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Introducción

El ozono se encuentra de manera natural en nuestra atmósfera, específicamente en la región de la estratosfera, que se localiza aproximadamente entre los 10 y 50 kilómetros de altura. La mayor concentración de ozono (90 por ciento) ocurre entre los 25 y los 35 kilómetros, donde se forma lo que comúnmente se conoce como la capa de ozono estratosférico. Aunque esta capa abarca una parte muy pequeña de la atmósfera, la vida en el planeta no sería posible sin ella, ya que, por un lado, absorbe la mayor parte de la radiación ultravioleta (UV) proveniente del sol, protegiendo así a los seres vivos de sus efectos dañinos, y por otro, libera la energía absorbida en forma de calor, lo que contribuye a dar forma a la estructura térmica de la atmósfera, definiendo así los patrones climáticos. Por ello, la alteración del grosor de la capa de ozono tiene consecuencias graves para la vida en la Tierra (WMO y UNEP, 2003).

El grosor de la capa de ozono estratosférico comúnmente se determina midiendo la cantidad de ozono presente en una columna vertical de aire. Este grosor se expresa en unidades Dobson (UD); 100 UD representan una cantidad equivalente a un milímetro de grosor de la capa de ozono, a nivel del mar y a 0°C. Sin embargo, los niveles de ozono varían naturalmente dependiendo de la latitud, por ejemplo, en los trópicos es de entre 250 y 300 UD, mientras que en las regiones templadas los cambios estacionales producen una mayor variación, ya que los valores pueden alcanzar entre 300 y 400 UD (EPA, 2004).

En 1970 se descubrió que ciertas sustancias orgánicas fabricadas por el hombre, que contienen cloro, flúor y bromo, estaban destruyendo la capa de ozono (PNUMA, 2000a); una molécula de cloro o de bromo puede destruir cien mil moléculas de ozono. Estas sustancias conocidas como Sustancias Agotadoras del Ozono (SAO) se emplean en la refrigeración, aire acondicionado, espuma rígida de poliuretano, solventes, insecticidas, aerosoles y extintores. Las SAO participan en una compleja serie de reacciones que conduce a la destrucción del ozono. Ejemplo de estas sustancias son los clorofluorocarbonos (CFC), hidroclorofluorocarbonos (HCFC), halones, bromuro de metilo (MBR), tetracloruro de carbono (TET) y metil cloroformo (MCF) (WMO y UNEP, 2003).

A pesar de que el alrededor del 90 por ciento de las emisiones de SAO ocurre en Europa, Norteamérica y Japón, los contaminantes se propagan en toda la atmósfera; las condiciones climáticas del polo sur (nubes y viento polar) favorecen las reacciones que convierten a las SAO en gases reactivos que destruyen el ozono (PNUMA, 2000a, 2003; WMO y UNEP, 2003). El adelgazamiento de la capa de ozono en Antártica ha producido lo que se conoce como el "agujero de ozono" (menor a 220 UD; NOAA, 2001; PNUMA, 2003; WMO y UNEP, 2003). Éste fue observado por primera vez a principios de los años ochenta y presentó su máximo tamaño registrado en el año 2000, cubriendo cerca de 29.4 millones de kilómetros cuadrados; en el año 2007 abarcaba 24.8 millones de kilómetros cuadrados, una superficie ligeramente más grande que Norteamérica (NASA, 2003, 2007). Como consecuencia de la degradación de la capa de ozono se incrementa la exposición a la radiación ultravioleta, lo cual genera impactos negativos a la salud de las personas, tales como el cáncer de piel y la depresión del sistema inmune, además de alteraciones en la composición y función de los ecosistemas (daños a cultivos y estadios tempranos de especies importantes como peces, camarones, cangrejos y anfibios, alteración de los ciclos biogeoquímicos, cambios en la estructura trófica, probable disminución de la productividad marina, etc.) (Environment Canada, 1991, 2003; UNEP, 1998, 2003; WMO y UNEP, 2003).

La preocupación de la comunidad científica y de los gobiernos de diversos países llevó a la adopción de la Convención de Viena sobre la Protección de la Capa de Ozono (1985) y al Protocolo de Montreal sobre Sustancias que Degradan la Capa de Ozono (1987), en los cuales se establecieron compromisos para reducir el consumo y la producción de las SAO (PNUMA, 2003; UNEP, 2004). México firmó estos tratados en 1985 y 1987 respectivamente, ratificó el Protocolo de Montreal en 1989 y ha adoptado las enmiendas de Londres, y de Copenhague y recientemente las de Montreal (2006) y Beijing (2007). El cumplimiento de los compromisos ante el Protocolo de Montreal implica costos económicos, por lo que con el fin de apoyar a los países en desarrollo surgió el Fondo Multilateral para la Implementación del Protocolo de Montreal, el cual recibe la contribución de los países industrializados (UNEP, 2003).