CAPÍTULO 3. SUELOS
Cambiar tamaño de texto a 12 puntos Cambiar tamaño de texto a 14 puntos Cambiar tamaño de texto a 16 puntos

EL PROBLEMA DE LA DESERTIFICACIÓN

Si bien el suelo es el sitio donde se realizan gran parte de las actividades primarias (agricultura y ganadería) a partir de las cuales se producen nuestros alimentos y además sirve de sostén para la infraestructura habitacional, industrial, carretera y recreativa, su degradación forma parte de un proceso mayor llamado degradación de la tierra. En este sentido, “tierra” debe entenderse como el área específica de la corteza terrestre que cuenta con características particulares de atmósfera, suelo, geología, hidrología y biología, y en la que se aprecian los resultados de la actividad humana pasada y las interacciones entre todos los elementos (UNCCD, 1994).

Para la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés), la degradación de la tierra es “la reducción o pérdida de la productividad económica y de la complejidad de los ecosistemas terrestres, incluyendo a los suelos, la vegetación y otros componentes bióticos de los ecosistemas, así como los procesos ecológicos, biogeoquímicos e hidrológicos que tienen lugar en los mismos”.

Cuando la degradación de la tierra se produce en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, se habla de desertificación. Bajo esta definición, la desertificación no es la transformación de diversos ecosistemas en desiertos, sino la pérdida, muchas veces irreparable, de las funciones productivas del suelo, la alteración de los ciclos biológicos y del ciclo hidrológico, así como la disminución del aporte y cantidad de servicios ambientales que generan los ecosistemas.

No existe un proceso lineal de causa-efecto que permita explicar completamente la desertificación; sin embargo, se han detectado complejas interacciones que funcionan como motores del proceso. Estos motores son las variaciones climáticas (como la baja humedad del suelo, los patrones de precipitación cambiantes y la elevada evaporación) y las actividades humanas (como la sobreexplotación del suelo por la actividad agrícola, el sobrepastoreo, la deforestación, el uso de sistemas de irrigación inadecuados, las tendencias del mercado e incluso, las dinámicas sociopolíticas; UNCCD y Zoï, 2011). En este último punto, la pobreza puede funcionar como causa y consecuencia de la desertificación.

En México, de acuerdo con la Ley de Desarrollo Rural Sustentable, el concepto de desertificación se aplica a todos los ecosistemas existentes en el territorio nacional, debido a que la pérdida de la capacidad productiva de las tierras no está restringida a las zonas secas (DOF, 2012). No obstante, es importante mencionar que lo anterior no reduce la prioridad que la UNCCD establece para las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas para delimitar las regiones que pueden sufrir desertificación.

Las consecuencias más importantes de la desertificación van desde la disminución en la producción alimentaria, infertilidad y salinización del suelo, reducción de la capacidad de recuperación natural de la tierra, incremento de las inundaciones en las partes bajas de las cuencas, escasez de agua, sedimentación de cuerpos de agua, agravamiento de problemas de salud debido al polvo transportado por el viento (p. e., infecciones oculares, enfermedades respiratorias y alergias) y alteración de los ciclos biológicos, hasta la pérdida de los medios de subsistencia de las sociedades, lo cual puede contribuir a estimular la migración (UNCCD-Zoï, 2011).

La lucha mundial contra la desertificación está encabezada por la UNCCD, la cual entró en vigor en la década de los años 90. Hasta mayo de 2012, 195 países habían aprobado, aceptado, ratificado o se habían adherido como miembros de dicha Convención, entre ellos México, que la ratificó en 1995 (UNCCD, 2012). La UNCCD es un instrumento único enfocado tanto a la atención de la degradación de la tierra, como a los problemas sociales y económicos que este proceso genera. Tiene cuatro objetivos estratégicos: 1) mejorar las condiciones de vida de las poblaciones afectadas; 2) mejorar las condiciones de los ecosistemas afectados; 3) generar beneficios globales a través de la implementación eficaz de la propia Convención, y 4) movilizar los recursos para respaldar la implementación eficaz de la Convención a través de la creación de alianzas eficaces entre los actores nacionales e internacionales.

