Diversidad de ecosistemas

México se encuentra entre los países denominados "megadiversos", que albergan entre 60 y 70 por ciento de la diversidad conocida del planeta. En lo referente a los ecosistemas, uno de los niveles de organización de la biodiversidad, en México se encuentran la mayoría de los ecosistemas presentes en el planeta, lo anterior debido a la heterogeneidad del medio físico y la posición geográfica del país. Los ecosistemas y los servicios ambientales que brindan son esenciales para el desarrollo y bienestar de la humanidad, por ello resulta necesario generar información sólida que permita conservarlos y aprovecharlos de manera sustentable. La obra, Capital natural de México, que contó con la amplia participación de diversos especialistas, representa la evaluación científica más completa sobre el estado del conocimiento, la conservación y el uso de la diversidad biológica de México con especial énfasis a la descripción y el análisis de los servicios ambientales que proporcionan los ecosistemas y su relación con el bienestar social; además de destacar en varios documentos de síntesis, las acciones prioritarias para valorar y conservar este patrimonio biológico (CONABIO 2006, 2008a, 2008b, 2009, 2016a, Sarukhán et al. 2009, 2012, 2017). La mayor parte de la información que se presenta a continuación es un resumen de esta obra y de la Estrategia Nacional de Biodiversidad y su Plan de Acción 2016-2030 (CONABIO 2016b).

La gran diversidad de ecosistemas, paisajes y comunidades biológicas en los diversos ambientes de México es el resultado de su forma y ubicación geográfica en la intersección de dos regiones biogeográficas, la Neártica y la Neotropical y su posición intertropical entre las vertientes oceánicas del Atlántico y el Pacífico, así como de su compleja topografía y geología -con casi todos los climas conocidos en el mundo (excepto los más fríos)- y extensa línea de costa (CONABIO 2008a). Para representar la diversidad de los ambientes y ecosistemas se han desarrollado varias regionalizaciones y descripciones, con diversos enfoques y escalas (Espinosa et al. 2008; Challenger y Soberón 2008).

De manera general, en el ámbito terrestre, en el norte y la parte centro del país se encuentran las zonas áridas y semiáridas caracterizadas por los matorrales xerófilos, pastizales y bosques espinosos; en las planicies costeras y secas del Pacífico, centro del golfo de México y noroeste de Yucatán se distribuyen los bosques tropicales secos y semisecos; en las zonas más húmedas inferiores a los 900 metros sobre el nivel del mar los bosques tropicales perennifolios, y a mayores altitudes los bosques de niebla; finalmente, en las sierras se encuentran bosques de coníferas y de encinos (Challenger y Soberón 2008; CONABIO 2016b). Además, existen comunidades vegetales ligadas al medio acuático, como los manglares, las dunas costeras, la vegetación de galería a lo largo de los ríos, los popales y tulares, entre otros ecosistemas. La clasificación más reciente de los tipos de vegetación con cartografía nacional a escala 1: 250,000 reconoce más de 50 tipos de vegetación (INEGI, 2013); los cuales se pueden agrupar en grandes tipos de vegetación, como los antes mencionados. Para describir la diversidad de ambientes terrestres también se ha utilizado el marco de las ecorregiones, que son áreas que pretenden representar un conjunto geográficamente distintivo de comunidades naturales que comparten la gran mayoría de sus especies y dinámicas ecológicas, así como condiciones ambientales similares. Estas regionalizaciones permiten tener un sistema jerárquico de clasificación con diferentes niveles de agregación, como en el caso de las ecorregiones de América del Norte (CAC 1997, INEGI et al. 2008). En México, se reconocen 7 ecorregiones de nivel I y 96 ecorregiones terrestres de nivel IV (su nivel más desagregado), que se han descrito con base en sus características biofísicas, las principales amenazas y su estado de conservación (véanse Challenger y Soberón 2008 y Urquiza-Haas et al. 2011).

