, las zonas costeras y oceánicas brindan importantes bienes y servicios ambientales a la población. La producción de alimentos, la filtración y limpieza de las aguas continentales, la estabilización de la línea costera, la regulación de la hidrología y el clima, el almacenamiento del bióxido de carbono y la producción de oxígeno son sólo algunos de los más importantes (Daily et al., 1997; Bryant et al., 1998; Burke et al., 2000; UNDP et al., 2000). Poseen además una enorme riqueza biológica: de los cerca de 82 phyla reconocidos por la ciencia, 60 aproximadamente tienen representantes marinos, en contraste con los 40 phyla que persisten tanto en los ecosistemas terrestres como dulceacuícolas (Groombridge y Jenkins, 2002). Tan sólo en lo que animales se refiere, en los océanos y zonas costeras habitan 36 de los 37 phyla reconocidos, en ecosistemas que van desde los arrecifes coralinos y las comunidades de pastos marinos hasta los manglares, lagunas costeras y estuarios.

Los bienes y servicios que brindan han contribuido a convertir a las zonas costeras y oceánicas en áreas social y económicamente importantes. En 1995, cerca del 29 por ciento de la población mundial estaba asentada dentro de los 50 kilómetros adyacentes a la costa (Burke et al., 2000). No obstante, su incesante actividad económica y social ha traído consigo un desarrollo y crecimiento demográfico acelerado, demandando día a día mayor cantidad de alimentos, agua, energía e infraestructura; todo ello a costa de impactos adversos sobre sus ecosistemas. Se reconoce que las principales amenazas a la biodiversidad costera y oceánica, tanto a niveles genético, de especies y de ecosistemas, son la alteración del hábitat, la sobreexplotación de sus recursos naturales, la contaminación y eutrofización de sus aguas, la maricultura, la introducción de especies exóticas, el turismo y el cambio climático global (Arriaga et al., 1998; Bryant et al., 1998; Burke et al., 2000; Groombridge y Jenkins, 2002; EEA, 2003; PNUMA, 2003).

En la presente obra se han considerado como ecosistemas de la zona costera a todos aquellos ubicados dentro de las zonas intermareales y bentónicas, destacando los estuarios, las comunidades de pastos marinos y los arrecifes coralinos. También se han considerado a los ecosistemas de mar abierto. Los manglares, aunque constituyen la transición entre ecosistemas terrestres y marinos, se han considerado dentro de la sección de Ecosistemas Terrestres. Es importante señalar que se ha incluido aquí una sección de un ecosistema que, por su riqueza biológica, importancia ecológica y problemática particular, merece especial atención: el arrecife de coral.