Aunque en nuestro país las primeras acciones de lucha contra la desertificación se implementaron en la década de los 70 del siglo pasado a través de la Comisión Nacional de Zonas Áridas (Conaza-Sedeso, 1994), es hasta 2005 que en el marco de los acuerdos firmados ante la UNCCD, se crea el Sistema Nacional de Lucha contra la Desertificación y la Degradación de los Recursos Naturales (SINADES). En este sistema confluyen diversas instituciones públicas (Semarnat, Sagarpa, INEGI, SRA, Sedesol, Conafor e INE), organizaciones sociales (RIOD-Mex, CNC, CNPR y CCDS) y el sector académico (CP, UA-Chapingo, UAAAN e ITESM). El SINADES es coordinado por la Semarnat, a través de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), la cual funge como punto focal nacional ante la UNCCD.

El SINADES pretende un mayor involucramiento de la sociedad en el manejo sustentable de tierras, por medio de los siguientes objetivos: a) contener y revertir la desertificación y la degradación de las tierras a través de programas integrales de recuperación e impulso a la producción sustentable; b) promover que los productores adopten prácticas y sistemas productivos que preserven y mejoren los recursos naturales; c) coordinar los esfuerzos contra la desertificación y la degradación de los recursos naturales en los que participen el Gobierno Federal y los otros órdenes de Gobierno, así como organizaciones de la sociedad civil; y d) promover la creación y fortalecimiento de una conciencia ambiental acentuando la atención de la sociedad a los problemas de la desertificación y la degradación de los recursos naturales.

Distribución de las tierras secas

Las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, genéricamente denominadas tierras secas, se caracterizan por tener condiciones climáticas particulares, como son la precipitación escasa e irregular, una gran diferencia entre las temperaturas diurnas y nocturnas, suelos con poca materia orgánica y humedad, además de una elevada evapotranspiración potencial. Estas características propician que los asentamientos humanos se establezcan alrededor de las pocas fuentes de agua disponibles (como ríos, manantiales o pozos) y que éstas sean muchas veces sobreexplotadas o contaminadas.

Existen diferentes definiciones de las tierras secas, lo cual puede llevar irremediablemente a cifras distintas en cuanto a la magnitud de la superficie afectada por la desertificación o la población afectada por ella. En el presente capítulo se adoptó el criterio de la UNCCD, que clasifica a las tierras secas según su índice de aridez7 en áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Esta clasificación está basada a su vez en el Atlas Mundial de la Desertificación (PNUMA, 1997), que señala que las tierras secas son aquellas áreas en donde el índice de aridez es menor a 0.65.

Según la UNCCD (2011), el 12.1% de la superficie terrestre del planeta corresponde a zonas áridas; 17.7% a zonas semiáridas y 9.9% a subhúmedas secas. En ellas viven poco más de 2 mil millones de personas (aproximadamente 1 de cada 3 habitantes del planeta), la mayoría en países en vías de desarrollo. Además, las zonas secas albergan alrededor del 50% del ganado y el 44% de las tierras agrícolas del mundo, y son extensiones territoriales muy grandes que representan hábitats muy valiosos para la vida silvestre. Las mayores extensiones de tierras secas se encuentran en Australia, China, Rusia, Estados Unidos y Kazajstán (Mapa 3.10).



En México, las tierras secas (áridas, semiáridas y subhúmedas secas) se encuentran principalmente en los desiertos Sonorense y Chihuahuense y en las regiones centrales influenciadas por el efecto de sombra orográfica generada por las Sierras Madre Occidental y Oriental. Con base en un estudio realizado por la Universidad Autónoma Chapingo (2011), las tierras secas de México (determinadas también a partir del índice de aridez antes mencionado), ocupan aproximadamente 101.5 millones de hectáreas8, poco más de la mitad de nuestro territorio. De esta superficie, las zonas áridas representan el 15.7%; las semiáridas, el 58% y el 26.3% restante corresponde a las zonas subhúmedas secas (Mapa 3.11).