Por otro lado, la gran variedad de ecosistemas acuáticos epicontinentales es el resultado de la compleja orografía del país. Los ríos, arroyos y cuerpos de agua de México constituyen una red hidrográfica de 633 mil kilómetros de longitud. En el Inventario Nacional de Humedales se identificaron 6 331 humedales y complejos de humedales, que abarcan 10.03 millones de hectáreas, equivalente a 5% de la superficie del país, de los cuales 2,406 son pantanos, 536 lacustres, 1,932 fluviales, 965 estuarios y 492 artificiales. También se tiene el registro de 125 cenotes y ocho oasis con superficie mayor a 10 ha. Los estados que cuentan con la mayor superficie de humedales están en el sureste, siendo Campeche y Tabasco los más importantes (CONAGUA, 2012). Estos cuerpos de agua albergan un gran número de especies muchas de las cuales son endémicas, por ejemplo, se estima que en estos ecosistemas se encuentran 65% de las especies de peces dulcecuícolas reportadas para Norteamérica y los lagos en el Eje Neovolcánico Transversal albergan comunidades importantes de algas y plantas acuáticas, además son hábitats migratorios clave para muchas especies de aves (Miller et al. 2005, Lara-Lara et al. 2008a).

Además, México cuenta con un importante territorio insular. El territorio insular mexicano (TIM) comprende un conjunto de más de 4,111 elementos insulares (islas, arrecifes y cayos) de jurisdicción principalmente federal que se localizan en la zona costera y marina de México con una superficie de más de 5 100 km2. Las islas mexicanas albergan una porción importante de nuestra biodiversidad en un área pequeña, en ellas se encuentran por lo menos 8% de las especies vegetales y animales conocidas en el país y tienen un alto grado de endemismos. Asimismo, el TIM es un recurso estratégico para el país ya que permite que cuente con una superficie de zona económica exclusiva 1.6 veces mayor al territorio continental, superficie en la que México ejerce derechos de soberanía para la exploración, explotación y la conservación de recursos naturales, por ejemplo, petróleo, minería, pesquería, entre otros (Lara-Lara 2008a, CANTIM 2012, CONABIO 2016b).

En términos de litorales y extensión marina, México ocupa el lugar 12º en el ámbito mundial, lo que le confiere un amplio potencial para el uso de recursos costero-marinos. La ubicación geográfica de nuestro país, entre las influencias oceánicas del Atlántico centro-occidental y del Pacífico centro-oriental, el Mar Caribe y el Golfo de California, aunado a la variedad del relieve oceánico (como laderas continentales, llanuras abisales, islas oceánicas, fosos y cadenas montañosas submarinas) a la heterogeneidad vertical que resulta de la profundidad, las capas de agua, las corrientes y los sistemas de afloramiento explican su enorme diversidad de especies y ecosistemas costeros y oceánicos (Lara-Lara 2008b, CONABIO 2017). Los ecosistemas oceánicos, se clasifican en pelágicos y bentónicos, dentro de los primeros se encuentran las surgencias marinas que son ecosistemas altamente productivos y de gran importancia para las pesquerías. Entre los ecosistemas bentónicos destacan los más profundos como formaciones coralinas y de poríferos que contienen una gran diversidad de especies endémicas a estos sitios (Lara-Lara et al. 2008b, UNEP 2006, CONABIO et al. 2007a). Al caracterizar el fondo marino considerando su profundidad y topografía se definieron 28 ecorregiones de nivel II para México (Lara-Lara et al. 2008b, CCA 2009, CONABIO 2016b). Por otro lado, los ecosistemas acuáticos costeros son un complejo de lagunas, estuarios y arrecifes coralinos, entre otras formaciones. Éstos son resultado de las relaciones dinámicas entre las zonas continentales y las marinas, además de albergar comunidades biológicas de gran riqueza tienen gran importancia tanto económica, social y de protección de nuestros litorales (Lara-Lara et al. 2008a).