De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2010 (INEGI, 2011), en las tierras secas de México habitaban 33.6 millones de personas, que equivalían al 30% de la población del país. De ellas, 18.1% radicaba en localidades rurales y 81.9% en localidades urbanas (Figura 3.9).


En las zonas semiáridas y subhúmedas secas se concentra alrededor de 91.5% de la población que habita en las zonas secas de México, debido probablemente a que en ellas existe menor déficit de agua, lo que permite una mayor actividad económica. De hecho, poco menos de la mitad de la superficie agrícola del país y casi un tercio de los pastizales inducidos o cultivados están en este tipo de zonas (Figura 3.10).



De la vegetación natural que ocupaba las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas en el país en 2002, alrededor de un millón de hectáreas (principalmente de selvas subhúmedas, pastizales naturales y vegetación halófila y gipsófila) fueron transformadas hacia algún otro uso para el año 2007 (Figura 3.11). La mayor parte de esta superficie transformada correspondió a vegetación halófila y gipsófila. En ese mismo periodo, los pastizales inducidos y cultivados destinados a la actividad pecuaria, crecieron en más de 148 mil hectáreas y la agricultura hizo lo mismo en cerca de 650 mil hectáreas.

Extensión de la desertificación

La UNCCD calcula que entre 71 y 75% de las zonas secas del mundo están desertificadas. En el caso de México, las estimaciones sobre la magnitud de la desertificación pueden diferir, en principio, por los métodos que se han empleado para calcularlas. Aunque a la fecha no existen estudios específicos sobre la extensión de la desertificación en el país, en esta obra se considera a la degradación del suelo en las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas del país, como un estimador de la desertificación, reconociendo sin embargo que es una aproximación que sólo considera a uno de sus elementos y que la información sobre la condición del suelo data de hace aproximadamente diez años.

Bajo estas premisas, en nuestro país la degradación del suelo afectaría aproximadamente a 43.56 millones de hectáreas, es decir, 43% de las tierras secas, lo que equivale a 22.17% del territorio nacional (Figura 3.12). Del total de tierras secas que presentan degradación del suelo, 5% son áridas, 61.2% son semiáridas y 33.8% son subhúmedas secas. Sin embargo, cuando se examina la proporción afectada con respecto a la superficie que ocupa cada uno de esos tipos de tierras secas, las subhúmedas secas son las más afectadas (55%), seguidas de las semiáridas (45.3%) y al final las áridas (13.8%).

De la superficie afectada por degradación en las tierras secas, cerca de 94% se encontraba en los niveles de ligera y moderada, lo que sugiere que de seguir actuando los elementos que causan la degradación de estos suelos, podrían pasar a los niveles fuerte o extremo en el futuro, en los cuales la recuperación de su productividad sería materialmente imposible. A pesar de esto, en el centro del Desierto Chihuahuense (cerca de la confluencia de los estados de Chihuahua, Coahuila y Durango), en el Gran Desierto de Altar, al noroeste de Sonora y en la península de Baja California, todavía es posible encontrar regiones de tierras secas sin evidencias de degradación de suelo (Mapa 3.12).


Respecto a la distribución de los procesos de degradación del suelo por tipo de tierra seca, la erosión eólica es el proceso dominante en las zonas áridas y semiáridas, mientras que la degradación química predomina en las subhúmedas secas (Figura 3.13).

Notas:

7 Se obtiene del cociente entre la precipitación anual media y la evapotranspiración potencial media. Los valores entre 0.05 y 0.2 corresponden a zonas áridas; entre 0.2 y 0.5, a zonas semiáridas; y entre 0.5 y 0.65 a subhúmedas secas.

8 En el Informe de la Situación del Medio Ambiente en México, edición 2008, se utilizó una zonificación basada en el Sistema de Clasificación Climática de Köppen adaptada para México (García, 1988), a partir de la cual se obtuvo una superficie de 128 millones de hectáreas de tierras secas en el país, aproximadamente 65.2% del territorio.