En las últimas cinco décadas, la actividad humana se ha convertido en un fuerte factor de cambio de los ecosistemas y sus procesos. Estos cambios se deben a factores indirectos o de raíz (sociales, económicos, políticos) que resultan a los factores directos de destrucción y degradación de los ecosistemas, incluyendo el cambio de la cobertura y el uso del suelo, la sobreexplotación de organismos, la introducción de especies exóticas invasoras, contaminación y el cambio climático. Hacia 1976 la cobertura vegetal original en estado primario de los ecosistemas naturales del país se había reducido a 56% y para 1993 y 2011 representaba alrededor de 54 y 50% de su superficie original, respectivamente. Es decir, 50% de la cobertura vegetal del territorio nacional ha sido eliminada, fuertemente impactada por actividades agropecuarias o deteriorada en alguna medida; de esta superficie, 28% se ha deforestado (INEGI 2013) para utilizarla en actividades agropecuarias, urbanas y de infraestructura, y aproximadamente una tercera parte adicional de la cobertura vegetal ha sido intervenida para la producción ganadera, en especial los pastizales naturales y los matorrales xerófilos. La superficie de bosques y selvas del país representaba en 1993, 2002 y 2011 alrededor de 38, 34 y 32% de su cobertura original; siendo la vegetación asociada a las zonas tropicales la que ha tenido mayores pérdidas. Además, una proporción importante de la vegetación del país está fragmentada y en diferentes estados de degradación (Sarukhán et al. 2017). La transformación de los ecosistemas en sistemas de producción de alimentos ha sido el factor que ha causado el mayor impacto en los ecosistemas del país; por lo que promover esquemas de reconversión productiva con criterios de sustentabilidad permitiría atenuar los efectos negativos a la funcionalidad de los ecosistemas por actividades agropecuarias (Sarukhán et al. 2017; Anta-Fonseca et al. 2008).

Con respecto a los ecosistemas acuáticos, a pesar de que se cuenta con menos información que para los terrestres, existen evidencias de que también han sufrido impactos severos. Por ejemplo, los indicadores generales de calidad del agua de cuerpos epicontinentales muestran que, en 2015, 8.5% de 2,766 sitios muestreados presentaron contaminación por materia orgánica biodegradable (DBO), más de 32% por materia orgánica (DQO) de 2,766 sitios y 6.6% por sólidos suspendidos totales de 3,766 sitios Esto se debe a la cantidad de descargas de centros urbanos e industriales que se vierten directamente al ambiente, a pesar de que en los últimos años se ha incrementado la capacidad de tratamiento de aguas residuales (en 2015 se trataron 57%) (CONAGUA 2016, Sarukhán et al. 2017). De igual manera, hay evidencias de que los ecosistemas marinos han sido fuertemente impactados por actividades humanas como contaminación, turismo masivo, pesca de arrastre y sobrepesca (CONABIO et al. 2007, Sarukhán et al. 2012).

La gran diversidad biológica del país le confiere un enorme potencial para su desarrollo, pero también una responsabilidad para manejarlo y conservarlo. Las estrategias de manejo y conservación de la biodiversidad requieren de bases sólidas de conocimiento (Sarukhán et al. 2017). A pesar de que en los últimos 20 años México ha logrado avances importantes para proteger su biodiversidad, aún existen retos importantes para detener y revertir su pérdida, las políticas públicas requieren una nueva visión para la planeación territorial que integre la importancia de la biodiversidad y busque conservarla a diferentes escalas. Una de las principales estrategias de conservación es la implementación de las áreas naturales protegidas (ANP) tanto a nivel federal, como estatal y municipal y de otros instrumentos de conservación in situ, como las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA), los Pagos por Servicios Ambientales (PSA) y el manejo forestal sustentable (MFS) entre otras.

Para guiar los esfuerzos de protección in situ y de restauración de los ecosistemas se han desarrollado en los últimos años capacidades para realizar análisis de planeación sistemática para la conservación que permiten manejar grandes volúmenes de información, considerar diversos criterios y maximizar esfuerzos para conservar especies de distribución restringida, endémicas y amenazadas, así como identificar zonas únicas, de alto valor biológico (CONABIO et al. 2007 a, b; CONABIO-CONANP 2010, Koleff et al. 2009; Sarukhán et al. 2017).

Los resultados de estos estudios brindan una guía de apoyo para incrementar la superficie con decretos de protección y mejorar la representatividad del sistema de áreas protegidas del país. Sin embargo, dada la complejidad para conservar una porción viable y representativa de la vasta diversidad biológica será imprescindible multiplicar los esfuerzos para lograr el manejo sustentable fuera de las áreas de protección. Los casos en que ha sido posible conservar y manejar de manera sustentable los ecosistemas (Véase Carabias et al., 2010) pueden tomarse como base para continuar trabajando en el país tanto a nivel individual, como de organizaciones sociales, instituciones académicas, sector privado y de las diferentes instancias gubernamentales con el fin de resguardar el patrimonio natural del país.


Fuente:

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